viernes, 5 de febrero de 2010

La última tribu. Noticias del Trópico 12

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 5, núm. 12, 31 de diciembre, 2003.

La última tribu

Desde el 11 de septiembre he querido sentarme a escribir estas noticias tropicales. Ese día cumplí 50 años y he tenido muchos momentos, antes y después de tan memorable fecha, para reflexionar acerca de lo que significa haber vivido ya medio siglo. Se dice pronto, pero sinceramente no sabría por dónde empezar a relatar siquiera lo más sobresaliente de esas cinco décadas, así que no lo voy a hacer.

Pero lo pensé mucho. ¿Cómo relatar toda una vida, sin hacer de ese relato una autobiografía o una novela? ¿Qué sería, después de todo, lo más sobresaliente? ¿La profesión y los trabajos por los que he pasado? ¿Los viajes que hice y todo lo que aprendí en ellos? ¿Las maravillas tecnológicas que antes no existían, o las otras maravillas de mi infancia que ya han dejado de existir? ¿Los maridos versus los amores verdaderos? ¿Los estudios? ¿Las casas y las ciudades donde he vivido? ¿Las y los amigos entrañables? ¿Los lazos familiares? Tantas vueltas le di al asunto que no pude escribir una letra al respecto, y no es sino hasta hoy que he encontrado una especie de hilo conductor, algo que decir en pocas palabras.

He decidido dedicar este relato personal a mis ancestros, los euskaldunak. Después de todo, se trata de la tribu más antigua, la última tribu de Europa.

¿Se imaginan descender por la línea paterna de una raza que lleva más de 7 mil años existiendo en el planeta? Porque los euskaldunak, es decir, las y los vascos, provienen directamente del Homo Pirineus, y no solo convivieron con los Neandertales, sino que muy probablemente fueron parte de los grupos Cromañón responsables de haber creado las pinturas rupestres en cavernas como Altamira y Lascaux. La evidencia arqueológica los ubica en épocas anteriores a la invasión de los Indo-europeos, lo cual convierte a los euskaldunak en el grupo humano más antiguo de Europa.

La esencia de la identidad vasca es el Euskara, o sea, la lengua vasca. En ese sentido, no soy una eskalduna, pues no hablo el vascuence. Pero mis ancestros sí lo hicieron y algunos de mis parientes actuales lo hablan. Es un idioma que existe desde hace 6 mil años y es la única lengua que resistió el embate de la invasión indo-europea, que ocurrió por ahí del año 4,000 a.C. En épocas muy posteriores, Estrabón (el padre de la Geografía) y Julio César mencionan este idioma que no se parece a ningún otro de los hablados en Europa, cosa con la que hoy en día lingüistas y antropólogos concuerdan. (Como dato curioso, las otras cuatro lenguas que se hablan en Europa, pero que no tienen un origen indo-europeo son el finlandés, el húngaro, el estonio y el turco)

La tierra de mis ancestros, el país vasco o Euskal Herria, abarca hoy en día las siete provincias tradicionales: Bizkaia, Gipuzkoa, Araba y Nafarroa en el lado español de los Pirineos, y Lapurdi, Nafarroa Beherea y Zuberoa en el lado francés. Sólo dentro de España podemos hablar de la Comunidad Autónoma Vasca, formada por las tres primeras provincias, y de la Comunidad Autónoma de Navarra, mientras que las tres provincias vascas de Francia no tienen autonomía, sino que pertenecen al Departamento de los Pirineos Atlánticos, dentro de la región de Aquitania.

Por siglos, la capital del país vasco fue el poblado de Gernika. Bajo su roble milenario - el Gernikako Arbola - se reunía el supremo consejo vasco a discutir los asuntos del día y a formular las leyes y tradiciones que, con el tiempo, fueron conformando el fuero de los vascos. Bajo el Gernikako Arbola se dieron cita los reyes y las reinas de España, incluyendo a Isabel la Católica, para jurar respeto a esos fueros, al derecho de los euskaldunak a la autonomía y a su cultura, a su lengua, su religión y su historia.

Quizá por eso, el 26 de abril de 1937, Francisco Franco, ayudado por los aviones y las bombas de Hitler, se dio a la tarea de destruir Gernika y masacrar a sus pobladores. Este hecho y la posterior opresión feroz ejercida por el gobierno franquista - incluyendo la total prohibición, bajo pena de severos castigos, de hablar el Euskara - demuestran cuán enorme era el odio de ese hombrecillo resentido y de voz aflautada en contra de los euskaldunak. Es posible que el bombardeo de Gernika haya sido la primera de las incontables masacres sistemáticas de población civil que se han dado desde entonces en casi todas las guerras del mundo.

El roble de Gernika pereció en el fuego, y quizá para la mayoría de los euskaldunak de hoy, la memoria de ese árbol y de su destrucción no signifiquen mucho, pues no deben quedar muchos supervivientes del bombardeo. Sin embargo, actualmente se levanta otro roble en su lugar, que supuestamente proviene de las semillas del original. De hecho, no importa si es genética o biológicamente el mismo árbol. Importa la cultura, es decir, el símbolo, la tradición, la creencia, la identidad.

Yo he estado en Euskal Herria, la tierra de mis ancestros. Me he sentido deslumbrada por la belleza de la bahía de Donostia, es decir, de San Sebastián, contemplando desde el monte Igueldo las playas de Ondarreta y de la Concha. He caminado con mis primas Gloria y Marichu por sus señoriales calles y recuerdo haberle comprado una cajita de porcelana a mi mamá en una famosa tienda de antigüedades. He respirado el aire viciado del puerto de Bilbao y mirado con repugnancia las aguas sucias y malolientes del río Nervión, sus calles oscuras y frías. No me gustó este enorme enclave marítimo-comercial, responsable de más del 80% de la actividad industrial de la provincia vizcaína. Visité brevemente Lekeitio en la costa, un lugar muy ligado a nuestra familia y donde se baila, el día de San Pedro, la Kaxarranka, danza simbólica de la cofradía de pescadores Me he paseado por el castillo de Carlos V en Fuenterrabía, hoy rebautizada en vascuence Hondarribia, y he conversado con los pescadores en su hermosa playa al atardecer. Allí presencié el dinamismo del deporte vasco por excelencia: el jaialai. Allí conocí a numerosos parientes viejos y jóvenes y me divertí recordando con la tía Paz las excentricidades de algunos de nuestros antepasados. Allí supe lo que es el txirimiri, esa constante lluviecita fría y ligera que te cala hasta los huesos. No es una tierra cálida, no.

Pero, para los euskaldunak, esa tierra es la casa del padre, la casa familiar y patriarcal. Se dice que las y los vascos tienen un especial apego al lugar en donde nacieron y vivieron, y aunque ya no viva allí ni lo haya hecho por varias generaciones, cada familia vasca es todavía conocida por la casa que alguna vez habitó. Los apellidos así lo demuestran. Mi padre no nació en el país vasco ni hablaba el euskara, pero llevaba en su sangre la tradición de muchos Careagas, marinos y capitanes de barco, y de otros tantos Echevarrías, armadores y dueños de astilleros, todos ellos ligados por la sangre y la tradición a la tierra ancestral. Por ello, hoy les manda un abrazo lleno de cariño alguien salido de la fantasía y de la historia: Lorea Kareaga Etxebarria, “Flor, la hija del lugar de la cal y de la casa nueva”.

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