viernes, 5 de febrero de 2010

La Hermandad. Noticias del Trópico 15

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 6, núm. 15, 25 de agosto, 2004.

La Hermandad

Hace seis meses, una buena y soleada mañana caribeña, decidí unirme a una hermandad muy particular. No conozco de nombre a ninguno de sus numerosos miembros, salvo tres excepciones que ya eran amistades mías desde hace varios años. No se paga ninguna membresía ni cuota mensual por pertenecer a este exclusivo club que, por otra parte, está abierto a todo el mundo, ni tampoco existen reglamentos más allá de los de la sana y respetuosa convivencia. Y aunque no existe ninguna sede específicamente designada para ello, este selecto grupo de hombres y mujeres se reúne cada mañana, con bastante puntualidad y disciplina, en el mismo lugar, de lunes a sábado, entre las 6 y las 8 horas.

Años atrás intenté en algunas ocasiones compartir estos espacios y momentos con hermandades similares, pero nunca les había encontrado el chiste ni había captado el secreto placer que entrañan. Ahora me parecen deliciosas, quizá porque con una cincuentena de años encima me he vuelto más pausada y selectiva, me siento capaz de hacer muchas cosas que antes nunca me hubiera atrevido a intentar, tengo la misma energía de siempre pero más concentrada y ningún temor a medirme contra mis propios límites. La hermandad ciertamente me está enseñando esto y mucho más.

Me refiero a la hermandad de las y los corredores, de las y los trotadores, de las y los caminadores. Cada quien a su ritmo y conveniencia, hombres y mujeres de todas las edades salimos a hacer ejercicio al hermoso boulevard que corre a lo largo de la bahía de Chetumal, respiramos la suave brisa del mar, nos refresca la sombra de almendros y palmeras, nos alegra el canto de los pájaros, y nuestro propio esfuerzo físico nos llena el alma de gozo y el cuerpo de endorfinas.

Y ciertamente somos una hermandad, cuyos miembros nos reconocemos haciendo señales secretas con la mano o los ojos, a veces susurrando un “hola” o “buenos días”, a veces solo con una sonrisa. Me hace pensar en ciertos chóferes de autobuses o trailers que encienden las luces como saludo a sus compañeros cuando se cruzan a media carretera. Hay un entendimiento entre nosotros, aunque jamás nos hayamos dirigido la palabra. Una especie de complicidad que dice “Ajá, te veo casi todos los días y te tomas en serio esta actividad”, “Eres de las nuestras”, “Tu sí sabes de qué se trata la cosa”, “Bienvenido”.

Parecería que cada quien está en lo suyo, y en cierto nivel así es. Correr, trotar, caminar vigorosamente, hacer sentadillas, desplantes o estiramientos es cosa que requiere concentración y enfoque, así como una respiración rítmica y regular, y una atenta observación del cuerpo. Es una práctica hasta cierto punto solitaria. Sin embargo, en niveles más sutiles estamos interconectados en una actividad común que nos da una sensación de bienestar, que nos reúne en un hermoso lugar y que de alguna forma compartimos con el mismo interés y la misma alegre disciplina.

Y no hay como romper las propias barreras que cada quien se pone a si mismo. Cuando hace seis meses empecé a caminar e intenté trotar, creo que no avancé más de 100 metros sin sentir que desfallecía, a pesar de que siempre he hecho mucho ejercicio y de que doy seis horas de clase de yoga a la semana. Pero la perseverancia siempre guarda una dulce recompensa y ahora camino tres kilómetros y corro uno y medio, y no pierdo la esperanza de ir aumentando esta distancia poco a poco, a mi propio ritmo. Una hermandad de hombres y mujeres como yo, me acompaña y me muestra el camino.

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