lunes, 10 de enero de 2011

Adenda a las Noticias del Trópico 45

Al escribir las N. del T. # 45, y haciendo uso de la licencia poética que se me concede, mencioné la posibilidad de obtener la gracia de la Compostela al final de la peregrinación. No fue más que eso, una licencia poética, ya que, de hacerlo en realidad, incurriría en una total hipocresía, así como en un irrespeto hacia quienes sí sustentan esa fe. La Compostela es un documento religioso que hasta el día de hoy se otorga a jacobeas y jacobeos como prueba de su peregrinaje, siempre y cuando éste se lleve a cabo “con sentido cristiano”, lo que equivale a realizarlo por devoción, voto o piedad, y las abadías, sociedades religiosas, cofradías, etc. del camino así lo vayan atestiguando. Éste no es mi caso.

Yo fui bautizada a los 5 años en la iglesia católica por una tenacidad materna que logró superar la resistencia paterna. Luego, a los 12, hice la primera comunión por decisión propia, a pesar de incurrir nuevamente en el enojo y la oposición de mi padre. Hoy, y desde hace muchos años, sin embargo, me encuentro mucho más cercana a la postura de Pepe que la de Queenie, y sumamente alejada de las religiones judeo-cristianas y las instituciones que las avalan, siempre capaces y dispuestas a manipular a quien se deje con la tenaza bipolar del miedo y la culpa. No creo que haya nada más alejado de la espiritualidad y de la religiosidad que eso.

Aclarado lo cual y resumiendo, mi espíritu libre se sentirá mucho más a gusto con el salvoconducto secular que las autoridades civiles de ciudades, pueblos y caseríos avalan y sellan a quienes presenten su pasaporte jacobeo. Y si los superiores seres de poder tienen a bien otorgarme mi propio y personal campo de estrellas, so be it. Agradecida lo recibiré.

lunes, 3 de enero de 2011

Jornada Jacobea. Noticias del Trópico 45

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 13, núm. 45, 3 de enero, 2011.

Jornada jacobea

Es de cajón. Ya sea por costumbre o porque las tradiciones así lo marcan, casi por obligación e indudablemente que por tentación, no hay manera de evitar hacer propósitos de año nuevo: esa lista corta o larga de compromisos que hacemos ante todo con nosotr@s mism@s; la docena, o más o menos, de deseos rápida y confusamente formulados mentalmente mientras tratamos de engullir las uvas al son de las doce campanadas; las promesas (¿qué son los propósitos sino promesas?) de hacer, dejar de hacer, propiciar, evitar, mejorar, bajar, subir, agrandar o disminuir algo que tienda, a fin de cuentas, a hacernos más san@s, mas conscientes y/o más productiv@s. Es el momento ideal para que los ojos (mentales) sean más grandes que el estómago (también mental). Dirían l@s astrólog@s: Júpiter reina incontestable, haciéndonos abarcar más de lo que realmente podemos hacer, ponernos objetivos inalcanzables en la práctica, llenarnos de un optimismo que, por desgracia, pronto se desinfla, conforme aquellas autopromesas se van quedando tiradas a lo largo de la ruta anual.

Tiene esto que ver, claro, con un imperativo de la naturaleza humana que es el autoengaño, o para decirlo más bonito, la ceguera de querer que las cosas sean como quisiéramos en lugar de aceptarlas como son. Aceptar, by the way, no es sinónimo de conformarse, anquilosarse o quedarse cruzad@ de brazos esperando que las cosas sucedan. Aceptar tiene que ver con un profundo conocimiento de si mism@; con la capacidad de ver nuestra luz al igual que nuestra sombra y las incontables áreas grises intermedias. Esa aceptación quizá nos llevaría a ponernos metas más acordes con lo que cada quien, en el momento y lugar en el que se encuentra en su vida, pueda realmente llevar a cabo – un día a la vez - con un esfuerzo sostenido y la suficiente dosis de voluntad, sin olvidar que existen condiciones externas sobre las cuales aún menos podemos influir.

Pero lo que más me maravilla de los propósitos de año nuevo es el afán de ponerles a éstos y otros más, una fecha de inicio fija y muchas veces futura. Generalmente estamos a la espera de un día o momento memorable, único, “especial”, para emprender la acción o acciones que nos llevarán a lograr dicho propósito. Huelga decir que ese momento nunca es el presente, sino siempre el futuro. Es como si necesitáramos de una línea de arranque, como en las carreras, para ponernos de humor pertinente y en posición adecuada antes de comenzar con la serie de actividades y disciplinas requeridas para alcanzar la meta.

La verdad, me resulta sospechoso y dudo de nuestras verdaderas intenciones. Hacerse el propósito de comenzar algo el 1° de enero o el próximo lunes o iniciando el mes que entra, se vuelve un ejercicio en lo ineludible, lo inevitable e incluso en lo indeseable, porque a fin de cuentas estamos posponiendo un compromiso que en el fondo no queremos hacer, ya que si lo deseáramos de corazón, probablemente lo iniciaríamos en cualquier instante, por ejemplo, el día de hoy, ahora mismo, ¡ahorita! (aplicable a cualquier cosa, desde dejar de acumular calorías y ponernos en movimiento, hasta escribir una tesis o activar un blog, pasando por dejar un vicio, levantarse más temprano o ser puntuales). Nos encanta jugar el juego que todos jugamos, o sea, a las escondidillas con nosotr@s mism@s. ¿Estaremos más jóvenes y fresc@s, tendremos más energía, seremos más sabi@s o más valeros@s mañana (o el lunes o el día primero) que hoy? Este cuestionamiento de Osho da, creo, en el clavo.

Dicho lo cual, comparto con ustedes un plan/propósito que hace mucho tenía en la mente y el corazón, para el que venía preparándome, que por fortuna inicié antes de que cronológicamente correspondiera al primer día de este 2011, y que de hecho acabó dándose tan auspiciosa y espontáneamente que no me cabe la menor duda de que se cumplirá de una u otra forma.

Este año, una querida amiga y yo nos convertiremos en jacobeas. No sólo recorreremos sitios históricos, sino que haremos y nos convertiremos en historia, una historia medieval viva que se inició alrededor del año 833 y se consolidó como tradición en 950. Nos guiará la luz de nuestra galaxia, la Vía Láctea, en el andar hacia el Finis Terrae de celtas y romanos. Nos protegerá el espíritu de los caballeros Templarios y la hospitalidad de los monjes benedictinos. Morral (o mochila) al hombro, cayado en mano y vieria sobre el pecho, nos uniremos esta semana santa al caudal de peregrinos de todo el orbe que, desde el siglo IX, recorren a pie el camino de Santiago, y obtendremos, si así está escrito, la gracia del campo de estrellas: la “Compostela”.

Me queda claro que la meta es espectacular y el ritual final, emotivo: alcanzar la plaza de la catedral compostelana, admirar el Pórtico de la Gloria, poner mis manos sobre el sepulcro del apóstol Santiago, abrazar al santo y susurrarle al oído mi mensaje. También me motiva pisar por primera vez Galicia y seguir el derrotero del llamado Camino Francés, que parte de los Pirineos. Y aunque nuestro peregrinaje iniciará, no en Roncesvalles, sino en León, a tan sólo 310 kilómetros de Compostela, igual disfrutaremos de lugares hermosos, arte gótico, monumentos románicos y una ruta escénica inolvidable.

Preveo, sin embargo, que lo más importante es la experiencia del camino en sí, un camino que ya ha iniciado, porque ya estoy en él, y que se empieza a manifestar de múltiples y complejas formas: el reto físico de realizar, a pie, 14 etapas de entre 20 y 30 kilómetros cada una, para las cuales ya entreno; el desafío mental de mantener mi enfoque, disciplina y flexibilidad durante los próximos 5 meses; la vivencia espiritual convencida y compartida; la confrontación con dudas, terrores e inseguridades; la tranquilidad de que, al aceptar lo que no puedo cambiar, me será posible llegar a la meta incluso en autobús, si así se requiere; la confianza íntima de saber que no es manda ni competencia ni maratón. Es decir, el Camino de Santiago como un viaje interior de autoconocimiento y contacto con los seres que soy, un ejercicio de humildad, paciencia y benevolencia conmigo misma. Como dijo un peregrino, “una lección realista de mis posibilidades humanas y espirituales”.

La mochila no da para mucho, y mi espalda menos. Pero entre los calcetines y la pomada de árnica viajará algún dispositivo (probablemente mi flamante y ya bien amada BlackBerry) por medio del cual les mantendré informad@s con noticias compostelanas. Es uno de mis propósitos de año nuevo…

Gracias a mi querida amiga por ser la chispa propiciatoria, y a quienes desde ya han sido por demás generos@s con sugerencias, consejos e información. Se cumpla como se cumpla la jornada jacobea, habrá valido la pena. Ya la vale.

Que tengan un feliz año lleno de presentes.