lunes, 9 de abril de 2012

Volar. Noticias del Trópico N° 57.

El newsletter de Lorenzia, año 14, núm. 57, 9 de abril, 2012.
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Volar

Volar requiere en mí de un estado paradójico de nerviosa anestesia, única defensa contra la incertidumbre y la mala gana con la que abordo un avión. Sólo en tales ocasiones he compartido un gesto con un santo padre; sólo un mero gesto, ninguna de sus causas, motivaciones, simbolismos ni propósitos: al bajar de un avión, mentalmente me arrodillo en un acto pagano y beso a Gaia, feliz y aliviada de haber sido restituida y devuelta una vez más a mi terreno elemento.

En Cancún, de camino al aeropuerto nos sale repentinamente al paso, a la altura de mis ojos, la parte delantera y amarilla de un soberbio tráiler completamente ajeno e ignorante del peligro. Lo libramos por los 80 micrómetros que, dicen, mide en promedio el diámetro de un pelo. El taxista se queda lívido. Yo, maravillada de sus reflejos.

El vuelo, que transcurre tranquilo y agradable, termina conforme nos aproximamos a la Ciudad de México. La llegada a esta inmensa cicatriz en el paisaje siempre es violenta, y esta vez, a punto de aterrizar, el avión se eleva súbitamente forzando motores y de nuevo aparecemos flotando en la baba gris que cuelga sobre el valle. El piloto explica que había otra nave en la pista…

Dos roces con La Posibilidad me dejan aún más vital y vibrante de lo que me he sentido últimamente. Al parecer, hoy no toca nuestra cita en Samarra.

El Ombligo del Mundo me recibe como acostumbra, mostrando su rostro bestial. Sé que esconde celosamente, bajo una capa de dura indiferencia, el alma de mi tierra; y sé que ésta aparecerá a chispazos en estos próximos días, dilapidada y eterna. Un mar de jacarandas en flor dispersa por todos los rincones el desorden y alivia el estruendo. Invisibles a fuerza de mimetismo y de costumbre, pasan quizá inadvertidas para los habitantes de este lugar, los sentidos continuamente bajo asalto, la percepción en exceso aguijoneada. Yo, en cambio, veo a mi ciudad con ojos de extranjera.

Existen muchas formas de volar. La familia se reúne a desayunar en el San Ángel Inn y yo vuelo al pasado, a un lugar favorito donde comí y cené muchas veces con mis padres. Seis niñas y dos niños, la cuarta generación presente a la mesa, cabellos rubios por aquí, ojos azules por allá, una expresión, una sonrisa, un gesto, una mirada, remontan mi vuelo en un ir y venir hacia rostros queridos ausentes y tan presentes, al mismo tiempo, en estos pequeños fragmentos maravilla de la genética.

Por la tarde voy al teatro. Casa llena, pues actúan Demián Bichir y Ana de la Reguera. La obra, que no vale gran cosa, se salva tan sólo por el poder de Demián Bichir en el escenario. Actúa insolente, magnífico, divertido, desde la seguridad y el sentido del humor; dueño absoluto del único personaje congruente, se echa al público al bolsillo, seduce, se lleva de calle al resto de los actores, te lo quieres comer.

Nunca me he descrito como una mujer impetuosa. En la imagen que me creo de mi misma no caben los arrebatos. Y sin embargo, podría si quisiera contar mi vida de arranque en arranque, de impulso en impulso, en raptos, llamaradas y precipitaciones. Sin ir más lejos, hoy Domingo de Ramos mis dedos vuelan sobre el teclado movidos por un potente acicate y la instigación de un texto. O de varios, todos abiertos e impacientes por que les llegue el turno. Me vienen las ideas entremezcladas y volando con claras intenciones, mientras mis alas se ejercitan flexionando y estirando sus cartílagos. He descubierto que si bien escribir es una función y habilidad localizada en un lugar específico del cerebro, no provienen del mismo sitio las motivaciones ni los estímulos. El esquema mental es múltiple y a veces ni siquiera es mental. No es lo mismo dejarme ir en el impulso profundo del oleaje salvaje que me quema, que internarme en los signos cifrados de lo académico y completar ¡por fin! el borrador final - sujeto aún a cientos de cambios - de un capítulo disertante que me había costado muchas horas de bloqueos, vacíos y franca resistencia.

Alterno rachas febriles de escritura con otras similares en una elíptica, aparato que se antoja frágil y rudimentario en comparación con el que tengo en casa, pero que funciona de maravilla y demanda implacable el equilibrio de cada vértebra, la fuerza de las piernas, la conciencia de los pulmones, mientras regala alegría al músculo cardíaco. Una acometida masiva de endorfinas combinada con una flamante sobredosis dopamínica. Quizá así, al-químicamente, se explique todo este volar…

En días subsiguientes, la ciudad me muestra una nueva faz: gourmet, gastronómica, del buen y variado comer. Una ciudad rebosante de epicúreos que no temen los desafíos aunque no logren la ataraxia. Sus calles vacías la tornan casi agradable.

Llegar a Cuernavaca es como retornar a un puerto conocido y bienamado. No importan el caos ni los cambios. Es el lugar de mis más antiguos recuerdos de infancia; es árboles, cuestas, barrancas, calles como meandros, montañas lejanas, bardas cubiertas de enredaderas en flor, campanas al vuelo, cigarras que le cantan a la lluvia, pájaros negros, tormentas nocturnas, calor. Aquí mi corazón resuena y late consciente y acompañado. Tepoztlán, en cambio, es magia querellante. Mucha, demasiada tierra, claustrofóbica cercanía de cerros, inquietud a pesar de que hace años hicimos las paces… En Santiago Tepetlapa, la Pascua de la Resurrección no es más ni es menos que el vuelo de huevos de colores escondidos en el jardín, una tradición familiar que se resiste a desaparecer. La Luna Llena del Viernes Santo, espectacular en su brillantez y redonda perfección, domina un crepúsculo lleno de significados y portentos.

Amanecí recordando que hace un año iniciaba yo la aventura del Camino de Santiago. Hasta hoy sigo recibiendo señales cifradas en flechas amarillas, retos que parecen físicos y desembocan en espíritu. Más que nunca, los doscientos y pico kilómetros recorridos a pie en 12 etapas y 14 días me empoderan con la conciencia de una proeza que, desde entonces, me asegura capaz de lograr lo que me proponga... si realmente, sólo por hoy, quiero proponérmelo…

Mañana volaré de regreso a casa, felizmente recargada la pila de la energía familiar y renovados los más entrañables cariños de la amistad. Volaré con añoranzas convertidas en pulsaciones y potencias, en un aparato diseñado expresamente para ello, con altas probabilidades de éxito y sin embargo mortificada por las mismas desazones que comparten Ícaros y papalotes.

Volar… Sí, es bonito. A las dos de la mañana y en confraternidad con las brujas.

(Un regalo: http://www.youtube.com/watch?v=9pT4Q5piexc )