jueves, 9 de agosto de 2012

Los usos de un diagrama de flujo. NOTICIAS DEL TRÓPICO 60

El newsletter de Lorenzia, año 14, núm. 60, 9 de agosto, 2012. Los usos de un diagrama de flujo Hubo hace tiempo una campaña/concurso para reportar el trámite burocrático más inútil y engorroso. Me imagino que a los organizadores les llovieron ejemplos de toda índole y de todo el país, y debe haber sido divertido y a la vez deprimente para los jueces evaluarlos. Ignoro quién ganó y si acaso sirvió de algo para modificar o de plano eliminar tal trámite. Y es que la simplificación administrativa es una tarea que a las y los mexicanos no se nos da. Viene de raíz. No tengo idea de cómo se manejaban las cuestiones burocráticas en el imperio mexica, pero si hemos de aceptar el marco teórico del despotismo oriental para explicarlo, entonces seguro había bastantes protocolos a seguir. Las reformas borbónicas del siglo XVIII no hicieron más que complicar aún más la lentitud administrativa que ya de por sí caracterizaba a otro imperio: el español. Quizá el único ejemplo de administración veloz – obligada, por cierto, dadas las circunstancias - haya sido la impartida a salto de mata y dentro de una carroza por el presidente Juárez, con el archivo de la nación a cuestas y los franceses pisándole los talones.
Se ha buscado en la descentralización la respuesta al dilema simplificatorio y han sido diversos los esfuerzos por descentralizar la administración en un país que desde las épocas de Tenochtitlan lleva el centralismo en sus venas. Pero vamos a ver: ¿nos sentiríamos a gusto sin esa imagen central? No lo creo ni el masivo DF nos lo permitiría. La simplificación es un reto, pero el problema es la forma en que cada quien entiende qué es simplificar. Para algunos podría ser eliminar pasos, trámites, copias, requisitos, tiempos. Pero para otros puede consistir en especificar los pasos a seguir, hacerlos más claros, ir uno por uno y mostrarlos en un diagrama de flujo como el que me encontré en la estación de autobuses de Tulum, Quintana Roo. Aclaro que Tulum, que hasta hace relativamente poco era un delicioso pueblito, asiento, además, de grupos mayas tradicionales, es ahora un lugar cosmopolita lleno de restaurantes y turistas, cibercafés y bancos; una población en vías de un crecimiento casi tan impactante, desordenado e implacable como el de su vecina Playa del Carmen, que ostenta una de las tasas más altas de desarrollo urbano de Latinoamérica. Y al parecer, junto con la modernidad, llegaron las complicaciones y complejidades administrativas.
Cuando el chofer dijo “Tulum, 10 minutos”, me bajé del autobús para ir al baño. Acostumbrada a la costumbre de estas tierras de pagar a la entrada del baño 2 pesos a cambio de los cuales alguien te da papel, me resultó sorprendente que la mujer apostada en la puerta de dicho recinto me dijera que tenía que acercarme a la taquilla a comprar un boleto. Y no era yo sola, habíamos varios pasajeros en esas circunstancias. La que despachaba en la taquilla tenía una cola de personas esperando a comprar sus pasajes y dentro la acompañaba un señor que nos dijo “yo no vendo los boletos del baño. Pídanselo a la señorita” La pobre tuvo que atender dos colas, una de ellas de gente con cierta prisa entre la que me encontraba yo. Finalmente regresé a la cola del baño con mi boleto – que costó tres pesos – el cual fue recibido por la mujer apostada a la entrada. Cortó una de las partes del boleto y me entregó la otra junto con el consabido papel de baño. Y mi sorpresa fue en aumento cuando me di cuenta de que, pegado a la puerta del baño, había un diagrama de flujo con las instrucciones a seguir. Decía así: El pasajero desciende del vehículo -> Se le informa que compre su boleto del baño en la taquilla -> Se le vende el boleto en la taquilla -> A cambio del boleto se le entrega papel de baño -> Se le permite la entrada al baño. Solo faltaba en el diagrama mencionar que el pasajero entra al baño y hace lo que tiene que hacer y luego jala la cadena, se lava las manos, se mira en el espejo, sale y tiene dos opciones: subirse al autobús que está por dejarlo en tierra o correr detrás del autobús que ya lo dejó. Cuando dije que era una barbaridad, que hasta un diagrama de flujo tenían, la señorita de la entrada al parecer coincidió conmigo porque respondió: “Sí es una barbaridad, porque nadie lo lee”. Y, si como dice un querido amigo, vivimos en un país donde para cada solución hay un problema, en Tulum hay dos.