miércoles, 15 de septiembre de 2010

De cumpleaños y centenarios Noticias del Trópico 44

La guerra está de moda y no sólo contra los narcos. Nos ahogan en refritos históricos, nos acribillan con los consabidos cartones heroicos de héroes acartonados y sucumbimos ante el revival de los estereotipos; menos mal que ahí están también las interpretaciones serias y las novedades de la investigación, visiones frescas que desentierran secretos y desenmascaran mitos.

En realidad, la guerra ha estado de moda desde hace 200 años. De alguna manera podemos medir el desarrollo de nuestro país de conflicto armado en conflicto armado. Entre bicentenario y centenario, o mejor dicho, entre la Independencia y la Revolución, México se debatió en un siglo XIX plagado de asonadas, golpes de estado, levantamientos y rebeliones de toda índole. La Independencia – tan manoseada últimamente – es una de esas luchas longevas que empezó con una serie de planteamientos no precisamente independentistas; siguió su curso según los vaivenes liberales y los vientos absolutistas que soplaron desde España; cambió de líderes varias veces (y por lo mismo de objetivos) y se definió de una vez por todas, 11 años después, por el restablecimiento de una constitución liberal que no convenía a los grupos de poder. Siempre me acordaré de la frase de Marco Almazán, en su Rediezcubrimiento de México: “la conquista la hicieron los indígenas, la independencia la hicieron los españoles…”

A partir de ahí, décadas de vivir bajo la amenaza de invasiones, intervenciones y guerras pasteleras. Tuvimos nuestra propia guerra civil: dos bandos, un país dividido por convicciones políticas y creencias religiosas, por planes conservadores y leyes reformadoras. Y llegamos así a la Revolución, otro intento – fallido, por cierto – de revertir el orden, de cambiar de raíz al país, liderado por cabecillas antagónicos, y cuyas repercusiones quizá estemos todavía padeciendo. Fácil atacar la dictadura treintañera de Porfirio Díaz, el villano por excelencia junto con Hernán Cortés, pero ni comparación con 70 años de dictadura priísta y de afanes desmanteladores de la riqueza de este país, alguna de la cual Don Porfirio sí construyó.

La Revolución Mexicana fue la primera gran revolución campesina del siglo XX, como aprendimos por allá de los setentas, tras leer la sobresaliente obra de Eric Wolf. Ahora estamos dando origen a una nueva modalidad en lo que a guerras se refiere. La guerra de los narcos contra el Estado mexicano, aunque se parezca en algunas cosas al caso de Colombia, no es igual, ni los narcos son insurgentes ni tampoco revolucionarios. Estamos ante la primera gran guerra empresarial del siglo XXI. La guerra de cierto grupo de empresarios – que hasta en Forbes aparecen – contra el Estado mexicano, para mantener su estatus quo, proteger sus cotos de poder y asegurar sus ganancias millonarias a través de subvertir el orden y secuestrar al país.

Desde mis ahora 57 veranos, miro hacia atrás y no puedo menos que caer en el cliché: ¡ah, qué tiempos aquellos!, cuando México, con todo y sus broncas ancestrales, era todavía una promesa y una esperanza. Aquel México que enarbolaba una política exterior de la que nos podíamos enorgullecer, el México que dedicaba el mayor porcentaje de su presupuesto a la educación. No el vendido, ni el lacayo, ni el de la rebatinga electoral por el poder, ni el copado por políticos y sindicatos gangsteriles, ni el manipulado por curas, ni el lisiado por traficantes de personas y pederastas. Quizá, sin quererlo, estemos “celebrando”, junto con el centenario y bicentenario de dos guerras, el momento más negro de la historia de México.

Personalmente, no obstante, sí he celebrado en estos días mi cumpleaños y todo lo que el universo me ha regalado y me regala cotidianamente, que es mucho y muy apreciado. Celebro y agradezco mi vida de privilegio, en el sentido de haber contado siempre con oportunidades de crecimiento, educación, desarrollo y libertad, gracias en gran medida a un entorno propicio. Celebro el México que me vio nacer y convertirme en quien ahora soy, el México que abrió los brazos a mis padres y abuelos, el que conocí a través del gran angular de la antropología, el México de mis tiempos, lindo y querido. Porque, con todo, sigue siendo un México lindo y un México querido, al cual también querría que me trajeran si muriera lejos de aquí.

jueves, 24 de junio de 2010

Pippa reencontrada. Noticias del Trópico 43

Pippa reencontrada

Son muchos los lazos que me unen a Eva Johanna Antonen. Además de haberse encargado de la sección infantil de la Biblioteca Franklin - donde trabajó al lado y se hizo amiga de mi tía Mimi -, de que una parte de su vida transcurrió en una casita diseñada por ella en Tulum, de que leía adictivamente y amaba el sol, el mar, el color blanco, el arte popular mexicano y el mercado de San Miguel de Allende, esta maravillosa mujer nacida en Boston pero de origen lapón, fue mi primer contacto con los países escandinavos y una de mis hadas madrinas en lo que a proveerme de libros se refiere.

A Eva Johanna Antonen no le gustaba su nombre y por eso se fabricó uno nuevo, sencillo y distintivo: Toni, de su apellido, y Gerez, del amor de su vida. Por una de esas curiosidades coincidentes con las que el Universo suele divertirse, no sólo mi mamá y Luis Gerez se conocían desde sus días de estudiantes de medicina en Valladolid, sino que Luis y mi papá eran grandes amigos de juventud. Cuál no sería su sorpresa cuando al llegar mis papás a México en 1941, se toparon con aquel amigo de tiempos paralelos, un amigo que lo sería hasta la muerte. Con ese Gerez completó Toni su nombre inventado y encontró una vida llena de aventuras, primero en su preciosa casa colonial de San Ángel (de su mano, a mis cinco años, conocí el Bazar del Sábado), luego durante muchos años en Culiacán, batallando con alacranes y tarántulas mientras Luis se iba de pesca a Altata, y finalmente en San Miguel de Allende, donde la improbable pareja vivió feliz y pasó a formar parte del folklor y la memoria local.

Podría escribir varias páginas acerca de Toni Gerez, de su optimismo contagioso, de su acento gringo, de las grandes camisas de manta que usaba y que difícilmente disimulaban sus frondosos pechos. Bibliotecaria y lectora nata, sentía una curiosidad insaciable por saber lo que los demás estaban leyendo; si veía a alguien inmerso en un libro en un lugar público, tenía que asomarse a checar el título porque sentía una comunicación especial con quien ella consideraba un alma gemela. Ella misma escribió y publicó tres libros infantiles: Dos-Conejo, Siete-Viento y Mi canción es una pieza de jade, que recopilan poemas del México antiguo en inglés y español, y Louhi, Witch of North Farm, basado en el poema épico finlandés Kalevala. Antes de su muerte, salió a la luz en Finlandia el cuento para niños The Day the Bear Turns Over.

Mi prima, mi hermano y una gran amiga de la familia contribuyeron también con sus recuerdos para completar esta imagen: “Vestía, por temporadas, de un mismo color y había seleccionado el azul claro para la última etapa de su vida, cuando estuviera ya más cerca del cielo”. “Cuando Luis falleció, se hizo una bolsa con una de sus camisa porque decía que así siempre llevaba algo de el”. “En busca de sus orígenes finlandeses, buscó y encontró a su familia justamente por medio de su apellido. Fue entonces a Helsinki y los conoció a todos y hasta salió en los periódicos”. “Se instalaba en un hotelito frente a la Casa Lam en Álvaro Obregón y durante dos o tres días se dedicaba a comprar libros para la biblioteca de San Miguel de Allende, especialmente de literatura infantil. Fue así que le dedicaron una sala, la “Quetzal”, para la cual adquirió valiosas obras sobre México, además de que donó el sillón de un jefe huichol que por mucho tiempo tuvo junto a su estufita de hierro”.

Gracias a Toni Gerez y a su amor por los libros, llegó a mis manos, en 1962, cuando recién cumplí nueve años, la historia de Pippa Mediaslargas, otra niña de nueve años que vivía sola en “Villekulla”, vestía un traje de parches confeccionado por ella y largas medias de distinto color, poseía un tesoro en monedas de oro y se hacía acompañar de un monito de nombre Mr. Nelson. Pippa tenía una fuerza extraordinaria, no le temía a nadie y era capaz de poner en su lugar a una banda de chicos violentos y acosadores (“No eres muy amable con las damas” le dijo a uno de ellos, antes de darles una paliza y tacharlos de cobardes). No iba a la escuela y cuando un par de policías intentaron recluirla en un hogar infantil, se les enfrentó y escabulló de tal forma que decidieron que lo mejor era dejarla tranquila. En fin, es una historia muy divertida, que para mí lo era todavía más porque me parecía que Pippa y Toni eran igualmente geniales, excéntricas y singulares. ¿Quién me iba a decir que esa extraña niña sueca reaparecería transformada en una de las heroínas más originales de los últimos tiempos?

Suecia está ahora en la mente y la boca del mundo lector gracias a la trilogía Milenio, escrita por Stieg Larsson. Supe de esta obra por varios lados simultáneamente, incluyendo el regalo del primer tomo, titulado en inglés The Girl with the Dragon Tatoo. Ya desde ahí sabemos que estaremos lidiando con un personaje fuera de lo común. La versión en español sigue al pie de la letra el título sueco: Los hombres que no amaban a las mujeres, y revela la temática más importante de todas las que Larsson entrelaza magistralmente a lo largo de la trilogía: la violencia individual e institucional que se ejerce contra las mujeres, por ser mujeres, y contra las niñas y niños, las migrantes ilegales y todas aquellas que tienen la mala suerte de caer en manos de las mafias del mundo dedicadas al comercio y la explotación sexual. Los siguientes dos tomos tienen títulos igualmente inusuales: The Girl who played with Fire o La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, y The Girl who kicked the Hornet’s Nest o La reina en el palacio de las corrientes de aire.

Lizbeth Salander, la protagonista de Milenio, es una Pippa postmoderna: pequeña de estatura, delgadísima al punto de anorexia aunque se alimente de comida chatarra, con tatuajes y piercings, bisexual, introvertida, solitaria, billonaria y hacker consumada (al final de su libro, Pippa exclama: “¡Cuando sea mayor seré pirata!”). Acompaña a Lizbeth en sus aventuras dilucidadoras de crímenes, rescatadoras de inocentes, castigadoras de violadores y asesinos, y reveladoras de corrupción y violencia hasta en las más altas esferas del gobierno sueco, un personaje inspirado también en otra obra infantil de la autora de Pippa Mediaslargas, Astrid Lindgren. Se trata del niño detective Kalle Blomkvist, que sirvió a Stieg Larsson de modelo para el periodista, fundador y editor estrella de la revista de investigación y denuncia política Milenio.

Los temas que Larsson logró entretejer en su trilogía son tan variados como fascinantes. Me llegó al corazón la violencia contra las mujeres, la trata de personas, la realidad de tantos hombres que odian a las mujeres por el sólo hecho de serlo. Me intrigaron los ejemplos históricos de la presencia femenina en la guerra y miré con nuevos ojos a las adelitas. Me divirtió la incursión de Lizbeth Salander en las matemáticas y que encontrara la solución del propio Fermat a su insoluble teorema. Me encantó la magia de la investigación, cuyos horizontes se han abierto de forma tal que cuando yo me inicié en la búsqueda de información documental y bibliográfica resultaban totalmente impredecibles e inimaginables. Milenio es, de hecho, un manual/lección en investigación, que igual vale para aclarar robos y secuestros que para abordar interrogantes académicas. Sobre todo, la lectura de Milenio me remitió a mis propios recuerdos de Suecia.

A punto de cumplir 16 años, hice junto con mis padres y mi hermano Alfredo un memorable viaje en coche que nos llevó desde Holanda hasta Bélgica pero por la vía larga, o sea, atravesando Alemania, Dinamarca, Noruega, Suecia, Finlandia, la Unión Soviética, Polonia y nuevamente Alemania. Cuando en aquel verano de 1969, tras de visitar Kronborg, el castillo de Hamlet en Elsinore, abordamos un ferry de Dinamarca a Suecia, tuvimos nuestro primer contacto con este reino socialista sui géneris, inventor del Ombudsman, donde el precepto fundamental de la democracia es la libertad de expresión, derecho humano que abarca a todos los demás.

Luego del tour por Noruega, cruzamos nuevamente, pero sin darnos cuenta, la frontera sueca, y el paisaje noruego de cultivos dio lugar a praderas, pastizales y bosques de coníferas. Pasamos por lugares que Milenio me traería a la memoria, como Göteborg y Udevalla. Disfrutamos de los abundantes smorgasbord o bufets de carnes frías, quesos, panes diversos y otros ingredientes de la cocina sueca. Finalmente llegamos a Estocolmo, que se recorre tanto en barco, por estar construida sobre 14 islas, como en coche, a través de sus 57 puentes. Es una ciudad preciosa.

Tras la visita al Rathaus o sede del gobierno municipal, nos encontramos en el parabrisas del coche un tarjetón de la policía que, en varios idiomas, decía lo siguiente: “Sabemos que son ustedes extranjeros y que desconocen las leyes y reglas de tránsito de nuestro país. Cuando vean este signo – un dibujito – no estacionen su vehículo porque indica zona prohibida. Gracias por su cooperación y ¡bienvenidos a Suecia!” Nos pareció el colmo de la civilización.

Califiqué a los suecos, en mi diario de viaje, como “demasiado descarados y atrevidos”… Quizá mi juventud, aspecto y vestidos de paliacates y jorongos mexicanos provocaron un exceso de sonrisas, guiños, piropos, acercamientos e invitaciones de suecos de ojos azulísimos pero en su mayoría borrachos como cubas. No me privé, sin embargo, de bailar “Lady Madonna” con mi hermano, para regocijo de los comensales del restaurant donde cenamos una noche y donde tocaba un conjunto de 4 suecos inolvidablemente guapos.

La continuación del viaje nos llevó de Suecia a Finlandia, donde muchos rostros venidos de la Laponía nos recordaron de inmediato las facciones alegres y los ojos medio rasgadillos de Toni Gerez. Y en su honor recordé en mi diario a Pippa Mediaslargas, a Nils Holgersson, a Kalle Blomkvist y a otros héroes y heroínas de las historias que, gracias a Toni, disfruté en mi infancia, y que ahora, tantos años después, he vuelto a encontrar.

martes, 4 de mayo de 2010

Un alto en el camino. Noticias del Trópico 42

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 12, núm. 42, 4 de mayo, 2010.

Un alto en el camino

Iba a escribir sobre la paciencia y todavía lo haré, pero no hoy. Desde la tranquilidad del campamento gitano en el que se ha convertido la planta baja de mi casa, veo literalmente las horas pasar. ¿Tal y como decía Apollinaire que pasaban para él los días y las semanas, viendo correr las aguas del Sena bajo el puente Mirabeau? No tan poéticamente, de plano, pero sí a un ritmo distinto al cotidiano, más lento, con espacio suficiente para saborear los pensamientos, escuchar la diversidad de trinos y cantos y graznidos de los pájaros al salir el sol, ver como cambia la luz, la brisa, la sombra de mis palmeras conforme avanza el día.

Hace exactamente un mes. Domingo de Pascua en St Thomas. 4 de la tarde. Solazo pegando en la terraza frente al mar, mientras, de cuclillas, limpiaba un librero que John y yo acabábamos de rescatar de una bodega abandonada. Cuando intenté ponerme de pie, ya no pude. Me quedé viendo estrellitas de dolor, la rodilla derecha bloqueada, sin poderla estirar, sin poder apoyar el pie en el suelo. Lo peor de las horas que siguieron a ese tonto accidente (¿no lo son todos?) fue mi enojo conmigo misma. Luego me metí a Internet a buscar respuestas y soluciones. Todo apuntaba a un esguince, pero fiel a la tradición catastrófica Viliesid, me fui hasta la cocina y me autodiagnostiqué desgarro de meniscos. Lo importante fue el sentido común de quedarme en reposo, poner la pierna en alto, vendarme la rodilla y esperar. John tuvo que ir a comprar unas muletas y todavía me di el lujo de pedirlas “bonitas”. Vanidad ante todo.

Desde entonces me he sentido en un sueño, en una obra de teatro, en una historia que no es la mía, como si estuviera interpretando un papel ajeno, como un desdoble de la personalidad. Soy lo que se dice “una hacedora”. Yo hago cosas. Ése es mi asunto, mi rollo. Y desde hace un mes, el 90% de las cosas que ocupan mi vida, no las puedo hacer. Mi “hacer” se ha visto drásticamente limitado a las funciones básicas del día a día, siempre y cuando no involucren movimiento. Puedo trabajar a ratos en la computadora, y gracias sean dadas a l@s dios@s por mi reposet. Tengo mil libros que leer y bastantes películas que ver. Puedo desplazarme al jardín y bañarme con la manguera sentada en una silla. Pero no mucho más.

Quizá porque estoy tantas horas en silencio, con tanto tiempo para pensar, con la calma necesaria para hacer mis respiraciones y mis mudras sanadores, he estado recordando con mayor claridad mis sueños. Hace unos días soñé que caminaba otra vez, con muchas precauciones claro está, y la sensación era sí de fragilidad, pero también de novedad y descubrimiento, como si me deslizara ligera y semiflotando por el suelo. Otra noche soñé que entraba a mi casa apoyada en las muletas y que alguien me había cambiado todo de lugar y había sustituido algunos de mis muebles por otros, y ese caos me asustó y encolerizó. También me han visitado en sueños fantasmas de otros tiempos, sus cosméticos y botes de crema en perfecto orden y colores, en un tocador donde ya no había espacio para mí, y cuando me miré en aquel espejo, vi la cara nada menos que de Denzel Washington. ¡Eso sí que desafió mi interpretación!

Tras los sueños viene el despertar a una realidad muy concreta. Una persona discapacitada se ve obligada a hacer ajustes en su idea de lo que es propio, conveniente e íntimo. Tiene forzosamente que aceptar esa realidad, la de depender y confiar en los demás, hacerlos partícipes de su vida personal y poder decir, en un momento dado, ok me rindo. Parte de la gran incertidumbre que sentía en el regreso de St Thomas a Cancún incluía actividades que normalmente hacemos en privado. Obligada por las circunstancias, no fue tan difícil decirle a la amable señorita que me condujo por la aduana y revisión de equipaje que me acercara a un baño. Su momentáneo gesto de disgusto quizá se debiera a que pensó que yo necesitaría algún tipo de ayuda, pero la tranquilicé diciendo que yo me las podía arreglar sola y ella me tranquilizó diciendo que me esperaba con la silla de ruedas a la puerta. Tampoco fue difícil dejarme cachear completamente por una mujer policía, al no poder cruzar por mi propio pie a través del detector de metales. Fue interesante el ritual de la revisión corporal de los gringos, siempre pendientes de que no los demanden por abuso, porque me fue explicando cada movimiento del dorso de sus manos para asegurarse que no llevara yo armas escondidas.

Lo que sí pensé que me costaría más trabajo fue pedirle al chico cubano que me recibió en Miami con la silla de ruedas, que me llevara al baño y a comer algo. Pero resultó, en cierto sentido, más fácil y de plano divertido. Primero, porque me transportó a velocidades suicidas por los largos pasillos del aeropuerto de Miami, sorteando viajeros y maletas a diestra y siniestra, a tal punto que creí que nos estrellaríamos contra alguien o que yo saldría disparada en cualquier momento. Como buen cubano, además, cada vez que veía a una chica guapa, viraba la silla de ruedas para que pudiéramos pasar cerca de ella y soltarle un piropo. Acabó dándome risa. Y no sólo me llevó a un baño especial para personas discapacitadas – “cuando termine nada más me da un grito y entro por usted” – sino que me compró un wrap de pavo y algo de beber antes de depositarme en la sala de espera donde saldría el avión a Cancún. Nunca me había quedado tan claro que la discapacidad requiere de soltar cierta vergüenza y de adquirir cierta fortaleza para pedir ayuda y dejarse ayudar. Bajar los puentes, vulnerar las defensas, abrir las compuertas, dejar entrar a la gente a la intimidad.

Y siempre hay una mano amiga, o al menos esa ha sido mi experiencia. Me subieron al avión en St Thomas en un elevador donde había otra señora en su silla de ruedas. Nos saludamos como viejas conocidas, como si perteneciéramos al mismo club; compartimos historias de accidentes y daños; me sentí acompañada y sobre todo comprendida. Ella viajaba con su marido, lo cual le facilitaba las cosas, y éste se ofreció también a ayudarme. En Cancún, después de que un amabilísimo hombre me pasó por migraciones y aduanas como una exhalación hasta el estacionamiento, me esperaba mi amiga/hermana, que me albergó en su casa, me llevó al médico, al ultrasonido, a farmacias y tiendas de ortopedia, al súper y finalmente a mi casa. Otras amigas, amigos, parientes, colegas de la biblioteca y de la universidad, vecinos y mi ayudante/mano derecha y su familia han estado al pie del cañón. Siento cotidianamente su apoyo y su cariño, como el de otros seres queridos en la distancia y el de John, aún lidiando como está, con sus propios problemas de salud. Ayuda no falta en la vida, eso me queda claro, como me queda clara la confabulación del universo para que las cosas salgan como tienen que salir. Yo sólo debo confiar y abrir mi corazón. La autosuficiencia también tiene límites.

La mayor lección, no obstante podría ser la pérdida de control, el imperativo de soltar el control, porque no hay de otra; pero en realidad, el aprendizaje detrás de esta lección es que no hay nada, absolutamente nada, ni siquiera nuestro cuerpo, ni siquiera nuestra mente, que esté bajo nuestro control. Esta palabra podrá aplicarse a los controles de una máquina o de un vehículo, pero no tiene cabida en la incertidumbre del mundo humano, o mejor dicho, no tiene cabida en lo que se refiere a la naturaleza y a la vida. Suponemos que estamos en control de lo que hacemos y lo que nos rodea, pero es sólo una pantalla que proyecta otras pantallas de seguridad, solidez, permanencia. Son muletas. Ahora, en mi nueva inseguridad y vulnerabilidad, me aferro a mis muletas como mi único medio de sostén, mi escaso y limitado medio de control y solidez. Pero hasta mis muletas se resbalan y tambalean. La lección de Buda sobre la impermanencia acaba de adquirir en mi vida un sentido real. Se transformó de teoría en certeza práctica.

No iba a escribir sobre la paciencia, pero la experiencia de tener que acudir al Seguro Social por mi incapacidad fue una soberana lección en esta admirable cualidad de la que yo, siento decirlo, carezco. Impaciente, al fin y al cabo, nunca me había dado el tiempo de ir a tramitar mi carnet y si no fuera porque varias personas se apiadaron de mi y mis muletas, habría tenido que regresar, hacer cola para obtener una de las 9 fichas para carnets, luego ponerme en la otra cola para obtener una de las 40 fichas para solicitar cita con el médico familiar, regresar probablemente al día siguiente a esperar mi turno. A punto estuve de mandar a volar todo el asunto, pero gracias a la compañía, ayuda y sabios consejos de dos compañeros de la biblioteca que estaban conmigo, obtuve el carnet, vi al médico familiar, me dieron mi incapacidad y encontré la fuerza y la paciencia para ir todavía a hacer más colas por más fichas a la clínica de especialidades, no sin antes pasar por urgencias como requisito de un complicado e incomprensible protocolo burocrático.

No se si aprendí la lección y tengo ahora más paciencia que antes. Lo que sí siento es un renovado respeto por todas aquellas personas cuya única opción de salud es el IMSS, que hacen cola para obtener fichas a veces desde las 4 de la mañana en medio de niños tosiendo y adultos enfermos. Y mi respeto se extiende aún más hacia todas aquellas personas que sufren alguna incapacidad. El mundo no está hecho para ellas. Ciertamente hay rampas y baños más grandes y lugares especiales de estacionamiento, pero el reto que enfrentan es algo inimaginable hasta que una tiene que vérselas con un simple movimiento como es el acto de caminar. No quiero imaginar lo difícil que debe ser la cotidianeidad para las personas que de por vida viven en sillas de ruedas o se mueven con muletas, o a quienes les falta un brazo o no pueden ver. Para mí hay luz al final del túnel, pero no se si el material del que estoy hecha resistiría, sin amargura aniquilante, una vida de continuos desafíos semejantes.

Me esperan todavía dos semanas más de incapacidad y el lento camino de la terapia de rehabilitación física. Me contaba mi mamá que, de pequeña, aprendí a hablar antes que a caminar. No creo que por flojera, sino por precaución. Ahora es posible que tenga que aprender a caminar nuevamente y cuando visualizo el proceso siento trepidación pero más que nada unas ganas enormes de hacerlo. Me veo caminando por la playa, subiendo las escaleras de la biblioteca, haciendo ejercicio en la escaladora, bailando salsa con mis amigas. Pero sobre todo me veo a mi misma cuidándome con una nueva consciencia. Con una amorosa, paciente y compasiva consciencia. Que así sea.

¡Noticias del Trópico ya está en un blog!
http://noticiasdeltropico-lorenzia3.blogspot.com/

viernes, 5 de febrero de 2010

Curriculum vitae. Noticias del Trópico 41

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 12, núm. 41, 31 de enero, 2010.

Curriculum vitae

A horcajadas entre dos mundos - el Viejo y el Nuevo - fui concebida en el gran cañón del Colorado en los albores del invierno y nací en el altiplano mexicano en las postrimerías del verano. Es decir, soy Tierra por todos los costados y doblemente Virgo. Será por eso que hace más de 18 años vivo frente al Caribe; porque anhelo el equilibrio del mar y sus horizontes.

Provengo de un caldero de culturas forjado en Iberia, por más que haya nacido en la meseta de Anáhuac. Y con todo, mi querencia es de ave y flor tropical.

En otras vidas fui orgullosa académica, maestra y curandera. Luego comprendí que sobre todo soy, y siempre seré, buscadora y aprendiz. Hoy cuido mi jardín, transito entre libros y me siento como pez en el agua.

Recorrí los caminos de la antropología y la historia, de la astrología y el yoga, de la investigación y la contemplación. Entré y salí de esos y otros mundos, y me quedo con el oficio de escribir.

Soy mujer y soy amante. Fui hija, pero no madre. No soy esposa pero sí ama de mi castillo. Tengo familia consanguínea cercana y lejana, y familia de amigos breve pero sustanciosa. Mi prole son dos perros y cuatro gatas. Y en una isla, siguiendo los pasos de mi bisabuela, encontré el amor.

Si fuera edificio, sería una biblioteca de paredes de madera, rincones cálidos, sillones mullidos y luz perfecta para leer.

Si fuera planta, sería curativa en pequeñas dosis y fatalmente venenosa en exceso.

Si fuera animal, sería una gata bien comida estirándose al sol.

Soy más intelectual que fogosa. Más doméstica que feral. Más apasionada que creyente. Más nórdica que emotiva. Más escéptica que entregada. Más león disfrazado que oveja. Más loba solitaria que abeja.

Y me veo mejor en persona que en foto.

Etapas van, etapas vienen. Noticias del Trópico 40

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 11, núm. 40, 11 de septiembre, 2009.

Etapas van, etapas vienen

Hace muchos años, cuando yo era tan joven que esas cuestiones no significaban nada para mí…todavía, arrasó el mercado de libros y lectores un best-seller a nivel mundial: Passages. Predictable Crisis of Adult Life, de Gail Sheehy, traducido al español como Las crisis de la edad adulta. Era 1976.

Lo leí con ojos de antropóloga e identifiqué varias de esas etapas críticas con los ritos de paso que, tarde o temprano, tod@s atravesamos y que van marcando, a nivel social y personal, nuestro avance por la vida. Luego, ya entrada en la astrología, me han quedado claros los ciclos de 7, 14, 21 y 28 años en los que nos movemos a nivel de las energías planetarias y que - ¡oh sorpresa! - coinciden con las apreciaciones de Sheehy y con una de sus frases célebres: “Para crecer hay que renunciar temporalmente a la seguridad”.

¿Cómo pasamos de una etapa a otra? Ciertamente soltando la seguridad del pasado conocido y aventándonos valientemente a lo desconocido por venir. Hay ciclos que cerramos deliberadamente y con plena conciencia. Cruzamos el portal a sabiendas de que hemos dejado una etapa atrás y dado el paso decisivo hacia otra nueva. Así son justamente los ritos de paso: bautizarse, graduarse, casarse. Eventos concretos en fechas precisas.

Sin embargo, hay etapas que terminan sin que nos demos cuenta, y un buen día abrimos los ojos a una realidad que quizá ya venía cambiando desde antes. En el amor, por ejemplo, de pronto amanecemos al lado de un perfecto extraño que creíamos conocer mejor que a nosotras mismas y nos preguntamos cómo rayos sucedió y qué hacemos ahí.

Las más de las veces, no obstante, una mezcla de decisiones conscientes y empujones del universo nos llevan de la mano. Ahora sé que el cruce de una etapa a otra no es realmente cuestión de uno o varios sucesos preestablecidos; ni siquiera de un momento definido. No vamos por la existencia de evento en evento, sino que todo se desenvuelve en procesos, unas veces más rápidos y otras más lentos. Ciertamente existen eventos que nos marcan y dejan su huella indeleble en el alma, pero el paso de una etapa a otra no es cuestión de actos súbitos sino de tiempo transcurrido.

¿Cuándo terminó mi vida chetumaleña y comenzó mi reinvención cancunense? ¿Hace dos años? ¿Más? Difícil decirlo. Pero hace unos días cerré un círculo – quizá el más importante de todo este proceso - y quiero compartirlo:

Viernes 28 de agosto:
Hago un recorrido por las calles de Chetumal con plena conciencia de su significado simbólico y ritual. Parto del Gran Marlon, un nuevo hotel donde me hospedo, que pretende ser elegante y minimalista sin conseguirlo en realidad. Se ubica en Juárez 88, justamente en el predio en el que, hace 30 años, estaba la primera casa donde viví, una mansión antigua de madera y techo de cuatro aguas habitada por una familia de murciélagos. El enorme terreno tenía en el centro un frondoso gigante, un árbol de fruta pan cuya almidonada fruta me traía ecos de relatos de Julio Verne y aventuras en exóticos mares del Sur. Había también guayabos, nísperos y ciruelos que servían de coartada y escondite a las hijas de la vecina. Agazapadas entre sus ramas, las muy curiosas nos escuchaban a B y a mi hacer el amor en cálidas tardes de siesta. ¡Cuántos recuerdos de aquella casa! Quizá ahora deambulen como fantasmas perdidos en la nueva estructura de concreto y metal…

Continúo mi camino por derroteros predecibles. Mi ceiba favorita, “Las Dos Hermanas”, me da la bienvenida a la orilla de la bahía. La honro y le deseo larga vida. Paseo por el muelle poblado de los pescadores de siempre, y como siempre, me maravilla la paciencia con la que tienden sus hilos de nylon y esperan a que pique algún despistado jurel desviado del cauce de su cardumen. Todo ello es buen pretexto para una plácida charla. Miro la desembocadura del río Hondo y me doy cuenta de lo bella que sigue siendo la bahía, circundada en buena parte por el verdor horizontal del país vecino. Y soy mirada por la ciudad desde sus landmarks y nos reconocemos. Aquí hice muchas cosas, crecí, aprendí, fui feliz.

El malecón me lleva finalmente a mis antiguos lares en la frontera del Barrio Bravo. Caminando por Reforma es imposible no ver e impactarse con la construcción que ha levantado Cristóbal en el curso de casi 9 años. ¡Sí que está dejando su marca en el paisaje urbano! Enfrente, mi casa. La veo hermosa y expectante, preparada también para comenzar una nueva etapa. Nos sonreímos en el recuerdo de 15 años compartidos. Es un lugar vivo que me mira con buenos ojos y sé que tanto ella como yo tenemos un destino propio. Ahora una nueva familia la habitará, cuidará, disfrutará. No necesito entrar. Ya nos despedimos.

Sábado 29:
Las señales de cierre abundan. Sin haberlo realmente planeado, finiquito acuerdos, firmo documentos, instruyo cancelaciones, redondeo trámites. Algunos contra reloj, como si el universo, sonriendo, me dijera “te la estamos haciendo cardíaca para que no te olvides de confiar”.

Domingo 30:
Son las 7 de la mañana y Chetumal es mío. Me pertenece. Cruzo por sus calles vacías, sus semáforos intermitentes, sus banquetas rotas. Soy el único ser humano en kilómetros a la redonda.

Desayuno en Sergio’s, otro landmark que, desde que lo conozco hace tres décadas, no ha cambiado. Imposible olvidar que el tiempo transcurre diferente en Chetumal. Después de todo, es el mundo al otro lado del espejo.

Margarito, amigo y colega, me lleva a comer a Ichpaatún, un hermoso lugar frente a la isla de Tamalcab. Pido el clásico ceviche mixto y la memoria del gusto y el olfato me remonta a aquella primera comida que compartí con mi hermano Alfredo en el restaurante de Fina Muza, recién llegada a Chetumal en septiembre de 1978, y en la que supe, entre lágrimas y risas, lo que es el chile habanero.

La conversación con Margarito resulta tan amena y provocativa como deliciosas son las viandas y perfecto el paisaje. Después de analizar a la UQROO, sus años iniciales y cambios irreversibles; de abordar la Zona Maya y el derrumbe de un mundo que no volverá; de desmenuzar un país al que se lo está llevando Patas de Cabra, no podemos menos que desembocar en cuestionamientos profundos y filosóficos: ¿Podemos todavía hacer antropología clásica? ¿Tiene aún sentido y posibilidades el clásico trabajo de campo? ¿Es una ciencia social en extinción y nosotros dinosaurios? ¿Nos equivocamos de camino o se trata más bien de la crisis de las Humanidades? ¿Tenían nuestros padres razón al insistir en que estudiáramos una carrera menos idealista y más productiva? ¿Somos unos románticos incurables en busca del noble salvaje, de un objeto/sujeto de estudio que no es ni quiere ser esa imagen idealizada? Food for thought…

Cierro el día cenando con mis más antiguos amigos chetumaleños: Juan y Carlota. Qué delicia de charla y de postre: un brownie con helado de vainilla que me zampo sin culpas. Compañeros de andanzas., locuras y proyectos, testigos de muchos de mis propios ritos de paso, son prueba viva de que las etapas van y vienen pero lo firme y radical permanece. Somos amigos incondicionales desde hace 31 años. Un motivo más para celebrar.

Lunes 31:
El notario nos espera, a mis compradores y a mí, para firmar la venta de mi casa. Queda en buenas manos y yo puedo decir adiós a Chetumal. La próxima vez que regrese, será diferente. Miraré la ciudad, la bahía, los recuerdos, con ojos distintos. Siempre amorosos pero ya desde el portal recién cruzado, ya desde otro territorio y otro ciclo vital.

Te deseo larga y plácida vida, querido Chetumal. Que no te afecten los vientos de indiferencia y rechazo que soplan desde el norte. Que no te confunda la voracidad disfrazada de progreso. Que las garzas adornen de blanco el manglar y que por muchos años lo sobrevuelen los pelícanos. Y que jureles, pargos y una que otra cherna tengan a bien llegar hasta los pescadores del muelle.

Rhincodon typus. Noticias del Trópico 39

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 11, núm. 39, 19 de julio, 2009.

Rhincodon typus

Su nombre oficial es Rhincodon typus. Ancestros suyos deambulaban por los océanos primigenios hace 60 millones de años y en la actualidad gusta de recorrer las aguas tropicales. Tiene un rango de vida de unos 70 años, puede medir hasta 12 metros de largo y llegar a pesar 14 toneladas. Y sin embargo, es inofensivo, tierno y vegetariano. O diríamos que vegan, pues no come más que plancton, el alimento básico de su hábitat.

Pero todo esto lo supe después. Antes de que yo le fuera presentada de manera formal – personalmente y en persona – sólo sabía que es el pez más grande del mundo. La primera vez que oí hablar de él fue leyendo el relato de Thor Heyerdhal acerca de la travesía del Kontiki de Perú a la Polinesia - libro que yo misma le regalé a mi mamá en Oslo, Noruega, tierra natal de Heyerdhal, cuando visitamos su museo en el verano de 1969. El encuentro del explorador con el enorme pez a la mitad del Pacífico quedó grabado hasta hoy en mi memoria. Sin embargo, nunca imaginé que pudiera llegar a nadar al lado de este plácido gigante de piel escamada, áspera, cortante y simétricamente moteada.

Salimos a las 7 de la mañana del muelle de Punta Sam con rumbo este-noreste, lo que nos hizo pasar a un costado de Playa Norte, Isla Mujeres. Éramos 10 en la lancha, todos vecinos míos, más dos capitanes y el guía. Pasamos a la vista de Contoy, hicimos un gran rodeo y tardamos unas 3 horas antes de divisar una cincuentena de aletas enormes que sobresalían del oleaje dibujando lentos círculos. Estábamos, por fin, frente al tiburón ballena.

Unas treinta lanchas delimitaban el radio de 500 metros en el que se movía el cardumen. Es decir, éramos unas 300 personas ansiosas por echarnos al mar con aletas y snorkel, aunque de cada lancha solamente se tiran dos personas a la vez, más el guía, para no asustarlos.

Los gigantes nos rodean, adultos enormes y bebés de 3 metros, pasando al lado y por debajo de la lancha en rítmico vaivén de la cola, acompañados de su séquito de peces piloto, la enorme boca abriéndose y cerrándose. Algunos se colocan verticalmente y abren las fauces tocando la superficie. A esos los llaman “botella”. No se si les somos indiferentes o nos toleran y hasta nos esperan para que nuestro rápido aleteo les logre dar alcance y podamos disfrutar de su compañía unos momentos más antes de regresar a la lancha.

Yo me lancé al mar tres veces y lo hubiera hecho varias más. Regresé a casa exhausta y feliz. Las siguientes fotos, tomadas por mi vecino Poncho, compañero de inmersión, dan cuenta de una experiencia que repetiría gustosa y que de plano recomiendo.

Las piedras de Gaza. Noticias del Trópico 38

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 11, núm. 38, 23 de enero, 2009.

Las piedras de Gaza

Es difícil imaginar que Palestina, esa "tierra sin esperanzas, triste y con el corazón roto", al decir del escritor Mark Twain, hubiera tenido alguna vez un verde paisaje. Para él era como si aquellas colinas pelonas y secas hubieran cometido algún horrible pecado por el que estuvieran siendo castigadas. Le parecían haber muerto a pedradas. Difícil creer, entonces, que alguna vez hubo verdor – bosques - en ese paraje.

Pero sí los hubo.

Durante 13 siglos, cada ejército que pasó por la región lo hizo al grito de "corten todos los árboles". Cuando Pompeyo invadió Palestina, haciéndola parte del imperio romano, taló vegetación al por mayor. Unas décadas después, cuenta el historiador Josefo que los soldados de Tito pasaron por el hacha a cada árbol que todavía estaba en pie en un radio de 20 kilómetros alrededor de Jerusalén. Los cruzados no fueron excepción y destruyeron lo que encontraron a su paso en nombre de la Cristiandad. Y a principios del siglo XX, los ingleses acabaron con las huertas que todavía quedaban, para evitar que los turcos se escondieran y los atacaran desde allí.

Ésta es la tierra prometida. Pero no me refiero a la promesa bíblica de Yaveh a sus elegidos. Han existido dioses más implacables.

Palestina se firmó como tierra de promisión en 1917. Con la Declaración de Balfour, la Corona británica prometió la formación de un estado nacional judío en la región, porque así convenía a sus intereses. Un año antes, el acuerdo secreto Sykes-Picot le garantizaba a Francia un jugoso pedazo, mientras que el coronel T.E. Lawrence – el famoso Lawrence de Arabia – prometía a los árabes su independencia a cambio de que se aliaran con Gran Bretaña en la guerra contra Alemania y Turquía.

Una curiosa historia – ignoro si real o no – explica porqué el Estado de Israel no se creó en una de las colonias inglesas de África: Uganda, de hecho. La decisión se redujo a un compuesto químico: la acetona, a su vez un componente básico de la dinamita. Al parecer, un inmigrante ruso que vivía en Inglaterra descubrió la manera de producir acetona a partir de una variedad de castañas, pero la patente fue otorgada a un súbdito inglés. Con tal de que el inmigrante ruso, que se llamaba Weizmann, no protestara abiertamente, la Corona le concedió su más caro deseo: una patria para los judíos en Palestina, que acabó convirtiéndose en un protectorado inglés.

Como ingredientes de una mezcla explosiva, vemos apilarse una a una las decisiones unilaterales, los acuerdos secretos, la manipulación y el engaño. Y en medio de ello, los palestinos que no sueltan su tierra, los israelitas que sienten su derecho sobre ella, muchos cristianos de quienes nadie habla. Todos ellos valoran esa tierra desértica y dilapidada más que sus vidas. Es una ironía que Palestina sea un lugar tan desolado y sin embargo tantos hayan deseado y deseen poseer.

Una leyenda árabe dice que, cuando Alá creó el mundo, puso en dos costales todas las piedras que un ángel debía repartir en su superficie. Mientras el ángel volaba sobre Palestina, uno de esos costales se rompió, y en ningún lugar son esas piedras más evidentes que en Gaza.

Quienes acompañaron a Winston Churchill, Gertrude Bell, Lawrence de Arabia y otros dignatarios europeos a la Conferencia de Cairo en 1921, no pudieron hallar nada que les pareciera hermoso ni agradable ni suave en Gaza. Nada crecía, nada prosperaba bajo aquel sol inclemente, excepto las piedras y la furia.

Por cierto, no hubo un solo árabe presente, ni siquiera como observador, en aquella conferencia en la que se decidió el destino del Medio Oriente y el pastel se repartió sin su conocimiento, consentimiento y participación.

Lawrence hizo lo que pudo para representarlos. Trató de equilibrar los intereses imperiales internos con la política internacional y con las expectativas de una miríada de grupos en conflicto: árabes, libaneses, drusos, sirios, kurdos, armenios, judíos nativos y judíos europeos, turcos, persas, egipcios, palestinos y cientos de tribus beduinas. Todos querían algo que tenía que ver con quitarle su tierra a alguien más.

La autoimpuesta misión de Lawrence resultó imposible. "Una cosa acerca del Medio Oriente es cierta - dicen que dijo –: siempre habrá otro ejército esperando en el recodo del camino".

Y las piedras de Gaza, hoy son tumbas.

Tres veces. Noticias del Trópico 37

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 10, núm. 37, 23 de diciembre, 2008.

Tres veces

La primera vez que vi a mi madre salvar a una mujer de ser raptada y violada, tenía yo unos 7 u 8 años. Vivíamos en el Pedregal, en una época en la que la calle de Fuego tenía tan solo unas cuantas casas rodeadas de lotes baldíos. No existía aún el Periférico y en realidad estábamos prácticamente en el borde de la ciudad. Recuerdo que Reynaldo, nuestro chofer, estaba sacando el coche para irnos a la escuela, un Ford Galaxie amarillo. En ese momento, una mujer joven apareció corriendo por la calle gritando socorro. La perseguía un hombre.

La chica se agarró a la manija de la portezuela, suplicándole al chofer que la ayudara, mientras el tipo la jaloneaba para arrancarla de su asidero al tiempo que insistía en que se trataba de su novia, “No le haga caso, señor, está muy alterada la pobrecita, ahorita mismo me la llevo”. Reynaldo permaneció estático, callado, sin ayudar, sin tomar ninguna decisión. Quizá no sabía qué hacer o no quería meterse en problemas.

Para fortuna de la jovencita, que seguía gritando desaforada sin soltar la manija, Queenie salió en ese momento a la calle y preguntó que qué pasaba. “Señora, por su madrecita santa, por la virgen, ayúdeme, señora, ayúdeme por favor”, suplicaba la muchacha mientras Reynaldo, “Figúrese señora, no se quiere ir con él”, y el tipo, “Es que soy su novio y me la tengo que llevar, se tiene que venir conmigo”, y el chofer, “Es que es su novio, señora, qué quiere que yo haga”. “No, señora, no es cierto, yo a este señor ni lo conozco, ayúdeme por diosito santo, ayúdeme”. Todo esto como a las 7 de la mañana, en medio de la calle donde no había un alma.

“Qué novio ni que ocho cuartos”, dijo mi mamá. “Aunque sea su marido, su hermano y hasta su padre, no se la va a llevar a la fuerza si ella no quiere”. El tipo empezó a protestar, pero Queenie lo ignoró. “Ándale, súbete al coche, que te vamos a llevar a donde tú quieras”. Nos subimos las tres al coche y ya en él, la jovencita afirmó que no conocía a ese hombre, que desde luego no era su novio, y mi mamá, que aunque lo fuera, que no se dejara maltratar, y al chofer, “¿Cómo es posible que no la ayudara, Reynaldo? ¿Iba a dejar que ese hombre se la llevara así como así?” y él, “Es que dijo que era su novio, señora”, “¿Y eso qué?”, contraatacó mi mamá, etc. El hecho es que dejamos a la muchacha en un sitio de taxis de San Ángel, y ella, llorosa, casi nos besa las manos.

Las otras dos ocasiones en las que fui testigo presencial de la energía salvadora de mi madre, evitando que una mujer fuese probablemente asaltada y violada, tal mujer era yo misma. Y lo atribuyo, no al proverbial instinto materno, que no existe – mi formación de antropóloga lo asegura, pues el único instinto que se da en todos los seres vivos es el de la supervivencia, ése sí que es instinto y es el único - sino a algo que sí me consta: una especie de lazo poderosísimo entre mi madre y yo, supongo que entre la mayoría de las madres y sus hijas, una especie de cordón umbilical intangible pero muy real que nos unía, un olfato inexplicable, una voz interna que le anunciaba peligro y que, como en el caso de aquella chica de la calle de Fuego, la hizo aparecer en el momento más adecuado y necesario.

Aquella vez fue en mi departamento en la ciudad de México. Llegué de la universidad y no se por qué descuido estúpido, dejé la puerta abierta. Me fui a mi habitación, dejé mis cosas, y cuando regresé a la sala, me topé con un hombre que estaba a medio camino hacia el pasillo. Yo ya lo había visto antes, me lo había topado a la entrada del edificio o bajando las escaleras, pues era amigo del vecino de arriba, y su aspecto siempre me había parecido repulsivo. Era un tipo chaparro, gordo y que cojeaba de un pie. Todo en él, desde su traje gris abolsado hasta sus zapatos empolvados, hablaba de descuido, pero su señal más distintiva y desagradable era el color zanahoria de su pelo grasoso y ralo.

Al verlo me quedé paralizada del susto, mientras que él retrocedía hasta la sala, disculpándose. Ya ahí me dijo que lo único que quería era un vaso de agua, e hizo el ademán de cerrar la puerta que todavía estaba abierta. La garganta se me secó y recuerdo que sentí los pelitos de la nuca erizarse. No me podía mover, pero le dije, “Ahorita le doy un vaso de agua, pero no cierre la puerta porque mi mamá está por llegar de un momento a otro, así que déjela abierta”. No se, ni sabré, de dónde me salieron esas inexplicables palabras. Y en esas estábamos cuando, milagrosamente, porque no hay otra palabra, Queenie salió del elevador y apareció en la puerta. El tipo, todo amabilidad, salió corriendo sin beberse el vaso de agua, acordándose que tenía algo importantísimo que hacer en alguna otra parte.

Cuando le expliqué a mi madre lo que había sucedido, me dijo, “Ay, hija mía, no hagas esas estupideces, no lo hagas, es peligrosísimo, ¿te imaginas si yo no hubiera aparecido?”. Luego le conté lo que yo le había dicho al tipo, de dejar la puerta abierta porque mi madre iba a llegar, y ella me contestó que estaba arriba en su departamento, pensó en mi, sintió la necesidad de verme y que sin más había bajado los dos pisos que nos separaban. Hasta el día de hoy estoy segura de que me salvó de una experiencia por demás desagradable, o al menos de un buen susto.

La tercera ocasión en la que ocurrió algo parecido fue tiempo después, cuando Luciano y yo ya vivíamos juntos. Para festejar el cumpleaños de Queenie, la invitamos a un hotel de la Zona Rosa donde daría un concierto Alfredo Zitarrosa. Y era tal el gentío que había en la puerta, que le pedí a Luciano que acompañara a mi mamá a nuestra mesa, mientras yo, que ya estaba al volante, llevaría el coche al estacionamiento contiguo. Debió haber sido al revés, pero ¿cómo yo – en un arrogante show de autosuficiencia e independencia – iba a permitir que alguien más manejara mi coche?

El estacionamiento era de varios pisos, oscuro, solitario. Lo recorrí hasta encontrar un lugar. Me bajé del coche, lo cerré y estaba por dirigirme a las escaleras hacia la calle cuando un hombre se me acercó a preguntarme la hora. No parecía empleado del estacionamiento ni del hotel, ni huésped, ni asistente al evento. Se me fue acercando, yo empecé a bajar las escaleras un poco más rápido con la adrenalina ahogándome el pecho, y él detrás de mi, cada vez más cerca, preguntándome con voz pastosa algo que yo no lograba entender. No había absolutamente nadie y me empecé a asustar en serio.

En ese momento, aparece Queenie subiendo por las escaleras, seguida de Luciano. Como si nunca hubiera existido más que en mi imaginación, el tipo se desvaneció en el aire. Con el corazón todavía a cien por hora le pregunté a mi mamá que qué hacían allí, y me contestó que sencillamente había presentido que yo estaba en peligro y le había insistido a Luciano que fueran a buscarme. De nueva cuenta en el momento preciso. No se si estábamos tan conectadas que era capaz de percibir a distancia mi angustia o si fue simplemente el sentido común que prevaleció o su vena sobreprotectora lo que la impulsó a buscarme en un estacionamiento enorme, sin la menor idea de dónde podría encontrarme. La abracé. Nunca me parecieron tan dulces y balsámicas las guitarras apasionadas de Zitarrosa.

55. Noticias del Trópico 36

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 10, núm. 36, 11 de septiembre, 2008.

55

Oigo campanas, ese sonido que para mi es evocador de niñez y nostálgico de lugares del corazón. Muchas campanas de distintas tonalidades, como si las 300 y pico iglesias de Cholula las hubiesen echado al vuelo simultáneamente llamando a vesper, incluyendo la pequeña y sin embargo imponente iglesia de naranjas pastel y blanco que corona la pirámide cubierta de maleza, la más grande del orbe americano. Del orbe, punto. Porque el Tlachihualtepetl es más grande que la pirámide de Kheops, aunque ésta sea más alta. Algo tiene esta Cholula de especial. No en balde sus casi 2,500 años de ocupación continua la convierten en la ciudad habitada más antigua de México.

Me siento en paz conmigo misma, muy a gusto. Dos días de trabajo en el DF con mis tutores de la tesis me dejan motivada y redirigida hacia mis objetivos. Y encuentro mucho más fácil visualizarme obteniendo un grado que me abrirá puertas prácticas y cerrará al mismo tiempo una etapa de mi vida. Y además hablo con John y oigo nada más que amor en el sonido de su voz. Sólo amor, y es bastante. Y me siento muy a gusto con mi recién adquirido estilo sano de vivir. Mi cuerpo me lo agradece y la serenidad de mi mente me indica que algo ha cambiado y que alquimias internas se armonizan entre las mil lorenas que pueblan mis paisajes.

Me ha gustado venir una vez más al Altiplano. Una voz interior me dice que he regresado a mi tierra, al lugar de origen al que pertenezco. Ver el Ajusco, montaña favorita, espolea mi energía. Y confirmo una vez más que aquí se encuentra el alma de mi país. Ese país que se nos pierde entre chispazos y convulsiones de modernidad, globalización, violencia y corrupción, pero que guarda su esencia en los detalles más sorprendentes.

En la Central de Autobuses de Puebla, un altar a la virgen recibe a los agradecidos viajeros que se arrodillan, encienden velas y bendicen haber llegado sanos y salvos a su destino. Su devoción me conmueve. En las calles de Cholula, la feria itinerante rompe la monotonía, y entre cazuelas de barro, ropa bordada, juguetes de madera, miniaturas de pasta, canastas de paja y dulces típicos, una dama tlaxcalteca me ofrece la más deliciosa de las quesadillas de flor de calabaza y maíz azul amasado por sus manos.

Al otro lado de estas calles empedradas, la hermosa y primermundista Universidad de la Américas nos abre las puertas a un congreso de nuevas tecnologías y tendencias innovadoras en los servicios bibliotecarios. Saltamos así de un universo a otro paralelo. Nos sumergimos en un mar de palabras esotéricas y conceptos del siglo XXI: web 2.0, bibliotecas semánticas, motores de búsqueda, libros digitales, usuarios participativos, URLS uniformadas, lenguaje XML, RDF descriptivos, blogs, wikis, calidad, funcionalidad, accesibilidad....

Mientras camino de regreso al hotel por mis maletas, cae una lluvia fina pero pertinaz. No la tibia lluvia caribeña, seguida invariablemente de sol y calores de sauna, sino helada, anunciando tormentas y otras consecuencias. Éstas no se hacen esperar. La odisea del autobús al aeropuerto de la ciudad de México, de equivocarme de terminal, de desandar lo andado en el aerotren y de apenas alcanzar mi vuelo en una carrera adrenalínica, me distrae. Pero ya en el avión, siento un escozor en la garganta y para cuando llego a mi casa a la medianoche, me espera una gripe que me tumba 5 días en aislamiento e inactividad.

No importa, estoy en mi casa. Mi flamante casa, desde donde oigo las olas del mar por la noche y los pájaros y las cigarras y las ranas y los mil sonidos del manglar al amanecer. Mi casa, con dos perros y cuatro gatos, y palmeras y azaleas en flor y macetas reverdeciendo por todos los rincones que me dan la bienvenida. También me la dan las ráfagas de viento y la lluvia intermitente que llegan como coletazos de Ike en su avance hacia el Golfo.

El doctor recomienda reposo, mucho líquido, nux vómica y cali carb. Con remedios caseros y cantidades industriales de té de hierbas, me la voy pasando. A ratos me siento a escribir, pero básicamente me acuesto a pensar. Mi luna en Libra ha dado toda una vuelta al horóscopo progresado, y de cerca la sigue Saturno. Dos ciclos, que son como uno, llegan a su fin para que otro comience. Es como un reestreno con nuevas oportunidades para aprender lo no asimilado en casi tres décadas previas, porque mi primer retorno lunar y saturniano, con todo lo que le acompaña, ocurrió en 1980. Tenía 27 años y hoy estoy cumpliendo 55. Creo prudente aprovechar esta tercera vuelta, porque la próxima vez que Luna y Saturno progresen a su origen, tendré 84 y quizá ya no haya gran cosa que hacer. Ahora es la oportunidad de tomar una vez más a mis padres e integrar en mí los principios femenino y masculino, asumirme como persona madura y responsable de mi destino, hacer pleno uso de mi libertad de acción y decisión, abrir mi conciencia al proceso y reconocerlo y reconocerme en él.

Me siento regalada y felicitada, no sólo por llamadas, visitas y correos electrónicos de familiares y amig@s, sino por ese viaje al Anáhuac, la compañía de seres queridísimos que hacía tiempo no veía, la reafirmación de mi vocación de estudio y trabajo, el contacto con raíces y recuerdos. ¿Qué mejor fin/comienzo? Como dirían Edith Piaf, Frank Sinatra, Mercedes Sosa y muchos otros antes y después que ellos, son 55 años vividos sin arrepentimientos, a mi manera, plenos y agradecidos.

De Almeja a Pez Dorado. Noticias del Trópico 35

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 10, núm. 35, 29 de julio, 2008.

De Almeja a Pez Dorado

“¿Vives?” – preguntaría mi amigo Juan, y yo contestaría, y contesto, con un rotundo ¡Vivo!

Sin embargo, hasta hoy podría parecer que no, que he desaparecido de la faz de la tierra, que he sido tragada por uno de los muchos universos paralelos que coexisten en este Cancún de fantasía y oropel, de calores y colores, de abundancia y miseria, de caos y adrenalina, de depredadores y supervivientes.

Y podría parecer inverosímil el proceso evolutivo que lleva de un molusco a un pez. Pero en Cancún, todo es posible.

Ha pasado prácticamente un año – un año y 20 días para ser exacta – desde la última vez que escribí mis Noticias del Trópico. En aquel número 34 de las N. del T. contaba nuestra llegada – de los perros, gatos y mía - a Almeja 13, que hasta ahora ha sido mi coordenada y mi castillo. Pronto, sin embargo, nos mudaremos a una casa ubicada en Pez Dorado 11, frente a una playa muy popular y populosa los fines de semana, pues es la única que aún no ha sido reclamada por los hoteles. Está rodeada del manglar que marca al norte los límites de la ciudad y se encuentra en pleno corazón de Puerto Juárez. O sea que el lugar ni siquiera parece Cancún, sino un pueblo olvidado y medio derruído en alguna esquina ignota de México. Pero con sabor caribeño y un mar todavía hermoso.

Como es evidente, no escarmiento, y si en Chetumal vivía a un par de cuadras de la bahía, ahora vivo, o mejor dicho, viviré, a tiro de piedra del mar. En una temporada de huracanes que apenas inicia, es algo temerario, pero todo sea por un jardín, una vista hermosa y el lapso de escasos 8 minutos que me separan de mi lugar de trabajo, la Universidad del Caribe.

No estoy escribiendo estas Noticias como quisiera. Planeaba empezar pidiendo a mis lector@s, que son por cierto mis más car@s y cercan@s amig@s, una disculpa por un año de silencio. Un año en el que han sucedido muchas cosas y que ha requerido de energía por encima de lo que estaba acostumbrada a tener en Chetumal. Ha sido un año de duelo y renacimiento. Hablaba yo de duelo en mis anteriores Noticias, pero nada comparado con lo que ha significado iniciar una nueva, realmente nueva, etapa de mi vida, el corte que ha significado, los lazos que he tenido que aprender no a cortar, sino a resguardar y fortalecer de formas muy distintas a las conocidas. Un año de trabajo compulsivo, que era necesario para volverme a sentir viva, activa, creativa, pensante y actuante. Un año de los aprendizajes más diversos, de los despertares más cegadores para mis neuronas. Un año de confrontaciones frente al espejo, de logros laborales, de aventuras intelectuales y de amorosos encuentros. No ha sido nada fácil, déjenme decirles. Me he sentido y aún me siento perdida en ciertos espacios y llena de dudas en otros. Al mismo tiempo, algunas cosas, como este sentimiento de indiscutible felicidad, son bien concretas y me dan un asidero frente al futuro.

Mi trabajo es, sin duda, el de mis sueños y el mejor que he tenido en mi vida. Se dice fácil, pero he trabajado en muchas cosas y en muchas instituciones, y lo digo sin temor a exagerar. Hace muchos años, cada vez que entraba en una biblioteca, especialmente en bibliotecas como la del Congreso, Tulane, la U. de Texas, el Colegio de México, la Nacional y otras, recuerdo que siempre pensaba “¡Qué bonito sería trabajar en un lugar así!” y del cielo me cayó precisamente la jefatura de la biblioteca de la Universidad del Caribe. No puedo pedir más. Es una institución privilegiada y un privilegio trabajar en ella. Y la biblioteca, lo más divertido y enriquecedor que he hecho en mucho tiempo.

Estamos, además, estrenando edificio y nombre. Fue toda una experiencia organizar la mudanza, prepararnos para la inauguración – acto más político que académico –, recibir el archivo personal completito de don Antonio Enríquez Savignac (1931-2007), creador de Cancún, Secretario de Turismo y Secretario General de la Organización Mundial del Turismo, en cuyo honor se llama la biblioteca, y esperar ahora la llegada de los estudiantes que no conocen aún las nuevas instalaciones.

Luego de varias semanas en Cancún, empecé a ver por dónde iría el curso de mi vida y no pude menos que sorprenderme, pues desde 1997, cuando regresé de la India, nunca imaginé que retornaría a la academia. Y ahora estoy inmersa en ella, aunque con más sabiduría y experiencia que años atrás. Ya no me la creo del todo. Mucho de ese mundo frenético del “publicar o morir”, de las zancadillas y piratajes entre supuestos colegas, de sistemas de investigadores cuyas reglas cambian cuando crees que ya la hiciste, ese mundo ha dejado de tener interés, además de que desconfío de quienes sólo se lanzan a la vida desde el trampolín del intelecto.

Pero ¡oh sorpresa! Regresé a dar clases. ¡Y mayor sopresa aún! Reinicié el doctorado y estoy escribiendo mi tesis, la tercera. Espero que, ahora sí, sea la vencida. Al menos estoy divertida y entretenida, inmersa en el mundo de los viajeros y exploradores del Yucatán decimonónico, rescatando a los ignorados, desconocidos y olvidados, y reivindicando a los atacados y vilipendiados que, por cierto, no son pocos. Dar voz a los muertos, resucitarlos, escucharlos a través del tiempo y hacerlos presentes. En eso sigo los pasos y el ejemplo de Michelet y otros historiadores clásicos. Además, la tesis ha adquirido un significado mucho más profundo e importante para mi, más allá de ser un requisito para obtener el grado y con ello una serie de privilegios. Me di cuenta de que toda mi vida profesional he estado dedicada al estudio de una guerra – la de castas de Yucatán (1847-1904) – y que he pasado décadas leyendo, investigando y escribiendo sobre enfrentamientos, batallas, matanzas, heroísmo, traiciones, idealismos y muertes. Y me di cuenta de la importancia de las guerras, las persecuciones y los exilios en mi propia historia familiar. La tesis es también una manera de rescatar del olvido a mis muertos y a los muertos de todas las guerras, persecuciones y exilios por los que pasaron mis ancestros. Porque a fin de cuentas, sin importar los triunfos y las derrotas, todas las guerras son iguales.

Llevo un año viviendo en el ojo del depredador. No hay otra forma de describir el ataque frontal organizado contra la de por sí escasa vegetación de este lugar que alguna vez fue isla deshabitada y paradisíaca. El frenesí de la construcción rebasa cualquier concepto de crecimiento urbano. Los edificios, ahora ya de más de 20 pisos, saltan como hongos de la noche a la mañana, robando parques públicos, invadiendo antiguos sitios mayas, bloqueando la vista, destruyendo el manglar. Los gangsters que nos manejan a su antojo no tienen ningún plan de gobierno, pero sí proyectos personales. Pareciera que están en contubernio con las fábricas de cemento, al mismo tiempo que alimentan el caos vial, que les valen los baches en las calles y las banquetas rotas, que se desentienden de una fauna y flora en serio peligro de extinción.

Pero no todo es desesperanza. Caminando por el parque Kabah, uno de los pocos espacios verdes protegidos que quedan en esta ciudad, las familias de coatíes cruzan de un lado a otro de la vereda, y en la maleza puedo ver a un venado afilándose los cuernos contra un árbol. Hace poco fui testigo de cómo una camioneta de policía se paró para dar paso franco y, de hecho, ayudar a un enorme cangrejo azul a atravesar la carretera que dividió en dos su territorio.

La tormenta tropical Dolly dejó alrededor de la biblioteca una especie de foso medieval donde un lagarto estuvo dando vueltas un par de días. Eso y las serpientes que se pasean por la escalinata de la entrada, en busca de calorcito vespertino, son algunas de las amenidades que trae el vivir en este trópico mexicano y, en particular, al lado del manglar.

La vida en Cancún transcurre entre violencia y agasajo, entre oportunidades y caos. El dinamismo, el ritmo frenético, los locos al volante, los tiroteos, son mundos paralelos que coexisten con una creciente vida cultural, excelentes restaurantes, el culto al ejercicio en gimnasios y centros de yoga, eventos internacionales, la vida cotidiana en una ciudad fácil y difícil a la vez, donde hay tiendas de todo y para todo, donde puedes tomar clases de cualquier cosa, donde el choque, más que encuentro, entre tres Cancunes irreductibles se hace patente: el Cancún/Miami de oropel, que es la zona hotelera; el Cancún-ciudad de la cotidianeidad y las clases medias; el Cancún infernal de las regiones, donde miles de personas viven en condiciones infrahumanas. Tres Cancunes que milagrosa y precariamente coexisten al filo de la navaja. Yo quería una dosis de adrenalina después de 15 años de serena anestesia en Chetumal. Ya la tengo. Un año me ha llevado asimilarla, entenderla, y entender mis propios derroteros. Hoy más que nunca estoy segura de estar donde quiero y, por lo visto, donde quiere el universo que esté.

Y recién me llega la noticia: la compra de ésta, mi nueva casa, se efectuará mañana por la mañana. La evolución es un hecho. De almeja a pez dorado puede ser un buen cambio. Dejar un tanto atrás la concha protectora para abrazar la libertad de movimiento, el reto de mayores aventuras. Y desde luego restablecer conexiones temporalmente puestas en stand-by. Gracias por esperar.

Desde Almeja 13. Noticias del Trópico 34

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 9, núm. 34, 9 de julio, 2007.

Desde Almeja 13

Mi calle

Hace muchos años, creo que desde que era una adolescente – o quizá porque era una adolescente – pensé en mí como alguien más feliz cuanto más alejada estuviera del mundanal ruido, escondida en mi conchita, en mi propio mundo. Ahora esa imagen se ha hecho realidad... al menos en cuanto al nombre del lugar. Ahora vivo en Almeja # 13.

Si los nombres de las calles en las que hemos vivido significan algo en nuestra existencia (y ciertamente tengo una teoría que quizá enuncie más adelante), habría que ver qué significó haber nacido en los Andes y pasado, entre otras, por la energía del presidente Masaryk, las onduladas Praderas, el Fuego purificador, los Muertos de una Barranca, la histórica Reforma y ahora: Almeja.

Que de alejada del mundanal ruido no tiene nada. Está escondida, eso sí, en el corazón de la supermanzana 27 de Cancún, o sea, en el pleno y bullicioso centro de esta ciudad, rodeada de todos los servicios imaginables y con las principales arterias a la mano para llegar a cualquier lugar en cuestión de minutos (siempre y cuando el grueso tráfico y los conductores suicidas lo permitan).

El cargamento, el viaje, la llegada

Era domingo 24 de junio. La tarde anterior habíamos cargado la principal camioneta de Ricardo, un monstruo en el que cupieron el 90% de mis cosas, para así tener poco que cargar en la otra camioneta y en la Shakti y salir rumbo a Cancún lo más temprano posible. La caravana de Ricardo partió a las 9:30. Las plantas, Loki, Motita, Moushka, Clío, Perla, Jazbel y yo lo hicimos como dos horas después. No pude irme sin darle un prolongado abrazo a mi palmera real, sembrada desde pequeñita por Buller y por mí, lo mismo que la araucaria y que el flamboyán, al que salvé tantas veces de ser masacrado en su tierna infancia. Tendría que haberme despedido de más cosas y gentes, entre ellas el propio Buller, alguien de mi pasado remoto y tan alejado de mi presente que me pregunto si no lo soñé.

A fin de cuentas me despedí de quienes tenía que hacerlo y dejé otras despedidas para más adelante, cuando haga la mudanza final, cuando rente mi casa, cuando diga adiós, no se por cuanto tiempo, no se si para siempre, a Chetumal.

Lo bueno es que yo ya estaba mentalmente preparada para el viaje y ya lo había visualizado como una aventura. Porque nos paramos unas 8 veces en el camino. Para cerrar las ventanas y poner el aire acondicionado. Para apagar el aire y abrir las ventanas. Para limpiar la jaulita de Perla y Clío. Para comprar un rollo de papel y gel desinfectante. Para volver a cerrar las ventanas y poner el aire. Para limpiar la jaulita de Moushka y Jazbel. Para lavarme las manos... qué sé yo. Las gatas babearon, vomitaron, aullaron, maullaron, gimieron. Los perros, más acostumbrados al coche, acabaron por dormirse. Íbamos por Puerto Morelos cuando Ricardo me llamó para decirme que ya había llegado y que estaban empezando a descargar.

7 hongos solos y unas cuantas lágrimas

Cuando acabaron, sin más preámbulos, Ricardo y sus familiares emprendieron el regreso a Chetumal, y a mi se me hizo un nudo en la garganta. Me sentí como en una escena de película: la heroína sola, sentada sobre una alfombra enrollada, rodeada de cajas de cartón, paquetes, envoltorios y algunos muebles colocados como cayeron, en el silencio de una casa extraña, a punto de llorar. Las gatas, que no me dirigían la palabra, no estaban para bromas. Perla, desde sus exigencias de princesa tailandesa, me miraba como diciendo ¿a qué hora termina esta pesadilla?... porque es una pesadilla, ¿verdad?, mientras Clío encontraba refugio atrás del refrigerador.

Dicen en Constelaciones Familiares que no se trata de sufrir, sino de atravesar el dolor. Y también aseguran que esa travesía no dura más de 7 minutos. Así que al cabo de unas cuantas lágrimas y los 7 minutos más largos de mi vida, me levanté y empecé a acomodar y distribuir en los reducidos espacios mis pertenencias. Moushka salió de su escondite en un clóset para hacerme compañía y ambas nos apapachamos y nos tranquilizamos mutuamente. No te preocupes, todo va a estar bien, ésta es una gran aventura.

La casa nos recibe

Pronto empecé a encontrarle ventajas a una casa de una sola planta y sin escaleras, con tres habitaciones de buen tamaño, una sala comedor, un baño y un espacio supuestamente para la cocina, donde de momento sólo hay una tarja y mi refri. Todo está a la mano y la limpieza no parece muy complicada ni tardada. Me tomó una semana apreciar esta casita en lo que vale, aunque los perros apenas estén saliendo de la depresión. Extrañan su jardín de árboles, plantas, enredaderas y flores. Aquí hay solamente dos altas palmeras de las cuales cuelgan los racimos de cocos más grandes y peligrosos que he visto. Si nos caen encima....

Eso sí, tengo un escusado acolchonado. Jamás me había tocado uno con asiento y tapa que exhalan o inhalan según me siente o me levante. Tampoco había tenido que treparme a la caja de la Shakti para cerrar la reja del garage, ya que su cabuz apenas cabe en ese espacio. El patio tiene mucha basura que sacarán uno de estos días los ayudantes del arrendador y poco a poco se pondrán los mosquiteros que faltan, las luces del patio, los vidrios de la puerta de la cocina. Por cierto, ésta tiene una entrada/salida perfecta para las gatas que ya han aprendido a utilizar, al menos las negritas Moushka y Jazbel, aventureras y curiosas por naturaleza.

La austeridad llega a mi vida

Si de algo me he dado cuenta en el diario acontecer desde que me mudé a Cancún es de no necesitar la gran mayoría de las cosas de las que me he rodeado hasta este momento y que se quedaron felizmente en Chetumal. Ahora se que puedo vivir con mucho menos, que small is beautiful, que la simplicidad y la simplificación son maravillosas y que todo lo que incluso en estos momentos tengo de más, me estorba.

La Universidad del Caribe entra en vacaciones durante una semana a fin de mes, tiempo que quiero aprovechar para traer lo poco que falta, básicamente un par de muebles y algunos libros. Otras pocas cosas quedarán almacenadas para cuando me mude a mi casa propia y el resto serán vendidas, regaladas o tiradas a la basura, según corresponda.

La primera noche

Como a las 9 yo ya estaba para el arrastre. Muerta de cansancio. Había sido un domingo realmente intenso. El problema fue que a esas horas, Loki, que jamás ladra, empezó a ladrarle a cuanto ruido escuchaba y los perros de los alrededores a contestarle. Al filo de las doce me levanté para tener una conversación seria con él. Le dije que entendía su estrés, lo extraño del lugar, tantos sonidos nuevos, tantos olores desconocidos. Loki estaba realmente en su papel de guardián, supongo que con la adrenalina al tope, pero me entendió y se calmó un poco. Al menos los vecinos y yo pudimos conciliar el sueño mucho mejor.

El rumbo es sorprendentemente tranquilo y tres vecinos que conocí llegando, muy amables. Esa noche escuché a la vecina dialogar con su hijita y, para variar, me toca ser testigo de violencias verbales tan comunes como inconscientes. Pero fuera de ese incidente, los 7 hongos solitarios dormimos estupendamente bien.

El primer amanecer

Amanecí temprano - 6 de la mañana - sorprendentemente a gusto, tranquila y con la sensación de estar en el lugar que me corresponde en esta etapa de mi vida y según los designios del universo. Me puse a considerar todas las cosas que tuvieron que suceder para que yo me encontrara viviendo en Cancún.

Pasaron por mi mente acontecimientos dolorosos ocurridos hace ya 10 meses y que en su momento me llevaron al duelo, cuando aún no podía entrever que era el principio del fin, las primeras despedidas, la primera prueba en el difícil arte de soltar. Amistades que terminaron, contratos de trabajo que no podían continuar, desiertos laborales sin un fin a la vista, desasosiego, inquietud, sensación de autoexilio y unas ganas enormes de renovación, de reinventarme una vez más.

Todo eso se fue conjuntando con otras señales: la posibilidad de dar un curso a maestros de Bachilleres en Cancún, de inscribirme en un entrenamiento a dos años en Constelaciones Familiares y de trabajar en el Observatorio de Violencia de Benito Juárez. Finalmente, un entrañable amigo, el rector de la Universidad del Caribe, me ofrece un tiempo completo en esta institución, y mi ciclo de amor-odio-amor con la academia se vuelve a cerrar para comenzar en un nuevo nivel.

Agradecidísima a todas y todos quienes me soltaron, me despidieron, me empujaron, me animaron, me abrieron los brazos, me ayudaron, me dijeron adiós, me dieron la bienvenida y me desobstaculizaron el camino para que yo me encuentre hoy en Cancún y FELIZ con este cambio y las perspectivas que se abren ante mí.

Todo eso pensé en aquel primer amanecer de Almeja 13, que se convirtió en un día, en una semana y, hasta hoy, en 15 días intensos y llenos de actividad. Ciertamente que la semana de cursos en Bachilleres, donde impartí a maestras y maestros una actualización en historia y geografía de Quintana Roo, me mantuvo muy ocupada. Luego siguió un fin de semana igual de intenso en el entrenamiento en Constelaciones Familiares, y finalmente el lunes 2 de julio empecé mi nueva chamba.

Mi primer día de trabajo en la Universidad del Caribe

No me había dado cuenta hasta qué punto la Unicaribe es distinta a todo lo que he experimentado con anterioridad en el mundo académico (una posible excepción sería la Ibero cuando cursé la carrera de Antropología, y esto guardando las debidas proporciones de tiempo, enfoque y lugar, y únicamente para ciertas cosas de flexibilidad y no seriacion de las materias).

Es importante tener en mente una especie de glosario de términos, algo así como un vocabulario castellano-unicaribense, porque en esta institución no hay maestros o profesores, hay docentes. No hay alumnos/alumnas, hay estudiantes. No hay materias, sino asignaturas. No hay carreras, sino programas educativos. La curricula se conoce como la oferta académica. No hay años, hay ciclos. Y la diferencia no es simplemente lingüística, de forma, sino de fondo. Han adoptado un modelo, hasta donde es posible, flexible, en el que el desarrollo humano es la fuerza transversal que lo permea todo: aquí se trata de aprender a aprender, de aprender a pensar, de aprender a hacer y de aprender a ser. Voy a aprender mucho.

Mis tareas empiezan a perfilarse: dos días de la semana colaboraré con el Observatorio de Violencia de Benito Juárez, coordinando un proyecto de captura de información y de enlace con el CAVI del DIF, el CIAM, el IQM y otras instancias que brindan apoyo a víctimas de violencia. Haremos, entre otras cosas, un diagnóstico de la violencia en este violento, caótico y difícil municipio. Todo un reto.

Los tres días restantes, mis labores serán de corte totalmente académico. Voy a impartir la asignatura “Problemas del México contemporáneo”, que tiene una perspectiva histórica muy interesante y completa, si bien a vuelo de pájaro. También daré un seminario al cuerpo docente sobre historia de Quintana Roo durante 5 o 6 semanas, que quizá se imparta luego a estudiantes y público en general. Apoyaré, todavía no sé en qué, al departamento de Desarrollo Humano, y lo más divertido, daré una asesoría al programa educativo de Gastronomía en cuestiones de investigación. ¿Qué más se puede pedir?

Un 11 de enero de 1650. Noticias del Trópico 33

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 9, núm. 33, 28 de mayo, 2007.

Un 11 de enero de 1650...

Cristina hizo a un lado los documentos que había estado estudiando y se levantó de la cama. Así, descalza, con sólo la camisola encima, se fue a la ventana. El paisaje nevado la hizo sonreír. Excelente mañana para una cabalgata temprana antes del trabajo arduo que le esperaba. Antes, incluso, del desayuno de pan de centeno recién horneado, budín de frutas secas y nueces, y un tazón de vino tinto caliente y especiado. Sintió en la cara el frío del cristal congelado y, con un ligero temblor, empezó a vestirse. Usaría doble malla bajo la falda, la casaca de gamuza forrada y una capa corta de armiño.

Se miró al espejo. Nunca le había interesado su apariencia, no era muy alta y sí algo regordeta, pero tuvo que reconocer que su abundante cabellera era el elemento físico de más belleza en ella, tan indomable como su propio carácter. Salió de su habitación y los guardias se cuadraron, mientras Doménica trataba de hacer una reverencia y detener a los tres mastines que se le soltaron de las manos y ya corrían libres tras su ama.

En los establos, la yegua blanca estaba ensillada y lista. Montó y salió a galope rumbo al bosque. Desde su propia montura, Max, el jefe de la guardia, frunció el ceño mientras la veía alejarse. Hubiese querido seguirla al menos. Pero las órdenes habían sido tan tajantes como silenciosas. Ya había aprendido a interpretar las miradas y los gestos de la reina, aun los más sutiles.

En la quietud de aquella campiña nevada, Cristina respiró hondo el aire puro y helado. Otros quizá se sentirían agobiados por esa soledad cargada de presencias, por el silencio pesado y casi sobrenatural de la nieve recién caída. “Yo no”, pensó. “Bienvenido este mundo de murmullos secretos y de vida”.

Soledad, la del trono, la de la corona que llevaba con total entereza desde 1644, cuando recién había cumplido los 18 años. Su cuna, su país, sus súbditos: Suecia entera sobre los hombros, mirándola y admirándola, esperando de ella fortaleza, liderazgo, mano fuerte y benévola a la vez. Esperando todavía más, por ser mujer. Esperando un matrimonio adecuado y el feliz arribo de un heredero. Esperando recato, rectitud y a la vez osadía. Criticando su vestimenta, juzgando su vida íntima y, a la vez, reverenciándola, envidiándola. “Si se conocieran a fondo los deberes de los príncipes, pocos serían los que los desearan”, masculló.

El graznido de un halcón cortó el aire y sus cavilaciones. Con un suspiro resignado, Cristina miró una vez más a su alrededor, quedándose con una impronta del paisaje en la retina antes de emprender el regreso. Había revisado con cuidado las cartas del jesuita Casati, el informe de Antonio Macedo y aquel secreto comunicado de su primo Carlos. Estaba preparada para la reunión de ministros. Nunca la hallarían desprevenida, si podía evitarlo.

Su inteligencia, memoria y capacidad para el trabajo eran legendarias, como legendario era su talento para las lenguas. El obispo Gothus había sido su preceptor desde niña y a su lado había aprendido, entre otras disciplinas, teología y astronomía. En momentos robados a sus obligaciones de Estado, devoraba libros. Adoptando el lema Columna regni sapientia - “La sabiduría es el pilar del reino” - se había rodeado de una corte de filólogos e historiadores alemanes, orientalistas, poetas, latinistas y sabios helenistas de los Países Bajos, incluyendo al jurista Grocius. Promovía el ballet y el teatro, la pantomima y la ópera. De Italia le enviaban manuscritos y libros raros. “¡Todo lo ha visto, todo lo ha leído, todo lo sabe!”, dicen que exclamó, refiriéndose a Cristina, Gabriel Naudé, el bibliotecario del cardenal Mazarino. Llegarían a apodarla la Minerva del Norte.

Después del desayuno, la reina se dirigió a la biblioteca, donde René Descartes la esperaba sentado frente a la gran chimenea encendida. Había logrado convencer al ilustre personaje de trasladarse a Estocolmo y tener así el placer de discutir con él de filosofía. Aunque Descartes, a sus 53 años, se quejaba de que Cristina lo obligaba a levantarse a las 5 de la mañana, se enfrascó de inmediato en el análisis de un diálogo de Platón. Luego le seguiría el estudio de Tácito. Ninguno de los dos imaginó esa mañana que, en tan sólo un mes, el sabio francés moriría de pulmonía en brazos de la joven reina.

Dos horas más tarde, las campanas de un gran reloj recordaron a Cristina que había llegado el momento de reunirse con el Consejo del Reino y jamás había faltado a esa responsabilidad; desde que había asumido el trono, se había propuesto llevar personalmente las riendas del gobierno. La esperaba en primer lugar, como ya era costumbre, el canciller Oxenstierna, su amado guía y casi padre adoptivo, ya que a la muerte de su padre, el rey Gustavo II Adolfo, cuando Cristina estaba por cumplir apenas los 6 años, el canciller se había ocupado de su formación como reina y estadista. Atendiendo a los consejos del canciller, pero conservando siempre autonomía de pensamiento y decisión, Cristina, a sus 19 años, había acordado, con obvias ventajas para Suecia, la paz con Dinamarca en 1645. Tres años después, al firmarse la Paz de Westfalia que ponía fin a la Guerra de los Treinta Años, Cristina impuso sobre Oxenstierna su opinión y a nadie le cupo duda de quién era el verdadero - aunque joven y femenino - cetro de Suecia.

Así habían prevalecido siempre sus deseos y decisiones, y aquella fría mañana de enero de 1650 no sería diferente. El primer punto de la agenda, mismo que aprobó asintiendo con la cabeza, era la fecha de su coronación formal, misma que tendría lugar en octubre. Cristina no entendía, ni le importaba, porqué había que hacer semejante ceremonia, cuando que llevaba ya años fungiendo como reina de Suecia. ¿Para qué gastar en una magna fiesta, desfiles y banquetes que durarían varias semanas? Pero sabiamente, sin contradecir al Consejo, pidió a Oxenstierna que pasaran a la siguiente cuestión:

- Majestad - dijo el tesorero real - El maestro Antonio Brunati ha solicitado un espacio en el castillo real para la construcción de...

- Se trata de un escenario con escenografías movibles, al que Brunati ha llamado La Grande Salle des Machines, algo totalmente vanguardista, que nos pondrá a la cabeza del teatro europeo y que me complace enormemente. Estoy segura, ministro, que encontrará usted la manera de solventar estos gastos que engrandecen a la Corona de Suecia. Sigamos...

Así continuaron resolviendo uno a uno distintos asuntos de orden político y económico, hasta llegar al último de ellos. Cristina estaba preparada cuando el canciller externó, una vez más, la preocupación que sin tregua mantenía a los ministros en ascuas. Tres años antes, en 1647, el Consejo del Reino había inquirido oficialmente a la soberana sobre sus planes de matrimonio y de dotar a Suecia de un heredero. Ella les prometió que lo pensaría y que tal vez escogería por consorte a su primo Carlos. Habían transcurrido desde entonces casi 30 meses de total incertidumbre. ¿Cuál era su respuesta?

Cristina frunció el ceño, miró a cada uno de sus ministros y se detuvo en los tristes ojos del canciller Oxenstierna. Luego, con voz resuelta afirmó rotundamente que su decisión estaba tomada y que no se casaría. “No me casaré nunca”, repitió en el silencio que se hizo a su alrededor. ¿Por qué?, preguntaron escandalizados los ministros cuando recuperaron el habla. La reina sólo dijo que con el tiempo lo sabrían. ¿Podría Su Majestad reconsiderar semejante desatino?, gritaron los ministros a coro. “Si el Consejo supiera las razones, no le parecerían tan extrañas”, contestó. Luego se levantó y salió del recinto, dejándolos confundidos, atónitos y con la palabra en la boca.

Ya en sus habitaciones, contemplando una vez más el paisaje nevado desde su ventana, se calmó poco a poco el loco latir de su corazón. Exceptuando a los embajadores de España y Portugal y a dos jesuitas con quienes se carteaba y que pronto estarían en Estocolmo, nadie sabía que acababa de hacer pública la primera gran decisión irrevocable de su vida. Pronto, en pocos años, habrían de seguir a ésta dos claros parteaguas más: la decisión de abdicar al trono de Suecia y la decisión, no menos conflictiva y controversial, de dejar la religión de su padre y abrazar el catolicismo.

Cristina sabía el camino que tendría que recorrer y la necesidad de esperar pacientemente el momento de hacerlo. Es muy posible que aquella tarde, no sólo empezara ya a despedirse de su patria y de su gente, sino que viera al futuro con entusiasmo y sabiduría. “La vida es un tráfico donde se balancean las pérdidas y las ganancias”, se dijo, mientras la nieve volvía a caer...



A mediados de 1654, Cristina Vasa dejó el país y las insignias reales de Suecia en manos de su primo. Luego de vivir unos meses en Flandes, bajo la protección del monarca español Felipe IV, se convirtió a la religión católica en una ceremonia privada. El recién elegido Papa Alejandro II le permitió residir en Roma, desde donde se hizo pública la noticia. Cristina entró en la Ciudad Eterna montando un potro blanco, en medio de aclamaciones y vítores. La frase “Por una feliz y auspiciosa entrada en el año del Señor 1655” quedó grabada en la Porta del Popolo en su honor.

Se llevó con ella su imponente colección de arte y en Roma continuó siendo mecenas y patrona de sabios, científicos y artistas de todo género, lo que diezmó los escasos recursos que recibía de una Suecia cada vez más hostil y decepcionada de su antigua soberana. Sin embargo, en 1667, el nuevo papa, Clemente IX, que también era un amante del arte, proporcionó a Cristina una renta anual, con la que pudo inyectarle nueva energía a sus proyectos. Organizó a sus protegidos en “academias” de discusión y creatividad. Se interesó por la arqueología y financió varias excavaciones. Contrató a dos astrónomos y construyó un observatorio en su palacio. Incluso visitaba al escultor Bernini en su estudio. Se carteó con los grandes pensadores de Europa y ella misma escribió varias obras, entre ellas una Autobiografía y, guiada por La Rochefoucauld, más de 1300 aforismos.

Años, siglos después, se recordaría a Cristina de Suecia como una “gran figura del pasado”, al decir del venerable Leopold Von Ranke y de otros no menos destacados historiadores. Greta Garbo, su compatriota, inmortalizaría en la pantalla a “La Reina Cristina” con esa suavidad felina que las caracterizaba a ambas. Y hoy yo me atrevo a imaginar un día en su cotidiana y nada ordinaria existencia.

Nosotras y nuestro cuerpo a 36 años de distancia. Noticias del Trópico 32

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 9, núm. 32, 16 de mayo, 2007.

Nosotras y nuestro cuerpo a 36 años de distancia.

Declarado por la ONU como el Año Internacional de Acción para combatir el Racismo y la Discriminación Racial, 1971 fue bastante singular. Siempre pasan cosas, pero en 1971 pasaron muchas y muy importantes.

Mientras en Egipto se inaugura la presa de Asuán y la Rolls Royce se declara en quiebra y el Apolo 14 retorna a la Tierra y Gran Bretaña e Irlanda adoptan el sistema decimal para sus monedas, en Sicilia hace erupción el Etna, Charles Manson es sentenciado a cadena perpetua, se graba el primer sketch del Chavo del 8 y, por segunda vez en su historia, el dólar estadounidense se devalúa.

Pablo Neruda gana el Premio Nóbel de Literatura en 1971 y en 1971 nace Greenpeace, como protesta ante las pruebas nucleares de Estados Unidos en Alaska. Y mientras los cinéfilos disfrutan de Muerte en Venecia, El Decamerón de Passolini y la personalidad ruda, dura y rasposa de Clint Eastwood en Harry El Sucio, surge el grupo de rock Queen, el ex-Beatle George Harrison organiza el Concierto para Bangladesh, Juan Manuel Serrat le canta al Mediterráneo y aparece IV, el mejor álbum de Led Zeppelin y uno de los mejores discos en la historia del rock.

La política no se quedó atrás en aquel insigne año. Recordemos a Salvador Allende, que en 1971 nacionaliza el cobre y la banca privada en Chile, mientras a su alrededor, en Uruguay, Bolivia, Argentina, los militares reinan incontrolados e incontestados. En otros rincones del mundo las cosas no son muy distintas: las tropas de Vietnam del Sur invaden Laos, apoyadas por los norteamericanos, Franco declara a Juan Carlos de Borbón como su sucesor y en Haití muere François Duvalier para ser sustituido por su propio hijo, otro dictador más.

A la par que se combate el racismo - o al menos ésa es la intención - en Suiza, uno de los países dícese más civilizados de Europa, se otorga por fin, en 1971, el voto a las mujeres. Simultáneamente, Imagine sale a la luz y, sin embargo, John Lennon está a punto de alejarse de las mieles light de este hermoso álbum para romper convencionalismos al cantar que las mujeres son los “niggers” del mundo, es decir, las esclavas de los esclavos, igualmente objeto de desprecio, rechazo, humillación, degradación y sometimiento pero a escala planetaria.

Todos estos acontecimientos fueron noticia, alcanzaron los titulares y las primeras planas de los periódicos. No obstante, un suceso mucho menos conocido y que pasó desapercibido, fue crucial en su momento y en su espacio y ha tenido continuidad, manteniendo su propia fuerza hasta el día de hoy. En 1971 apareció la primera edición revisada y ampliada de Our Bodies, Ourselves - A Book by and for Women, un ambicioso proyecto editorial del Colectivo de Mujeres de Boston, que ha sido traducido y adaptado culturalmente a más de 20 países. Surgió de la inquietud de un grupo de bostonianas que se reunieron a discutir las malas experiencias que habían tenido con relación al sistema de salud vigente. El resultado fue este libro, que tiene un claro enfoque político y feminista y, por lo mismo, de candente actualidad.

Como su título en español lo indica, Nuestros Cuerpos, Nuestras Vidas es un libro hecho por mujeres para las mujeres, que se enfoca primordialmente en el cuerpo femenino, su anatomía, su salud, en especial sexual y reproductiva, y sus etapas de desarrollo a lo largo de la vida. Habla de sexualidad y de cómo nos relacionamos con nosotras mismas y con los demás, cómo nos cuidamos, cómo enfrentamos una violación, en qué consiste la auto-defensa, cómo es y qué implica un aborto y porqué es nuestro derecho decidir, qué podemos esperar de la menopausia, quiénes son las lesbianas y qué hacemos frente a un sistema de salud claramente patriarcal y machista, entre muchas otras cosas.

Pero no es un mero catálogo de definiciones y consejos. Nuestros Cuerpos, Nuestras Vidas reconoce las historias personales con sus luchas y sus fortalezas, es decir, incluye testimonios, además de añadir un elemento esencial: la imagen de las relaciones mutuas - entre mujeres - que nos sostienen y sostienen nuestra vida. “Las mujeres en el mundo entero, no obstante nuestras diferencias culturales e individuales, tenemos lo siguiente en común: Necesitamos información, apoyo y solidaridad política de otras mujeres para mejorar nuestras vidas y las vidas de nuestras familias”.

La edición en español pretende reafirmar “las conexiones que las mujeres con raíces latinoamericanas o caribeñas residentes en los Estados Unidos, comparten con sus hermanas tanto en el norte, como en el sur”, y ofrece “una visión personal y política inspiradora para lograr cambios en nuestras vidas”. Entre las instancias colaboradoras mexicanas están Las Católicas por el Derecho a Decidir, el CIDHAL, el Grupo de Información en Reproducción Elegida - GIRE, A.C., el Grupo de Mujeres de San Cristóbal de las Casas, Modemujer y el SIPAM.

En una época en la que el cuerpo y la salud de una mujer estaban básicamente en manos de su médico y su marido (como por desgracia siguen estando en nuestro país y en muchos lugares del mundo), la publicación de este libro causó el impacto de lo novedoso al presentar información esencial sobre temas específicos de la salud femenina en un contexto social: “Nos educó sobre temas que se consideraban tabú: nuestra propia sexualidad, nuestras decisiones sobre la reproducción y los métodos anticonceptivos... Despertó una serie de inquietudes que culminaron en una comunicación más abierta entre las mujeres”.

“Our Bodies, Ourselves ha creado una verdadera revolución, ha despertado una actitud pragmática e informada en el uso de los recursos de salud que tenemos a nuestra disposición, y del sistema médico. La conexión acertada que hace el libro entre la vida cotidiana de la mujer y su salud, sus procesos de concientización y solidaridad política, nos ha ayudado a comprender mejor nuestras propias necesidades de salud y nuestra sexualidad, y nos ha dado más control a la hora de tomar decisiones que afectan nuestras vidas”.

Esta labor de concientización que comenzó en 1971, continúa hoy día con la última edición, publicada en 2005. Nuestros Cuerpos, Nuestras Vidas - Our Bodies, Ourselves se sigue publicando, expandiendo y actualizando, ahora acompañado de su página web: www.ourbodiesourselves.org y el mensaje sigue escuchándose claro y fuerte: “Este libro reconoce que para toda mujer, el cuidado de nuestros seres queridos tiene altísima prioridad, pero que para cuidar a otros tenemos también que cuidarnos a nosotras mismas”.

De venusinas y marcianos. Noticias del Trópico 31

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 9, núm. 31, 8 de marzo, 2007.

De venusinas y marcianos

Hablábamos hace un par de semanas, dos mujeres y un hombre, de la nueva presidenta de Harvard, que tendrá una doble tarea, porque, por ser mujer, deberá desempeñarse bien en ese puesto y a la vez demostrar que tiene los méritos para ello a pesar de ser mujer. Se espera de ella lo que se esperaría de cualquiera con los suficientes logros y talentos para dirigir la mejor y más prestigiosa universidad del mundo y, además, que sea tan capaz como el más capaz de los hombres en el desempeño de ese puesto.

Eso, que yo en un momento dado de la charla llamé injusticia, me doy cuenta de que es una parte y un componente más de ese complejo proceso que ha llevado al movimiento de liberación de las mujeres, desde las sufragistas y el women´s lib, pasando por el feminismo radical, hasta la lucha por la equidad. Es una etapa más de un proceso histórico muy reciente que, sin embargo, está dando pasos agigantados. Es un proceso que beneficia, además, a la especie, no solo a las mujeres. También los hombres están dejando y dejarán de tener ciertos roles de género impuestos, que los limitan y disminuyen.

No obstante, el proceso liberador tuvo que empezar con las mujeres y ser generado por mujeres, tuvo que tener la obstinación persistente de las sufragistas, el radicalismo de las quemadoras de brasieres de los sesentas y la ferocidad de las feministas posteriores, para alcanzar una etapa a la que ahora muchos hombres se están uniendo con una nueva visión del mundo que no es ni patriarcal ni matriarcal. Se tuvo que pasar por distintas fases de este proceso liberador y, como dije, tuvieron que hacerlo las mujeres. Porque no se trata de que los hombres nos reconviertan en diosas después de haber sido esclavas, las “niggers” del mundo, como bien cantaba John Lennon. Porque no queremos ser ya definidas por los hombres ni bajo sus términos. Porque al igual que los hombres, las mujeres también tenemos inquietudes y ambiciones materiales, intelectuales, artísticas y espirituales.

Visualicémoslo así: la Tierra ha sido colonizada o poblada por un grupo de marcianos que aterrizaron en su propio cohete, y simultáneamente por venusinas que llegaron en su platillo volador. Dio la feliz casualidad de que unas eran de sexo femenino y los otros de sexo masculino, y entonces existió la posibilidad de seguir propagando una especie compuesta de dos seres distintos pero complementarios, a través de la placentera actividad sexual. Sin embargo, más allá del sexo, de la sexualidad, de la propagación de la especie y del instinto de supervivencia – que es el único instinto que existe (la existencia del instinto maternal es tan mítica y falsa como la inexistencia del paternal) – tanto marcianos como venusinas tienen una serie de cualidades y defectos, de capacidades, talentos y habilidades, y de inquietudes y ambiciones.

No es que las venusinas ahora quieran competir con los marcianos. Creo que es una forma muy estrecha de ver las cosas, de ver el proceso que constituye la liberación femenina o el feminismo. Las venusinas tienen las mismas inquietudes y ambiciones que los marcianos, quieren ejercer la política, matar en la guerra, escalar montañas, caminar por la superficie lunar, escribir novelas de premio Nóbel y ser presidentas de una universidad tanto como los marcianos. El problema es que, más o menos desde que un marciano llamado Abraham dijo que el monoteísmo era superior y mejor que las religiones femeninas basadas en la fertilidad de la tierra, se instauró la forma marciana de ver las cosas, o sea, patriarcal, y las venusinas, con todo y sus inquietudes y ambiciones, fueron reprimidas, sometidas y hechas a un lado. Las formas de represión a lo largo de tantos siglos son evidentes: leyes, costumbres, tradiciones, mutilaciones, prohibiciones, violencia abierta y sin disfraces, etc. Ahora no es que las venusinas busquen competir con los marcianos, sino que simplemente quieren poder ejercer también sus inquietudes y ambiciones, con las mismas oportunidades y sin tantos obstáculos puestos precisamente para frenarlas.

La prueba de que, desde un inicio, venusinas y marcianos hicieron equitativamente de todo, está en la llamada época de las cavernas. Una explicación simplista diría que mientras los marcianos salían a cazar, las venusinas se quedaban en las cuevas a amamantar y cuidar a los retoños, y que por ese imperativo biológico los hombres son del mundo y las mujeres de su hogar. Pero no es tan sencillo. Los primeros marcianos salían a cazar y a través de esa actividad de supervivencia desarrollaron métodos y capacidades de cooperación, convivencia y apoyo, tecnología de armas y herramientas, técnicas para capturar y para trasladarse de un lado a otro siguiendo a las manadas, y un sinfín de productos culturales más.

Mientras tanto, en esa rudimentaria pero crecientemente compleja división sexual del trabajo, las mujeres salían a recolectar frutos, semillas y raíces y desarrollaron las técnicas y métodos de recolección, de preparación y preservación de la comida, el conocimientos profundo de las plantas comestibles, de las que no lo son, de las que matan y de las que sirven para curar, es decir, la herbolaria. Fue probablemente una mujer la que descubrió o inventó, como se quiera, la agricultura, paso gigante en la historia de la humanidad, precisamente por las tareas de supervivencia que tenía encomendadas, además de amamantar al retoño. Porque en el cuidado de hijos e hijas, lo único que un marciano no puede hacer es amamantar, pero todo lo demás sí lo puede hacer. Ha sido la sociedad tradicional y patriarcal la que, imponiendo roles de género, le ha negado el cuidado de los hijos.

Y llego justamente a la equidad. Ésta no es únicamente para que las venusinas den rienda suelta, por fin, a sus siempre presentes inquietudes y ambiciones materiales, intelectuales, artísticas y espirituales, sino para que los marcianos recuperen también cosas que les fueron arrebatadas por su propia forma de ver la vida, como el cuidado de sus hijos, la capacidad de sentir y expresar ternura, de conectarse con sus emociones y todas esas cosas que dicen que solo las mujeres tienen. Qué alivio para muchos marcianos dejar atrás el rol impuesto socialmente de meros proveedores y de tener que hacer proezas sexuales en la cama, a la par que se aguantan las ganas de llorar y se ven obligados a ser los fuertes. El mérito es de las venusinas que lo empezaron a hacer visible, pero la equidad es para marcianos y venusinas por igual.