viernes, 5 de febrero de 2010

Etapas van, etapas vienen. Noticias del Trópico 40

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 11, núm. 40, 11 de septiembre, 2009.

Etapas van, etapas vienen

Hace muchos años, cuando yo era tan joven que esas cuestiones no significaban nada para mí…todavía, arrasó el mercado de libros y lectores un best-seller a nivel mundial: Passages. Predictable Crisis of Adult Life, de Gail Sheehy, traducido al español como Las crisis de la edad adulta. Era 1976.

Lo leí con ojos de antropóloga e identifiqué varias de esas etapas críticas con los ritos de paso que, tarde o temprano, tod@s atravesamos y que van marcando, a nivel social y personal, nuestro avance por la vida. Luego, ya entrada en la astrología, me han quedado claros los ciclos de 7, 14, 21 y 28 años en los que nos movemos a nivel de las energías planetarias y que - ¡oh sorpresa! - coinciden con las apreciaciones de Sheehy y con una de sus frases célebres: “Para crecer hay que renunciar temporalmente a la seguridad”.

¿Cómo pasamos de una etapa a otra? Ciertamente soltando la seguridad del pasado conocido y aventándonos valientemente a lo desconocido por venir. Hay ciclos que cerramos deliberadamente y con plena conciencia. Cruzamos el portal a sabiendas de que hemos dejado una etapa atrás y dado el paso decisivo hacia otra nueva. Así son justamente los ritos de paso: bautizarse, graduarse, casarse. Eventos concretos en fechas precisas.

Sin embargo, hay etapas que terminan sin que nos demos cuenta, y un buen día abrimos los ojos a una realidad que quizá ya venía cambiando desde antes. En el amor, por ejemplo, de pronto amanecemos al lado de un perfecto extraño que creíamos conocer mejor que a nosotras mismas y nos preguntamos cómo rayos sucedió y qué hacemos ahí.

Las más de las veces, no obstante, una mezcla de decisiones conscientes y empujones del universo nos llevan de la mano. Ahora sé que el cruce de una etapa a otra no es realmente cuestión de uno o varios sucesos preestablecidos; ni siquiera de un momento definido. No vamos por la existencia de evento en evento, sino que todo se desenvuelve en procesos, unas veces más rápidos y otras más lentos. Ciertamente existen eventos que nos marcan y dejan su huella indeleble en el alma, pero el paso de una etapa a otra no es cuestión de actos súbitos sino de tiempo transcurrido.

¿Cuándo terminó mi vida chetumaleña y comenzó mi reinvención cancunense? ¿Hace dos años? ¿Más? Difícil decirlo. Pero hace unos días cerré un círculo – quizá el más importante de todo este proceso - y quiero compartirlo:

Viernes 28 de agosto:
Hago un recorrido por las calles de Chetumal con plena conciencia de su significado simbólico y ritual. Parto del Gran Marlon, un nuevo hotel donde me hospedo, que pretende ser elegante y minimalista sin conseguirlo en realidad. Se ubica en Juárez 88, justamente en el predio en el que, hace 30 años, estaba la primera casa donde viví, una mansión antigua de madera y techo de cuatro aguas habitada por una familia de murciélagos. El enorme terreno tenía en el centro un frondoso gigante, un árbol de fruta pan cuya almidonada fruta me traía ecos de relatos de Julio Verne y aventuras en exóticos mares del Sur. Había también guayabos, nísperos y ciruelos que servían de coartada y escondite a las hijas de la vecina. Agazapadas entre sus ramas, las muy curiosas nos escuchaban a B y a mi hacer el amor en cálidas tardes de siesta. ¡Cuántos recuerdos de aquella casa! Quizá ahora deambulen como fantasmas perdidos en la nueva estructura de concreto y metal…

Continúo mi camino por derroteros predecibles. Mi ceiba favorita, “Las Dos Hermanas”, me da la bienvenida a la orilla de la bahía. La honro y le deseo larga vida. Paseo por el muelle poblado de los pescadores de siempre, y como siempre, me maravilla la paciencia con la que tienden sus hilos de nylon y esperan a que pique algún despistado jurel desviado del cauce de su cardumen. Todo ello es buen pretexto para una plácida charla. Miro la desembocadura del río Hondo y me doy cuenta de lo bella que sigue siendo la bahía, circundada en buena parte por el verdor horizontal del país vecino. Y soy mirada por la ciudad desde sus landmarks y nos reconocemos. Aquí hice muchas cosas, crecí, aprendí, fui feliz.

El malecón me lleva finalmente a mis antiguos lares en la frontera del Barrio Bravo. Caminando por Reforma es imposible no ver e impactarse con la construcción que ha levantado Cristóbal en el curso de casi 9 años. ¡Sí que está dejando su marca en el paisaje urbano! Enfrente, mi casa. La veo hermosa y expectante, preparada también para comenzar una nueva etapa. Nos sonreímos en el recuerdo de 15 años compartidos. Es un lugar vivo que me mira con buenos ojos y sé que tanto ella como yo tenemos un destino propio. Ahora una nueva familia la habitará, cuidará, disfrutará. No necesito entrar. Ya nos despedimos.

Sábado 29:
Las señales de cierre abundan. Sin haberlo realmente planeado, finiquito acuerdos, firmo documentos, instruyo cancelaciones, redondeo trámites. Algunos contra reloj, como si el universo, sonriendo, me dijera “te la estamos haciendo cardíaca para que no te olvides de confiar”.

Domingo 30:
Son las 7 de la mañana y Chetumal es mío. Me pertenece. Cruzo por sus calles vacías, sus semáforos intermitentes, sus banquetas rotas. Soy el único ser humano en kilómetros a la redonda.

Desayuno en Sergio’s, otro landmark que, desde que lo conozco hace tres décadas, no ha cambiado. Imposible olvidar que el tiempo transcurre diferente en Chetumal. Después de todo, es el mundo al otro lado del espejo.

Margarito, amigo y colega, me lleva a comer a Ichpaatún, un hermoso lugar frente a la isla de Tamalcab. Pido el clásico ceviche mixto y la memoria del gusto y el olfato me remonta a aquella primera comida que compartí con mi hermano Alfredo en el restaurante de Fina Muza, recién llegada a Chetumal en septiembre de 1978, y en la que supe, entre lágrimas y risas, lo que es el chile habanero.

La conversación con Margarito resulta tan amena y provocativa como deliciosas son las viandas y perfecto el paisaje. Después de analizar a la UQROO, sus años iniciales y cambios irreversibles; de abordar la Zona Maya y el derrumbe de un mundo que no volverá; de desmenuzar un país al que se lo está llevando Patas de Cabra, no podemos menos que desembocar en cuestionamientos profundos y filosóficos: ¿Podemos todavía hacer antropología clásica? ¿Tiene aún sentido y posibilidades el clásico trabajo de campo? ¿Es una ciencia social en extinción y nosotros dinosaurios? ¿Nos equivocamos de camino o se trata más bien de la crisis de las Humanidades? ¿Tenían nuestros padres razón al insistir en que estudiáramos una carrera menos idealista y más productiva? ¿Somos unos románticos incurables en busca del noble salvaje, de un objeto/sujeto de estudio que no es ni quiere ser esa imagen idealizada? Food for thought…

Cierro el día cenando con mis más antiguos amigos chetumaleños: Juan y Carlota. Qué delicia de charla y de postre: un brownie con helado de vainilla que me zampo sin culpas. Compañeros de andanzas., locuras y proyectos, testigos de muchos de mis propios ritos de paso, son prueba viva de que las etapas van y vienen pero lo firme y radical permanece. Somos amigos incondicionales desde hace 31 años. Un motivo más para celebrar.

Lunes 31:
El notario nos espera, a mis compradores y a mí, para firmar la venta de mi casa. Queda en buenas manos y yo puedo decir adiós a Chetumal. La próxima vez que regrese, será diferente. Miraré la ciudad, la bahía, los recuerdos, con ojos distintos. Siempre amorosos pero ya desde el portal recién cruzado, ya desde otro territorio y otro ciclo vital.

Te deseo larga y plácida vida, querido Chetumal. Que no te afecten los vientos de indiferencia y rechazo que soplan desde el norte. Que no te confunda la voracidad disfrazada de progreso. Que las garzas adornen de blanco el manglar y que por muchos años lo sobrevuelen los pelícanos. Y que jureles, pargos y una que otra cherna tengan a bien llegar hasta los pescadores del muelle.

No hay comentarios: