viernes, 5 de febrero de 2010

Un viaje a Cancún. Noticias del Trópico 5

NOTICIAS DEL TROPICO
El newsletter de Lorenzia, año 3, núm. 5, enero 22, 2001.

UN VIAJE A CANCÚN

Tengo que contarles de mi última aventura con los medios de transporte. Hace unos días me fui a Cancún a arreglar un asunto de papeles en el consulado de España. Salí en el autobús de las 6:30 de la mañana, para llegar a tiempo y antes de que cerraran el consulado a las 2 de la tarde. Entre los pasajeros también viajaban algunos típicos turistas mochileros y tres parejas de menonitas no-ortodoxos.

De entrada, nos vimos todos bombardeados por las cumbias tex-mex del radio del chofer, a la vez que por el volumen fuera de todo récord de las tres o cuatro televisiones del autobús. Y para hacer de ello una experiencia todavía más inolvidable y placentera, hube de soplarme – al menos auditivamente - tres películas de la India María. Yo llevaba mi libro (la genial autobiografía de Agatha Christie) y traté de enfrascarme en él lo más posible, pero todo tiene un límite.

Cuando íbamos por la mitad de la tercera película y ya cerca de Playa del Carmen, se oyó un ruido estrenduoso, así como si se le hubiera caído el motor al autobús. El chofer fue bajando la velocidad y pronto fue evidente que se le había ponchado una llanta. Varias gentes se bajaron, los turistas y los menonitas antes que nadie. La llanta ponchada estaba exactamente debajo de mi asiento, y yo solamente podía ver al chofer, que se rascaba la cabeza y miraba hacia el suelo con expresión de duda o desaliento, mientras que su ayudante gesticulaba, los menonitas observaban comiendo cacahuates y uno de los turistas tomaba una foto del conjunto.

De repente hubo una conmoción y los turistas subieron rápidamente al autobús, agarraron sus mochilas y desaparecieron. Mi voz interior me dijo ¡bájate! y bajéme, pues ya estaba yo empezando a angustiarme por el retraso. Corrí tras los turistas, que subían en otro autobús que se había parado a ayudar, no sin antes echarle un vistazo a la famosa llanta. No estaba ponchada. Había literalmente explotado y se veía como si alguien, con una motosierra, la hubiera hecho girones. Ahora me explico el por qué de la foto.

El resto del camino estuvo tranquilo, aunque en el nuevo autobús la ruidosa India María fue sustituída por el no menos explosivo y balaceado Arnold Schwartznegger, haciendo de las suyas en una especie de nave interplanetaria. Todo salió muy bien en Cancún, pues llegué a tiempo, arreglé lo que tenía que arreglar y regresé a Chetumal en el autobús de las 3 de la tarde. Y ¿qué películas creen que nos recetaron? Pues las mismitas tres películas de la India María y, por supuesto, a todo volumen!!!! Me pregunto si a alguien en la empresa ADO todavía aprecia el silencio o, en su defecto, el rumorcito adormecedor del autobús sin contaminación sonora de otro tipo.

Y HABLANDO DE PELÍCULAS...
¿Alguien ha visto "Seis grados de separación"? Bueno, no sé si en México así tradujeron el título, pero en inglés se llama "Six Degrees of Separation". Actúan magistralmente en ella Donald Sutherland, Stockard Channing y Will Smith. La acabo de volver a ver en video (la he visto ya cuatro o cinco veces) y me sigue encantando e impactando.

En un momento dado, Stockard Channing, la protagonista, le dice a su hija:
"Leí en algún lugar que todos en este planeta estamos separados solamente por seis personas: seis grados de separación entre nosotras y el resto de la humanidad, entre el presidente de Estados Unidos y un gondolero de Venecia... Me reconforta mucho saber que todos estamos tan cerca unos de otros, pero también es como un tormento chino, porque tienes que encontrar a las seis personas correctas para hacer tal conexión. Así es para todos, no solamente para las personalidades y figuras públicas, sino también para un nativo de la selva amazónica, de la Tierra del Fuego o para un esquimal. Tú y yo estamos conectadas, enlazadas con todos los demás seres humanos por una cadena de seis gentes... Cada quien es una nueva puerta que abre a otros mundos. Seis grados de separación entre nosotras y el resto del planeta, y sólo tienes que encontrar a las 6 personas adecuadas..."

Le pregunté a un amigo matemático cómo era esto posible y, según él, el principio es el mismo que el de aquella historia del ajedrez, en la que un rey, fascinado por tan ingenioso juego, desea premiar a su inventor. Éste le pide poner granos de trigo en cada uno de los 64 cuadros de la table de ajedrez, que se van potenciando (creciendo exponencialmente, creo que se dice en el argot matemático) hasta llegar a una suma inimaginable.

¿So what? dirán ustedes. Pues nada, que quería compartir mi asombro, mi reverente asombro, ante el hecho, matemático y humano, de que, por increíble que parezca, estoy y estamos globalmente conectadas y conectados tan estrechamente como lo están las células de un organismo. A mi también me reconforta y me emociona, aleja de mí a los demonios del aislamiento y me hace sentir más parte del planeta, más integrada a la vida. También me encanta poder experimentar claramente estas conexiones a cada rato, a través de todos aquellos que ustedes han conocido, y sentir que también he visitado a un brujo sanador del Senegal o que he departido con un titiritero yucateco en la Rambla de Barcelona... Además, por supuesto, de que quería recomendarles que vean esta extraordinaria cinta.

La película plantea también una serie de asuntos que te ponen a pensar, desde los ideales que se van perdiendo, la incomunicación total entre padres e hijos y el no querer ver la realidad para no sufrir, hasta la confrontación con nuestra sombra, la parálisis y el estancamiento en el que se puede caer de tan diversas maneras, la imaginación como antídoto del vacío y la superficialidad. Y paralelamente, el desarrollo de la trama va mostrando los lazos que se empiezan a dar entre una serie de gentes inconexas, gracias a la aparición de un muchacho que acaba enlazándolos a todos, y que al hacerlo, les abre mundos nuevos y con ello los obliga a confrontar su realidad.

Al final, la misma protagonista plantea: "Fue una experiencia y me niego a convertirla en una anécdota. ¿Cómo mantenemos vivo aquello que nos sucede? ¿Cómo lo integramos a la vida sin convertirlo en una anécdota?... Porque fue una vivencia. ¿Cómo mantenerla como tal?"

¿A alguien se le ocurre una respuesta?

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Cambiando de película, ¿se acuerdan de "Midnight Cowboy"? Tal y como lo recordaba, la actuación de Dustin Hoffman y John Voigt es extraordinaria, la música fabulosa y la película en sí muy triste, aunque ahora que la volví a ver por cable me pareció, además de triste, muy tierna.

Todavía recuerdo cuando la fui a ver con mi mamá a un cine de arte de Tecamachalco. Yo debía tener como 12 o 13 años. Mi mamá creyó que se trataba de una película de vaqueros, pero conforme la historia avanzaba, se iba sintiendo más y más preocupada e incómoda, preguntándose si no sería mejor sacarme del cine antes de que las cosas se pusieran peor. Lo pensó bien y la vimos hasta el final; creo que fue lo más sabio, a pesar de qué sí salí con cierto malestar en el estómago. En el viaje de regreso a casa (al otro extremo de la ciudad), me dio toda una explicación de los "facts of life" y me dijo que, a pesar de todas las cosas grotescas, feas, tristes que hay en la vida, ésta es hermosa. Creo que la pobre estaba más impactada que yo!

Pensé entonces, y sigo pensando, después de haberla visto nuevamente, que a pesar de lo cruda y deprimente que es, el final resulta ciertamente hermoso y simboliza una especie de renacimiento para ese vaquero trasnochado, que deja de serlo y acaba por dar un paso gigantesco en su crecimiento y en su consciencia.


PARA TERMINAR
Y para cerrar con un broche de oro humorístico la pachanga de ayer, en la que celebramos los cumpleaños de Juan, Regina y Caty, cuando ya estaba a punto de meterme en la cama por ahí de las tres de la mañana, algo o alguien empezó a entonar La Mañanitas en algún lugar de mi cocina!

Tardé en darme cuenta de que se trataba de la velita musical que le pusimos al pastel, la cual, por algún misterioso mecanismo, empezó a entonar su canción sin que nadie le hubiera hecho nada. Traté de apagarla, la sacudí, le quité la base, se la volví a poner, y la dichosa velita seguía cantando Las Mañanitas.

Me eché un clavado en el basurero hasta recobrar la cajita en la que venía empacada y gracias a la cual me enteré de que se podía prender sola con los rayos del sol o con el calor (¿a las tres de la madrugada?). Lo único que se me ocurrió fue meterla al congelador y la bendita dejó de sonar a los dos minutos. Ahí la dejé, por si acaso...

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