viernes, 5 de febrero de 2010

Boda en Ixtapa. Noticias del Trópico 2

NOTICIAS DEL TROPICO
El newsletter de Lorenzia, año 2, núm. 2, noviembre 21, 2000.

Boda en Ixtapa

Hace tiempo que quería escribir una especie de Newsletter periódica para mantener el contacto con amigos y parientes, contarles de mis andanzas, compartir reflexiones acerca de diversos asuntos, dar noticias, etc. Desde la primera vez que la recibí, me encantó y me sentí muy motivada por la Newsletter que mi amiga Cristina Goddard envía a sus cuates todos los años, haciendo un relato de los acontecimientos que le ocurrieron a ella y a John, su marido, durante ese lapso. Se me hizo una idea excelente y después de darle muchas vueltas y posponerlo a cada rato, finalmente escribí algo en abril del año pasado acerca del viaje a Brasil (de hecho son todos los emails que les mandé desde allá). Ahora me gustaría dar inicio un poco más formalmente a este proyecto: Noticias del Trópico. La idea es complementar – que de ninguna manera hacerle la competencia – a Paduchina's News, la decana de las noticias sabrosas en nuestro grupo de amigos. En mi caso, el relato de la boda de mi sobrina Maite es un tema tan bueno como cualquier otro para empezar.

Les ahorro el recuento del recorrido Chetumal-Mérida, durante el cual prácticamente no dormí, pero que tampoco estuvo tan cansado. Ya en el aeropuerto de Mérida, me las arreglé para entretenerme durante las cinco horas de espera a que saliera el avión, leyendo un extraordinario libro que les recomiendo ampliamente: "Retrato de un Matrimonio", de Nigel Nicolson. En otro momento les hablaré más de esto.

El viaje hasta Ixtapa transcurrió rápidamente y sin incidentes. Y he de decirles que, llegando a este paradisíaco lugar, como por arte de magia, se me quitó por completo el dolor de espalda que todavía tenía y me olvidé de mis achaques, lo que confirma algo que ya venía yo sospechando y es que mucho de ese dolor, además de las tonterías de cargar o mover cosas pesadas, proviene del estrés, la tensión y las preocupaciones. Por lo pronto ya le pedí al albañil que me pusiera una barra en el pasillo de mi casa para poderme colgar y hacer así los ejercicios terapéuticos recomendados por el médico del deporte que me atendió en Cuernavaca en febrero.

El departamento que me prestó Eugenia Meyer en Ixtapa está padrísimo, con una linda vista sobre el mar y el club de golf, a un paso del hotel Westin (antes Camino Real), que sin duda es el hotel más bello que he visto en mi vida. Me imagino que lo conocen o han visto fotos de esa gran pirámide escalonada de color terracota, rodeada por una selva más tropical que la quintanarroense y en una bahía pequeña y privada hermosísima. Lo primero que hice al llegar fue, obviamente, meterme al mar y a la alberca y luego irme a buscar a mis parientes y amigos a quienes encontré con sendos margaritas en mano en el lobby bar del hotel. De hecho, no subí ni un gramo en los cuatro días de farra porque me alimenté básicamente de don julios, margaritas y clamatos, salvo, claro, el día de la boda y del banquetazo en la playa.

Bueno, pero vamos por orden. Ya en el avión, donde más de la mitad de los pasajeros venían a la boda, conocí a varios de los amigos y compañeros de Maite y Jose (así, sin acento, o sea, Jóse) en Stanford. Luego resultó que de Stanford llegaron entre 30 y 40 gentes a la boda, mientras que de Colombia (Jose es colombiano) vinieron entre 50 y 60 personas y otras tantas de México. La cosa es que éramos alrededor de 150 gentes. Después de los brindis, abrazos, apapachos, etc. y de que todo mundo me dijo que me veía como otra persona, delgada y rejuvenecida (no quiero ni imaginarme cómo me veía antes de bajar de peso!), nos fuimos a cenar a un lugar precioso en la playa de La Ropa de Zihuatanejo, que se llama La Perla. Enseguida los colombianos pusieron el buen ejemplo y estuvimos bailando cumbias hasta bien entrada la noche.

Al día siguiente pasamos la mañana en la playa, con un sol y un clima deliciosos. A las 3 nos reunimos de nuevo en el famoso lobby bar para otra ronda de lo mismo y para festejar con mariachis el cumpleaños de mi sobrino Javier, el que se casó hace seis meses. Con los acordes de "México lindo y querido" resonando todavía en nuestros oídos, nos trepamos en tres autobuses que nos llevaron a la marina de Zihuatanejo y de ahí a un recorrido en barco por toda la costa aledaña. ¿Se acuerdan de esa escena de la película "Titanic", en la que los protagonistas están trepados en una especie de balcón en la mera proa del barco, mirando al horizonte, con los cabellos al viento...? Bueno, pues salvo la pequeña diferencia de que el barco no era el Titanic, sino un trimarán guerrerense, y de que yo no estaba acompañada de Leonardo Di Caprio, todo lo demás era igual. La puesta de sol y el regreso en la oscuridad estrellada realmente valieron la pena. Luego cenamos todos, invitados por los papás del novio, en un restaurant de Ixtapa que se llama El Faro y que tiene una hermosa vista de la bahía, donde continuó como si nada la pachanga de baile y margaritas.

Por fin llegamos al sábado, día en el que el único evento planeado era la boda. A riesgo de aburrirles con un relato de lo mismo, no les contaré de la mañana en la playa ni de los margaritas, ni del sol ni de nada de eso. Me sigo directo a las 5 de la tarde, hora en la que ya estaba armado todo el tinglado para la boda, en plena arena frente al mar. Yo me puse mi vestidito que tenía planeado, pero ni hablar de llevar chales o rebozos (visera sí porque el sol todavía estaba canijo), ni tampoco de llevar zapatos. A las 5 y media hizo su aparición la novia y su cortejo, y mientras novios y testigos firmaban el acta, todos los demás estábamos embobados mirando frente a nosotros la maravillosa puesta de sol. Luego de la ceremonia civil, algunos amigos leyeron varias reflexiones acerca del amor y la pareja y todo eso, de Bertrand Russell a Neruda, pasando por Mario Benedetti y Shakespeare. Como verán, fue una boda muy "académica". Luego la novia y las damas tiraron todos los ramos de flores al mar y al mismo tiempo, el equipo de acuacultura del hotel echó al mar cientos de tortuguitas caguamas bebés, la cosa más tierna y conmovedora del mundo.

De ese lugar a otro punto más retirado de la playa habían hecho un caminito con antorchas y veladoras, por el que nos dirigimos a las mesas y a la tarima de baile. Sirvieron un buffet muy rico y original, de ensaladas de mariscos y vegetales diversos y de tacos de pescado, mariscos, rajas, tinga y qué sé yo qué más. No pude evitar probar el postre que consistía en pays de diversas frutas con salsa de chocolate encima, además de otras variedades de sacher y trufa y mousse de chocolate..... No hubo pastel de boda, pero con lo anterior fue más que suficiente. La música estuvo formidable y yo bailé como trompo hasta la madrugada, hora en que me fui a mi departamentito a descansar.

La verdad es que la pasé muy bien y me sentí contenta, descansada y feliz de haberme encontrado con amigos muy queridos y con mi hermano Alfredo, su esposa Sada (que es mi maestra de astrología) y sus hijos, Pablo y Ricardo, que están enormes, guapos y simpáticos. He de confesar que me sentí triste y decepcionada por el hecho de que no se hiciera ninguna mención de mi hermano Juan Antonio, quien como saben murió este año y que era el padre de la novia. No hubo nada ni se dijo nada que recordara su presencia. Tuve la impresión de que la rama Careaga de la familia quedó olvidada o relegada y eso me entristeció por mi hermano y porque somos los únicos parientes Careagas que quedan. Quizá no me hubiera afectado tanto si solamente hubiera ocurrido en esta ocasión, pero lo mismo sucedió en la boda de Javier en mayo y ello me ha dado mucho en qué pensar. En fin, les cuento esto porque, como en todo, hay de cal y arena, hay tristezas y nostalgias, hay felicidad, alegría y mucho amor. De todo hubo en esta hermosa boda.

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