lunes, 12 de noviembre de 2012

A propósito del Día del Cartero. NOTICIAS DEL TRÓPICO 63

El newsletter de Lorenzia, año 14, núm. 63, 12 de noviembre, 2012. Cómo vamos olvidando amablemente aquello que alguna vez nos apasionó y sin sentirlo lo sustituimos con lo nuevo que traen los cambios y el deterioro de la vida. Aquellos tiempos de creatividad y comunicación epistolar, en los que las cartas decían todo, cuando se escribía por necesidad y placer, y el papel era sedoso y la tinta salía de un tintero y la caligrafía era un arte.
No hablaré de las cartas que aún guardo de mis abuelos, escritas a mis padres entre 1940 y 1946 desde un Londres devastado, de raciones medidas, de palabras censuradas, de carencias y sinsabor. Puedo hablar de las cartas que recibí de mi padre, de lo buena corresponsal que era mi madre. Gracias a ella manteníamos contacto con familia y amigos de todo el mundo. Religiosamente escribía de madrugada en una Remington que fue evolucionando con la tecnología hasta llegar a la eléctrica Smith-Corona azul, de la que parecían salir misivas en serie y por arte de magia. Huelga decir que mi madre era la clienta favorita de la señora del correo, una avinagrada matrona que a todos maltrataba menos a la güerita que un par de veces por semana bajaba de su coche ayudada por el chofer, con cartas y paquetes para Estados Unidos, Venezuela y Panamá, para Canadá, Italia, Francia y por supuesto Inglaterra, y sin duda España.
Y si pienso en el cartero que traía a diario un montón de correspondencia y no solamente recibos y propaganda, evocaría con ello un landmark intangible de mi niñez. ¡Qué emocionante era recibir una carta! Las noticias se leían y compartían a la hora de la comida; a veces, con suerte, la carta venía acompañada de fotos, a veces llegaban postales, y en Navidad era una locura la avalancha de “Xmas”, como las llamaba la tía Mimí. Recuerdo un año en que hicimos un árbol de puras tarjetas navideñas. Las colecciones filatélicas se incrementaban en belleza y sapiencia geográfica. Siempre me gustó escribir cartas. Y recibirlas. Y leerlas. Mucho me temo, no obstante, que han pasado a la historia, como lo hará, dentro de poco, el correo normal y el cartero, como eventualmente le sucederá al correo electrónico, que ya está siendo sustituido por Skype y éste por Facebook, y lo que sigue que lo diga mi hermano Alf, que sabe mucho más del futuro que yo. Hace tiempo leí o vi no sé dónde que existe un repositorio en algún lugar del mundo para toda la correspondencia perdida, aquellas misivas que nunca llegaron a su destino, ya sea porque no tenían la dirección completa o carecían de remitente o el destinatario ya no vivía en ese lugar o al cartero se le traspapelaron o fueron interceptadas y olvidadas. ¿Se imaginan los contenidos de todas esas cartas que jamás fueron leídas? Noticias de nacimientos y de bodas, de fallecimientos y de logros profesionales, de amores y pasiones, de promesas y rompimientos, de soldados quizá muertos en combate poco después de escribirlas, de agradecimiento, de odio, de felicitación, de rechazo…
Conozco también una anécdota fantástica de uno de los viajeros de mi tesis. Carl B. Heller, naturalista austríaco, se encontraba varado en Campeche sin dinero ni permiso para abandonar aquel puerto en ese momento bloqueado por los gringos. Corría el año 1847… El vapor “Tweed”, de la Royal Mail Steam Paquet Company, naufragó en el Arrecife de Alacranes, frente a las costas de la península, murieron 80 personas y prácticamente se perdió el cargamento y por supuesto, el correo de Su Majestad. Heller desesperó de recibir la misiva que tanto anhelaba y necesitaba. Poco después, sin embargo, nos dice: “Tanto más grande fue mi sorpresa cuando una mañana me entregó el empleado de un comerciante nativo una carta medio descolorida con mi dirección que había visto flotar aislada en las aguas de los Alacranes y que logró pescar… Era mi carta, la que esperaba con tantas ansias, la única que se salvó entre miles y que todavía era perfectamente legible… No podía dar crédito a mis ojos, porque me parecía algo más que una coincidencia común; era algo inusitado, casi maravilloso, me pareció una señal de los cielos para que no perdiera el ánimo en mi triste situación”. ¡Feliz Día del Cartero!

domingo, 4 de noviembre de 2012

Motita (¿? – 2012) NOTICIAS DEL TRÓPICO 62

El newsletter de Lorenzia, año 14, núm. 62, 4 de noviembre, 2012. Cómo ha estado cercana la muerte. Este año hemos sufrido sus estragos, percibido su misterio, cuestionado sus métodos. Acabamos de pasar por unos días en los que es costumbre hablar de ella, recordar todos sus nombres, sonreír ante la burla trepidante que nuestra cultura popular hace de su calavera y sus huesos. Hemos traído a la mesa a los ancestros y a nuestros demás ausentes, un banquete más que compartir con su memoria y el hueco profundo que nos han dejado desde que se fueron. Escribo de la muerte mientras la muerte me visita poniendo fin a una etapa más, recordándome que se pasea ajena pero igual sintiéndose en casa entre los vivos. Hace una semana vi el proceso de la muerte, la acaricié, me despedí, recordé que es tan sólo un hasta luego. Murió Moti, mi compañera, mi cotidiana bienvenida, mi cuidadora, y aprendo que una vez en poder de la muerte, da igual quiénes o qué hayamos sido. Todo queda al ras, todo es voltear la hoja, todo es página en blanco.