viernes, 5 de febrero de 2010

Desde Almeja 13. Noticias del Trópico 34

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 9, núm. 34, 9 de julio, 2007.

Desde Almeja 13

Mi calle

Hace muchos años, creo que desde que era una adolescente – o quizá porque era una adolescente – pensé en mí como alguien más feliz cuanto más alejada estuviera del mundanal ruido, escondida en mi conchita, en mi propio mundo. Ahora esa imagen se ha hecho realidad... al menos en cuanto al nombre del lugar. Ahora vivo en Almeja # 13.

Si los nombres de las calles en las que hemos vivido significan algo en nuestra existencia (y ciertamente tengo una teoría que quizá enuncie más adelante), habría que ver qué significó haber nacido en los Andes y pasado, entre otras, por la energía del presidente Masaryk, las onduladas Praderas, el Fuego purificador, los Muertos de una Barranca, la histórica Reforma y ahora: Almeja.

Que de alejada del mundanal ruido no tiene nada. Está escondida, eso sí, en el corazón de la supermanzana 27 de Cancún, o sea, en el pleno y bullicioso centro de esta ciudad, rodeada de todos los servicios imaginables y con las principales arterias a la mano para llegar a cualquier lugar en cuestión de minutos (siempre y cuando el grueso tráfico y los conductores suicidas lo permitan).

El cargamento, el viaje, la llegada

Era domingo 24 de junio. La tarde anterior habíamos cargado la principal camioneta de Ricardo, un monstruo en el que cupieron el 90% de mis cosas, para así tener poco que cargar en la otra camioneta y en la Shakti y salir rumbo a Cancún lo más temprano posible. La caravana de Ricardo partió a las 9:30. Las plantas, Loki, Motita, Moushka, Clío, Perla, Jazbel y yo lo hicimos como dos horas después. No pude irme sin darle un prolongado abrazo a mi palmera real, sembrada desde pequeñita por Buller y por mí, lo mismo que la araucaria y que el flamboyán, al que salvé tantas veces de ser masacrado en su tierna infancia. Tendría que haberme despedido de más cosas y gentes, entre ellas el propio Buller, alguien de mi pasado remoto y tan alejado de mi presente que me pregunto si no lo soñé.

A fin de cuentas me despedí de quienes tenía que hacerlo y dejé otras despedidas para más adelante, cuando haga la mudanza final, cuando rente mi casa, cuando diga adiós, no se por cuanto tiempo, no se si para siempre, a Chetumal.

Lo bueno es que yo ya estaba mentalmente preparada para el viaje y ya lo había visualizado como una aventura. Porque nos paramos unas 8 veces en el camino. Para cerrar las ventanas y poner el aire acondicionado. Para apagar el aire y abrir las ventanas. Para limpiar la jaulita de Perla y Clío. Para comprar un rollo de papel y gel desinfectante. Para volver a cerrar las ventanas y poner el aire. Para limpiar la jaulita de Moushka y Jazbel. Para lavarme las manos... qué sé yo. Las gatas babearon, vomitaron, aullaron, maullaron, gimieron. Los perros, más acostumbrados al coche, acabaron por dormirse. Íbamos por Puerto Morelos cuando Ricardo me llamó para decirme que ya había llegado y que estaban empezando a descargar.

7 hongos solos y unas cuantas lágrimas

Cuando acabaron, sin más preámbulos, Ricardo y sus familiares emprendieron el regreso a Chetumal, y a mi se me hizo un nudo en la garganta. Me sentí como en una escena de película: la heroína sola, sentada sobre una alfombra enrollada, rodeada de cajas de cartón, paquetes, envoltorios y algunos muebles colocados como cayeron, en el silencio de una casa extraña, a punto de llorar. Las gatas, que no me dirigían la palabra, no estaban para bromas. Perla, desde sus exigencias de princesa tailandesa, me miraba como diciendo ¿a qué hora termina esta pesadilla?... porque es una pesadilla, ¿verdad?, mientras Clío encontraba refugio atrás del refrigerador.

Dicen en Constelaciones Familiares que no se trata de sufrir, sino de atravesar el dolor. Y también aseguran que esa travesía no dura más de 7 minutos. Así que al cabo de unas cuantas lágrimas y los 7 minutos más largos de mi vida, me levanté y empecé a acomodar y distribuir en los reducidos espacios mis pertenencias. Moushka salió de su escondite en un clóset para hacerme compañía y ambas nos apapachamos y nos tranquilizamos mutuamente. No te preocupes, todo va a estar bien, ésta es una gran aventura.

La casa nos recibe

Pronto empecé a encontrarle ventajas a una casa de una sola planta y sin escaleras, con tres habitaciones de buen tamaño, una sala comedor, un baño y un espacio supuestamente para la cocina, donde de momento sólo hay una tarja y mi refri. Todo está a la mano y la limpieza no parece muy complicada ni tardada. Me tomó una semana apreciar esta casita en lo que vale, aunque los perros apenas estén saliendo de la depresión. Extrañan su jardín de árboles, plantas, enredaderas y flores. Aquí hay solamente dos altas palmeras de las cuales cuelgan los racimos de cocos más grandes y peligrosos que he visto. Si nos caen encima....

Eso sí, tengo un escusado acolchonado. Jamás me había tocado uno con asiento y tapa que exhalan o inhalan según me siente o me levante. Tampoco había tenido que treparme a la caja de la Shakti para cerrar la reja del garage, ya que su cabuz apenas cabe en ese espacio. El patio tiene mucha basura que sacarán uno de estos días los ayudantes del arrendador y poco a poco se pondrán los mosquiteros que faltan, las luces del patio, los vidrios de la puerta de la cocina. Por cierto, ésta tiene una entrada/salida perfecta para las gatas que ya han aprendido a utilizar, al menos las negritas Moushka y Jazbel, aventureras y curiosas por naturaleza.

La austeridad llega a mi vida

Si de algo me he dado cuenta en el diario acontecer desde que me mudé a Cancún es de no necesitar la gran mayoría de las cosas de las que me he rodeado hasta este momento y que se quedaron felizmente en Chetumal. Ahora se que puedo vivir con mucho menos, que small is beautiful, que la simplicidad y la simplificación son maravillosas y que todo lo que incluso en estos momentos tengo de más, me estorba.

La Universidad del Caribe entra en vacaciones durante una semana a fin de mes, tiempo que quiero aprovechar para traer lo poco que falta, básicamente un par de muebles y algunos libros. Otras pocas cosas quedarán almacenadas para cuando me mude a mi casa propia y el resto serán vendidas, regaladas o tiradas a la basura, según corresponda.

La primera noche

Como a las 9 yo ya estaba para el arrastre. Muerta de cansancio. Había sido un domingo realmente intenso. El problema fue que a esas horas, Loki, que jamás ladra, empezó a ladrarle a cuanto ruido escuchaba y los perros de los alrededores a contestarle. Al filo de las doce me levanté para tener una conversación seria con él. Le dije que entendía su estrés, lo extraño del lugar, tantos sonidos nuevos, tantos olores desconocidos. Loki estaba realmente en su papel de guardián, supongo que con la adrenalina al tope, pero me entendió y se calmó un poco. Al menos los vecinos y yo pudimos conciliar el sueño mucho mejor.

El rumbo es sorprendentemente tranquilo y tres vecinos que conocí llegando, muy amables. Esa noche escuché a la vecina dialogar con su hijita y, para variar, me toca ser testigo de violencias verbales tan comunes como inconscientes. Pero fuera de ese incidente, los 7 hongos solitarios dormimos estupendamente bien.

El primer amanecer

Amanecí temprano - 6 de la mañana - sorprendentemente a gusto, tranquila y con la sensación de estar en el lugar que me corresponde en esta etapa de mi vida y según los designios del universo. Me puse a considerar todas las cosas que tuvieron que suceder para que yo me encontrara viviendo en Cancún.

Pasaron por mi mente acontecimientos dolorosos ocurridos hace ya 10 meses y que en su momento me llevaron al duelo, cuando aún no podía entrever que era el principio del fin, las primeras despedidas, la primera prueba en el difícil arte de soltar. Amistades que terminaron, contratos de trabajo que no podían continuar, desiertos laborales sin un fin a la vista, desasosiego, inquietud, sensación de autoexilio y unas ganas enormes de renovación, de reinventarme una vez más.

Todo eso se fue conjuntando con otras señales: la posibilidad de dar un curso a maestros de Bachilleres en Cancún, de inscribirme en un entrenamiento a dos años en Constelaciones Familiares y de trabajar en el Observatorio de Violencia de Benito Juárez. Finalmente, un entrañable amigo, el rector de la Universidad del Caribe, me ofrece un tiempo completo en esta institución, y mi ciclo de amor-odio-amor con la academia se vuelve a cerrar para comenzar en un nuevo nivel.

Agradecidísima a todas y todos quienes me soltaron, me despidieron, me empujaron, me animaron, me abrieron los brazos, me ayudaron, me dijeron adiós, me dieron la bienvenida y me desobstaculizaron el camino para que yo me encuentre hoy en Cancún y FELIZ con este cambio y las perspectivas que se abren ante mí.

Todo eso pensé en aquel primer amanecer de Almeja 13, que se convirtió en un día, en una semana y, hasta hoy, en 15 días intensos y llenos de actividad. Ciertamente que la semana de cursos en Bachilleres, donde impartí a maestras y maestros una actualización en historia y geografía de Quintana Roo, me mantuvo muy ocupada. Luego siguió un fin de semana igual de intenso en el entrenamiento en Constelaciones Familiares, y finalmente el lunes 2 de julio empecé mi nueva chamba.

Mi primer día de trabajo en la Universidad del Caribe

No me había dado cuenta hasta qué punto la Unicaribe es distinta a todo lo que he experimentado con anterioridad en el mundo académico (una posible excepción sería la Ibero cuando cursé la carrera de Antropología, y esto guardando las debidas proporciones de tiempo, enfoque y lugar, y únicamente para ciertas cosas de flexibilidad y no seriacion de las materias).

Es importante tener en mente una especie de glosario de términos, algo así como un vocabulario castellano-unicaribense, porque en esta institución no hay maestros o profesores, hay docentes. No hay alumnos/alumnas, hay estudiantes. No hay materias, sino asignaturas. No hay carreras, sino programas educativos. La curricula se conoce como la oferta académica. No hay años, hay ciclos. Y la diferencia no es simplemente lingüística, de forma, sino de fondo. Han adoptado un modelo, hasta donde es posible, flexible, en el que el desarrollo humano es la fuerza transversal que lo permea todo: aquí se trata de aprender a aprender, de aprender a pensar, de aprender a hacer y de aprender a ser. Voy a aprender mucho.

Mis tareas empiezan a perfilarse: dos días de la semana colaboraré con el Observatorio de Violencia de Benito Juárez, coordinando un proyecto de captura de información y de enlace con el CAVI del DIF, el CIAM, el IQM y otras instancias que brindan apoyo a víctimas de violencia. Haremos, entre otras cosas, un diagnóstico de la violencia en este violento, caótico y difícil municipio. Todo un reto.

Los tres días restantes, mis labores serán de corte totalmente académico. Voy a impartir la asignatura “Problemas del México contemporáneo”, que tiene una perspectiva histórica muy interesante y completa, si bien a vuelo de pájaro. También daré un seminario al cuerpo docente sobre historia de Quintana Roo durante 5 o 6 semanas, que quizá se imparta luego a estudiantes y público en general. Apoyaré, todavía no sé en qué, al departamento de Desarrollo Humano, y lo más divertido, daré una asesoría al programa educativo de Gastronomía en cuestiones de investigación. ¿Qué más se puede pedir?

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