viernes, 5 de febrero de 2010

Viaje a Brasil. Noticias del Trópico 1

NOTICIAS DEL TROPICO
El newsletter de Lorenzia, año 1, núm. 1, febrero de 1999.

Viaje a Brasil

Llegué a Sâo Paulo el 23 de diciembre de 1998. Me encontré con una amiga de Yucatán que ahora vivé allí y también con los amigos queridos que conocí en 1995, Gabriel Menezes y su familia.

El Brasil profundo saltó ante mi casi inmediatamente de bajarme del avión. Conocí a un grupo de terapeutas vivenciales, una de las cuales me invitó a una ceremonia amazónica llamada Santo Daime, en la que se consume una bebida alucinógena llamada ayahuasca, se baila y se canta durante 12 horas seguidas. Mi natural rechazo ante este tipo de experiencias viene de muy atrás y no esconde más que mi miedo al miedo, a descubrir quizá lo más sombrío, quizá lo más luminoso de mi misma. No obstante preferí irme a recorrer mercados ambulantes, tiendas de discos, librerías, el Museo de Arte Moderno, que me encanta. Navidad fue un acontecimiento familiar muy agradable en casa de Pura.

Después de la Navidad nos fuimos a pasar el Reveillon, o sea, la fiesta de año nuevo, a Río de Janeiro. Tuvimos mucha suerte pues encontramos un cuarto muy barato en casa de unas señoras que viven en un lugar privilegiado, el mejor quizá de toda la ciudad, a diez metros de la Av. Atlántica de Copacabana, que es el centro de la vida citadina y de los
festejos del Reveillon. El 31 por la noche, la gente, toda vestida de blanco, se reúne en las playas con sillas, mesas, sendas hieleras llenas de cerveza y cachaça, comida, etc., preparándose para uno de los espectáculos más impresionantes del mundo, que son los 15 minutos ininterrumpidos de fuegos artificiales a lo largo de toda la playa de Copacabana y de las demás playas de Río, al dar las doce de la noche, organizados por tres de los hoteles más importantes. Luego viene la ofrenda a la diosa de las aguas y de la fertilidad, Yemanjá,
y todo mundo pone velas en la arena y tira flores, fruta y hasta joyas al mar. Bailé, sambé y me divertí muchísimo en compañía de puros desconocidos. Pasamos unos momentos muy divertidos y de gran alegría, y no vimos ninguna situación de peligro ni violencia, a pesar de todas las advertencias que nos hicieron en Sâo Paulo.

En días posteriores visitamos Petrópolis, que es la ciudad donde vivía el emperador Dom Pedro II de Bragança (yo no sabia que por unos años Brasil había sido la capital de Portugal y el resto del ya muy menguado imperio portugués). Es una ciudad pequeña, en las montañas, muy estilo europeo, con casas tipo chalets suizos, canales, edificios rococós, y calles sombreadas que recorrimos en calesa. Me gustó mucho un palacio de cristal como los que se hacían en el XIX para servir de invernaderos y parecido al de Madrid, así como los grandes árboles que rodean el Palacio Real. Es interesante ver la parafernalia de la realeza, incluyendo una corona de diamantes y perlas, en un ambiente tan poco monárquico como es Brasil.

Otro día nos pasamos varias horas bajo los brazos protectores del Cristo Redentor, tomando fotos y riéndonos mucho de que todos, absolutamente todos los cariocas tienen teléfono celular, y se la pasan hablando en la calle, en los autobuses, en las tiendas, cuando andan en pareja (cada quien hablando en el suyo) y hasta subiendo las escalinatas del Corcovado!!! Luego nos fuimos a Niteroi, la ciudad que está al otro lado de la bahía frente a Río. Gracias a ese viaje por fin entendí cómo está esta bahía, que es bastante complicada y no me extraña que los primeros exploradores portugueses pensaran que se trataba de la desembocadura de un río.

También aprendí la diferencia entre cariocas, que son la gente de Río de Janeiro ciudad, y fluminenses, que son los del resto del estado. Esta es la imagen de Brasil que se exporta al resto del mundo: samba, carnaval, hilo dental, mulatas, todo lo más sensual y sexual. Pero esto no es Brasil. Nadie es igual a los cariocas, son diferentes al resto de los brasileños y tienen fama en todo el país de informales, fraudulentos, mentirosos. Hay una rivalidad manifiesta entre Sâo Paulo y Río, así como hay una afinidad entre paulistas y los bahianos, a quienes tampoco les caen bien los de Río. Casi nadie en Brasil se identifica con los cariocas.

Asimismo estuvimos en los ensayos de las escuelas de samba y de las bandas
del carnaval, llamadas baterías, porque los cariocas, terminando los festejos
de Navidad y Reveillon, entran de lleno a los preparativos del Carnaval. Es
tan padre el ambiente que decidimos regresar para esas fechas y pasar la
noche del lunes del Carnaval, 15 de febrero, en el sambódromo.

De regreso en Sâo Paulo, tuve una revelación/aprendizaje en casa de Sonia, donde estaban también Sara y Ana María. Hay 5 cosas que obstaculizan el crecimiento espiritual de una persona:
1. La ilusión – equivocada – de que somos seres materiales intentando volverse espirituales, cuando que en realidad ya somos seres espirituales expresándose a través de un vehículo material.
2. La ignorancia de quiénes somos realmente, es decir, seres luminosos y espirituales.
3. El miedo del ego a perder el control y a soltar las cosas y a soltarse de donde está aferrado.
4. La sensación de falta, más que de abundancia.
5. El hecho de que somos seres fragmentados cuyas partes (o compañeros internos o distintos niveles de conciencia) están separadas y más bien en pleito que en armonía, sin comunicación ni posibilidad de “aparcería” ni de entendimiento entre ellas.
Quizá el crecimiento espiritual consista en, o al menos se inicie con, el reconocimiento de esas partes mías: mi yo superior al lado de mi subconsciente o yo básico, al lado de mi ego o yo inferior, al lado de mi niña interior y de mi ángel guardián.

Después de estar unos días a Sâo Paulo, salimos de nuevo a un recorrido por otros lugares de Brasil. De viaje tan increíble es difícil hacer una buena relatoría; no se bien por donde empezar. Creo que puedo decir con justicia que ahora sí conozco Brasil, no como los turistas, sino después de haber viajado en incontables autobuses y camiones urbanos, después de haber estado en hoteles de 5, 2, cero y menos 3 estrellas, de haber conocido,
mochila al hombro, los muchos Brasiles que es Brasil, de hablar, comentar,
reír y bailar con brasileños y brasileñas de todos tipos, colores, edades y ocupaciones, y de haber recorrido más de 12 mil kilómetros en 21 días.

En Brasil, la naturaleza es uno de los elementos más presentes e importantes, y el espectáculo más impresionante que vi en todo el viaje fueron las cataratas del Iguaçú, que en guaraní significa Aguas Grandes. No hay nada comparable ni palabras que puedan describirlas. Simplemente hay que verlas, sentir como te empapan los millones de minúsculas gotas que parecen vapor, oír su ruido ensordecedor y dejarte llevar por una experiencia que para mi fue casi mística. Nunca me imaginé que yo pudiese querer ser río y ese día, en Iguaçú, lo descubrí: me gustaría ser río poderoso y sin domesticar, alegre y lleno de vida. Por primera vez sentí el pulso del planeta como un ser vivo y un ser con alma, esa circulación sanguínea que son sus ríos, sus aguas portentosas, y no podía dejar de pensar desde hace cuantos milenios que esas cantidades inimaginables de agua están cayendo de esta forma. Me sentí muy pequeña y al mismo tiempo totalmente parte de la naturaleza. Sentí unas ganas enormes de quedarme allí, de hacerle compañía, de pasar una noche a su lado y dormir con el estruendo de sus aguas. ¡Qué sueños maravillosos me invocaría esa energía! Mi vida fue tocada por este río de cascadas y he quedado conectada a este lugar en un nivel profundo que mi mente lógica no logra comprender. Llevaba en la mano un anillo de plata y piedras azules, me lo quité y lo arrojé al abismo como una ofrenda a las diosas y dioses y espíritus de las cataratas, de los ríos, las montañas y las selvas, prometiendo y prometiéndome a mi misma regresar a Iguaçú algún día.

Brasil es ciertamente la tierra de los grandes ríos. De Iguaçú salimos rumbo al noroeste y en unas cuantas horas ya sobrevolábamos el Amazonas. Allí la vivencia única e interesantísima fue presenciar la unión del río Solimoes con el Negro para formar el río Amazonas: uno es café y viene desde Perú, y el otro, es negro, realmente negro, cargado de sales y minerales, y viene desde Colombia. En el río Negro hay lugares donde dejas de ver la costa, como si estuvieras en medio del mar, de tan ancho que es. Al juntarse ambos ríos, frente a Manaus, en un lugar que se llama Encontro das Aguas, las aguas no se mezclan y siguen durante más de seis kilómetros en una franja color chocolate y otra negra debido a las diferencias de temperaturas y de densidad. Ya son, sin embargo el Amazonas, que luego después de más de 1700 kilómetros va a desembocar en el Atlántico, donde se encuentra la ciudad de Belem.

Manaus es un lugar como debió ser Payo Obispo (el antiguo Chetumal) en sus peores días: puerto libre, del que no queda más que el teatro de la Opera para atestiguar los tiempos de la bonanza cauchera. Es una ciudad fea y sucia, que tiene una energía pesada, inquietante, difícil de definir. Es también como una isla en medio de la floresta tropical que se extiende por 1.5 millones de kilómetros cuadrados.

Toda la región amazónica es bien diferente del resto de Brasil. Así como Iguaçú, en el estado de Paraná, está llena de rubios de ojos azules, herencia de los colonos alemanes, en
Manaus se siente muy fuerte la presencia indígena amazónica, por más que la tribu más próxima se encuentre a 12 días de viaje por el río Negro. Nos quedamos en una especie de hotel en las márgenes de este río, como a cinco horas de Manaus, pescando pirañas (o en mi caso solamente alimentándolas, porque de todas, todas, se robaban mi carnada) y buscando los ojos rojos de los jacarés (cocodrilos) escondidos en los mangles y juncos del río en la
noche, con la ayuda de lámparas de pilas. Visitamos también pueblos de caboclos y compré artesanías hechas de semillas, plumas, madera y huesos y escamas del pez pirarucú. Días de lluvia, lluvia y más lluvia, en los que mi más preciada posesión era un impermeable hecho con una gran bolsa de plástico para basura.

Belem de Pará, al contrario de Manaus, es mucho más ciudad, con edificios de fines del siglo pasado muy hermosos y mejor conservados, grandes avenidas y muchos árboles. Da una sensación de seguridad, de que quieres caminar por sus calles, aunque en realidad es uno de los lugares más peligrosos de Brasil en cuanto a robos y asaltos. Nos hospedamos en un hotel agradable y decidimos quedarnos varios días para descansar un poco y lavar ropa.

Belem recibe muchos beneficios del río Amazonas y de la selva, empezando por las más de treinta frutas tropicales amazónicas totalmente desconocidas para mi, así como para muchos brasileños: acerola, cupuçú, graviola, burití, taperebá, camucamu, muricí, abacaxí, açaí y jaca, por nombrar algunas. Durante tres días nos dimos a la ardua tarea de probar todas y cada una de las treinta frutas desconocidas, además de las delicias que ya empezamos a tener en México, como la maracujá, el cajú (marañón), los caquís (pésigos),
la carambola y varias más. En todos lados recorrimos los mercados, llenos de pescados de río, de hasta tres metros de largo, camarones y cangrejos, frutas y verduras, la famosa harina de mandioca y de ñame. Compramos más adornos de los indios amazónicos hechos con plumas, semillas y huesos de animales y, por supuesto, probamos en diversos puestos de la calle (lo que nunca haría en México!!!) las delicias culinarias regionales: vatapá,
carurú, maniçoba, tacacá, moquecas, acarajés, beiju, tapioca, pamonia, cocada y varios más, la mayoría elaborados con harina de mandioca (yuca), leche de coco, pescados y mariscos.

En el nordeste, Recife y Natal son lugares muy turísticos con hermosas playas. Lo más interesante fueron las dunas de arena junto al mar en Natal, que se visitan en una excursión en boogie, recorriéndolas a toda velocidad como si fueras en la montaña rusa y sintiendo que en cualquier momento termina tu vida al despeñarte por esas laderas verticales de la arena más fina del mundo - cosa que desde luego no sucede porque para eso vas en
boogie y estás en manos de experimentados choferes (o al menos eso crees y ruegas a Dios que así sea). En esa región, la reina de las frutas y de todos los platillos es el cajú o marañón, que es la fruta de la que se extrae lo que en México llamamos nuez de la India. Se come cruda, tostada, con sal, sin sal, garapiñada, en trocitos, en harina, etc., y la fruta del marañón en jugos y licuados, en dulce, cristalizada, hecha pasa, etc. El colmo de la delicia son los camarones empanizados con harina de cajú!!!

El fin del viaje tuvo lugar en Salvador, ciudad considerada patrimonio cultural de la humanidad, a orillas de la Bahía de Todos los Santos, la ciudad donde la cultura afrobrasileña está en todo su apogeo a través de la música de Olodún, el candomblé y el culto a los orixás, espíritus ancestrales dotados de poderes. Aquí, como en Recife y muchas otras ciudades brasileñas, la gente ya se está preparando para el Carnaval. El de Salvador
de Bahía es uno de los más famosos, pues a diferencia del de Rio, donde te sientas en las gradas del sambódromo a ver a las escolas de samba desfilar, en Salvador participas bailando detrás del bloco o grupo carnavalesco de tu preferencia, siguiendo al carro en el que va montada la banda de dicho grupo, llamada trío eléctrico, así sea trío o no. Claro que te arriesgas a que te ocurra de todo, porque los blocos van avanzando por las calles hasta
llegar al punto de encuentro donde cada quien toca su música y grita y canta y baila tan fuerte como puede, a ver quién gana. Es bastante peligroso, por lo que me cuentan, especialmente si te sales del área acordonada donde están los seguidores de cada bloco.

Nosotras nos metimos a fondo en una ceremonia bastante carnavalesca que tuvo lugar el 2 de febrero y que fue hermosa e interesante: toda la gente, desde la 5 de la mañana, lleva flores, perfumes y licores a la playa de Rio Vermelho y los tiran al mar en ofrenda a Yemanjá, señora de las aguas saladas y dulces. Luego se bañan o se mojan, cantan y bailan al son de las percusiones. Por un lado está el grupo de bahianas, todas vestidas de
blanco, con sus turbantes y collares; por otro, el afoxé de los Filhios de Gandhi, una asociación carnavalesca de mucha tradición, que desfila en todas las celebraciones. Por la tarde ya se han reunido frente a la playa numerosos barcos pesqueros, lanchas, lanchones, yates y veleros de todos tamaños y tipos. Sus tripulantes van recogiendo en docenas de canastas enormes todas las flores que flotan en las olas y que la gente ha ido
tirando desde la madrugada. La tarea dura todo el día y a las 5 de la tarde, uno de los barcos pesqueros da la señal y se dirige mar adentro con toda la comitiva de barquitos y barcotes siguiéndolo, todos llenos de flores, hasta llegar a alta mar, donde vuelven a tirar todas las flores, al son de los tambores de macumba. Quienes nos quedamos en tierra continuamos
el festejo bailando en la calle, comiendo acarajés (especies de pastelitos de frijol blanco fritos en aceite de dendé y rellenos de camarones) y bebiendo cerveza.

De regreso en Sao Paulo después de un mortal viaje de 36 horas en autobús, mi vida parece haber dado un giro o quizá un salto mortal. Pensaba ir todavía al estado de Minais Gerais, especialmente a la ciudad de Ouro Preto, pero para mi el viaje ya casi terminó. Esa es la sensación que me invade y todas las experiencias vividas en este mágico país están haciendo explosión. Sin embargo, todavía me queda participar en la experiencia quizá más brasileña posible: el carnaval.

O Rio De Janeiro continua lindo... como dice la canción, y mejor aún en tiempos de carnaval. Llegamos a la misma casa de la vez pasada, en pleno Copacabana, para poder apreciar en toda su magnitud el espíritu de alegría que reina en todo lugar en estos días. Muchísimos turistas (sospecho que la caída del real ayudó), gente sambando por todas
partes, niños disfrazados de toda clase de personajes, muchas mujeres con máscaras carnavalescas, muchos hombres en drag (transvestis), algunos de los cuales son verdaderas bellezas femeninas y TODOS , todo mundo, en traje de baño, tangas, hilos dentales y demás inventos brasileños.

Así como la vez pasada que estuvimos en Río nos pasamos buena parte de un día en el Cristo Redentor del Corcovado, disfrutando de la mejor vista sobre una de las bahías y ciudades más bellas del mundo, así esta vez nos pasamos buena parte del domingo subiendo en teleférico al famoso Pan de Azúcar, una gigantesca roca de más de1200 metros de altura entre las playas de Copacabana y Botafogo. En realidad, lo más impresionante de Río y de la bahía de Guanabara son las formaciones geológicas de proporciones gigantescas y de formas caprichosas que se encuentran a la orilla del mar, como el Corcovado, el Pan de Azúcar, el morro de Urca y otros más. Es como si un gigante hubiera dejado caer en una playa desierta una serie de pedruscos, en los que crece poca vegetación y donde los insignificantes seres humanos han creado una ciudad increíble. La vista es fabulosa y el
teleférico te lleva del suelo a la cima de Urca, a una altura de 500 metros, en tres minutos, y luego otro teleférico te lleva 750 metros más arriba, a la cima del Pan de Azúcar, en otros tres minutos. Ya solo esta subida es impresionante; pero luego te encuentras con un panorama formidable, pues estás viendo Río de Janeiro desde otro ángulo muy
diferente al del Cristo del Corcovado. En fin, una experiencia única.

El carnaval fue otra vivencia extraordinaria. Afortunadamente nuestro espíritu aventurero nos ha llevado a conocer cosas que los pobres turistas prisioneros (por su gusto) de las excursiones y las agencias de viajes no tienen la oportunidad de vivir. Nosotras nos fuimos en metro al sambódromo y es padrísimo ver a la gente en las fantasías (disfraces) con las que van a desfilar tomando también el metro y el autobús. Hay gente que viene en
tren porque vive a más de 5 horas de Rio y que trae muy bien empacado su disfraz, con todo y crinolinas, tocados de plumas y adornos. Como llegamos anticipadamente, pudimos ver a las escolas vistiéndose en las calles aledañas al sambódromo, arreglando los adornos de los carros alegóricos, practicando la samba que van a interpretar, maquillándose, etc. etc.

Todo el ritual del desfile es interesante, además de la pasión y el interés que los cariocas le ponen al carnaval, tanto los que van a desfilar como los que lo van a presenciar; igual, yo diría, a la pasión e interés que le ponen al futbol. El desfile de las escolas se inicia a las 8 en punto, pues cada escola debe ceñirse a un horario muy rígido (de 80 minutos máximo para
recorrer todo el sambódromo), y si no les bajan puntos. Y aquí se trata de ganar y ser la campeona del carnaval. Un espectáculo de fuegos artificiales anuncia el inicio del desfile de cada escola y todas las alas o secciones deben ir en cierto orden, los jueces calificando todo, desde la samba que se inventó para la ocasión, el tema que se va a representar, los atuendos,
el ritmo de la batería, la armonía entre la danza y la música, y varias cosas más. Suena fácil, pero estamos hablando de escolas de más de 3000 participantes y de hasta más de 4,500, todos sambando al son de las percusiones de la batería, compuesta por más de 200 tamborileros y siguiendo la samba que el puxador va cantando acompañado de una guitarrita pequeña parecida a un cuatro o a una mandolina (los instrumentos de viento
están prohibidos). Hay alas de bahianas, con un tipo especial de ropa, alas de niños y adolescentes, alas de veteranos, etc. También cuenta mucho la danza de la porta-bandeira y de mestre sala, que son una pareja que desfila bailando y llevando el estandarte de la escola.

De haber visto algunas imágenes en la tele, se darían una idea de lo que les cuento, aunque las palabras nunca puedan dar una idea cierta de la realidad. Es un espectáculo bastante "aséptico", que no encierra peligro alguno para nadie y menos para los espectadores. No así en las calles, donde quizá el carnaval sea más espontáneo y eufórico, pero donde si existe el peligro de robos y cosas peores. Tan solo en Río se registraron más de 400 muertes en dos días. En el sambódromo, sin embargo, no hay problemas y si quieres sambar al son de las baterías, lo haces en tu asiento. Nos reímos mucho viendo las reacciones de la gente a nuestro alrededor, pues los que bailaban como locos eran inconfundiblemente brasileños, mientras que los turistas, especialmente los japoneses, asistían a todo lo que estaba aconteciendo a su alrededor con una gran seriedad, el más atrevido marcando tímidamente el compás de la música con un pié... En cierta forma es triste que la modernidad le haya quitado al carnaval su espontaneidad, su carácter popular y callejero, para convertirlo en un objeto más de lucro de transnacionales, canales de televisión y dueños de escolas. Me acordé mucho de esa extraordinaria película “Orfeo Negro”, uno de los mejores filmes que he visto.

Yo salí del carnaval (a eso de las 6 de la mañana, después de ver el desfile de las 7 mejores escolas de Río) con varios trofeos, desde el autógrafo del presidente de la escola Portela (aunque yo iba ataviada con los colores de Mangueira), hasta una preciosa pluma amarilla que algún estrafalario pájaro amazónico perdió a la salida del metro, pasando por
cojines para sentarte, impermeables, folletos, programas, cancioneros, abanicos, antiácidos, antigripales y condones que reparten en la entrada. El regreso es completamente diferente pues, como canta Vinicius de Morais, la tristeza no tiene fin y la felicidad sí. Toda la fantasía, el sueño y la alegría del carnaval se acaban como por encanto una vez que la escola desfila y el carnaval termina el miércoles de ceniza. Muchos abandonan su disfraz en la calle y se sientan en la banqueta con la mirada perdida en algún punto inexistente. Claro que eso dura tan solo unos cuantos días porque para fines de marzo las escolas ya entran de nuevo en la efervescencia del próximo carnaval y en el entusiasmo de una nueva fantasía, una nueva samba, un nuevo tema o enredo a representar.

Por mi parte, de lo que tengo ganas ahora no es de presenciar nuevamente el carnaval, sino de participar activamente, sambando disfrazada en alguna de las alas de Mangueira o Mocedades o Imperatriz Leopoldina (la campeona de este año), cosa perfectamente posible, pues solo necesitas decirles que quieres participar, te costeas tu disfraz y te vienes a Río dos meses antes del carnaval para ensayar con la escola y en el ala de tu elección. Padrísimo, no?

Me despidí de Brasil en Sâo Paulo con la venia de los orixás, pues ya me esperaban las tierras del Mayab después de dos meses. Lo último que ví fue un sticker en la defensa de una camioneta antes de entrar al aeropuerto, que decía: “O meu jeito de ser faz a diferença”. Mi forma de ser hace la diferencia. Qué hermoso mensaje de despedida.

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