miércoles, 25 de mayo de 2011

NOTICIAS DEL TRÓPICO El newsletter de Lorenzia, año 13, núm. 50, 29 de abril, 2011.

Santiago de Compostela: Mil caminos, un destino

Conocí a Addy en 1995. Tiempo después nos hicimos amigas, con todo y que, por la diferencia de edad, bien podría ser mi hija. Hoy sigo teniendo ese privilegio. Siempre admiré su mente brillante, tesón e independencia. Es, además, una mujer de recursos, despierta, observadora, valiente y generosa. No podría haber hecho este camino en mejor compañía y le estoy muy agradecida por haberme dicho "¿Quieres ir a Santiago? ¡Pues vente!"

Y en Santiago estoy.

Comencé a escribir estas noticias a escasos 40 kilómetros de Compostela. Hoy no sólo ya estamos en nuestro destino, sino que ya hasta fuimos a Finisterre, la meta de las antiguas peregrinaciones celtas para conocer el fin del mundo, donde el gran mar se volvía un misterio poblado de monstruos y sirenas, cuando no había ni veredas ni guías, excepto la Vía Láctea; antes de que Santo Domingo, justamente apodado "De la Calzada", comenzara a construir caminos y puentes para los peregrinos jacobeos.

Nos tomamos con calma la llegada, haciendo etapas de entre 18 y 20 kilómetros. Pasamos la noche del martes en el Monte del Gozo, a 5 kilómetros de Santiago, desde donde ya se vislumbran las torres de la catedral, con el propósito de entrar frescas y descansadas al día siguiente. Llegamos el miércoles a las 12 del día, hora de la Misa de Peregrinos. Se pensaría que el interior de esa hermosa catedral era silencio y recogimiento, pero no fue así. ¿Cómo creen que nos tocó entrar? Al ritmo de un escandaloso grupo de danzantes concheros, con penachos de plumas, tambores, guitarras y sonando caracoles!!! Que además no creo que vinieran caminando, porque no los vimos en ninguna etapa del camino. Bailaron en la Plaza del Obradoiro, luego frente a la Puerta de la Gloria y todavía entraron al recinto al son de sus instrumentos. Llegó un momento que me dio vergüenza ajena porque muchos peregrinos, que estaban de lo más emocionados por su llegada al corazón de Compostela, se empezaron a enojar y a protestar. Finalmente se callaron y empezó la misa. El padre estaba acompañado de otros sacerdotes canadienses e italianos y los mensajes se dijeron en varias lenguas; además se mencionaron a los peregrinos que ahí estábamos, diciendo de donde habían partido y cuál era su nacionalidad. El evangelio versó sobre ese peregrino en la calzada de Emaús, que es un pasaje bastante bonito, y la homilía estuvo dedicada a todos los caminantes. Yo realicé los encargos que llevaba y hasta hoy pude abrazar al Santo, que es parte del ritual jacobeo. Con todo y que advertí a quienes dan la Compostela que mis intenciones no habían sido religiosas, me la dieron igual porque ecuménicamente aceptan cualquier propósito espiritual.

Santiago es una ciudad preciosa, especialmente la parte antigua, de callejones y edificios de piedra con unos ventanales volados que dejan entrar la luz y las bellezas del paisaje. Ayer recorrimos la Costa de la Muerte hasta Finisterre. Se llama así por lo bravío del mar, que nos tocó bastante en calma, además de un día soleado y cálido. Hemos comido delicioso toda suerte de mariscos.

Ha sido una experiencia única que con gusto repetiría. Me han quedado ganas de seguir andando. Conocimos hace unos días a un peregrino de Nueva Caledonia (yo tampoco sabía es que una isla territorio francés al lado de Nueva Zelanda), que llevaba un mes andando y ya había hecho 800 kilómetros desde Irún, en la frontera del país vasco con Francia. Decía que se sentía contento de estar a punto de llegar a Compostela, pero que al mismo tiempo no quería que la aventura terminase. Yo me sentí igual, muy feliz de haber alcanzado la meta, pero con una gran nostalgia del camino. Sé que extrañaré el silencio de los campos y bosques, el sonido del viento en las ramas de los árboles, los cantos de los pájaros, el agua de los riachuelos. Regresaría a Santiago, ahora por la vía del Camino Inglés, el año que entra. ¿Por qué no?