miércoles, 15 de septiembre de 2010

De cumpleaños y centenarios Noticias del Trópico 44

La guerra está de moda y no sólo contra los narcos. Nos ahogan en refritos históricos, nos acribillan con los consabidos cartones heroicos de héroes acartonados y sucumbimos ante el revival de los estereotipos; menos mal que ahí están también las interpretaciones serias y las novedades de la investigación, visiones frescas que desentierran secretos y desenmascaran mitos.

En realidad, la guerra ha estado de moda desde hace 200 años. De alguna manera podemos medir el desarrollo de nuestro país de conflicto armado en conflicto armado. Entre bicentenario y centenario, o mejor dicho, entre la Independencia y la Revolución, México se debatió en un siglo XIX plagado de asonadas, golpes de estado, levantamientos y rebeliones de toda índole. La Independencia – tan manoseada últimamente – es una de esas luchas longevas que empezó con una serie de planteamientos no precisamente independentistas; siguió su curso según los vaivenes liberales y los vientos absolutistas que soplaron desde España; cambió de líderes varias veces (y por lo mismo de objetivos) y se definió de una vez por todas, 11 años después, por el restablecimiento de una constitución liberal que no convenía a los grupos de poder. Siempre me acordaré de la frase de Marco Almazán, en su Rediezcubrimiento de México: “la conquista la hicieron los indígenas, la independencia la hicieron los españoles…”

A partir de ahí, décadas de vivir bajo la amenaza de invasiones, intervenciones y guerras pasteleras. Tuvimos nuestra propia guerra civil: dos bandos, un país dividido por convicciones políticas y creencias religiosas, por planes conservadores y leyes reformadoras. Y llegamos así a la Revolución, otro intento – fallido, por cierto – de revertir el orden, de cambiar de raíz al país, liderado por cabecillas antagónicos, y cuyas repercusiones quizá estemos todavía padeciendo. Fácil atacar la dictadura treintañera de Porfirio Díaz, el villano por excelencia junto con Hernán Cortés, pero ni comparación con 70 años de dictadura priísta y de afanes desmanteladores de la riqueza de este país, alguna de la cual Don Porfirio sí construyó.

La Revolución Mexicana fue la primera gran revolución campesina del siglo XX, como aprendimos por allá de los setentas, tras leer la sobresaliente obra de Eric Wolf. Ahora estamos dando origen a una nueva modalidad en lo que a guerras se refiere. La guerra de los narcos contra el Estado mexicano, aunque se parezca en algunas cosas al caso de Colombia, no es igual, ni los narcos son insurgentes ni tampoco revolucionarios. Estamos ante la primera gran guerra empresarial del siglo XXI. La guerra de cierto grupo de empresarios – que hasta en Forbes aparecen – contra el Estado mexicano, para mantener su estatus quo, proteger sus cotos de poder y asegurar sus ganancias millonarias a través de subvertir el orden y secuestrar al país.

Desde mis ahora 57 veranos, miro hacia atrás y no puedo menos que caer en el cliché: ¡ah, qué tiempos aquellos!, cuando México, con todo y sus broncas ancestrales, era todavía una promesa y una esperanza. Aquel México que enarbolaba una política exterior de la que nos podíamos enorgullecer, el México que dedicaba el mayor porcentaje de su presupuesto a la educación. No el vendido, ni el lacayo, ni el de la rebatinga electoral por el poder, ni el copado por políticos y sindicatos gangsteriles, ni el manipulado por curas, ni el lisiado por traficantes de personas y pederastas. Quizá, sin quererlo, estemos “celebrando”, junto con el centenario y bicentenario de dos guerras, el momento más negro de la historia de México.

Personalmente, no obstante, sí he celebrado en estos días mi cumpleaños y todo lo que el universo me ha regalado y me regala cotidianamente, que es mucho y muy apreciado. Celebro y agradezco mi vida de privilegio, en el sentido de haber contado siempre con oportunidades de crecimiento, educación, desarrollo y libertad, gracias en gran medida a un entorno propicio. Celebro el México que me vio nacer y convertirme en quien ahora soy, el México que abrió los brazos a mis padres y abuelos, el que conocí a través del gran angular de la antropología, el México de mis tiempos, lindo y querido. Porque, con todo, sigue siendo un México lindo y un México querido, al cual también querría que me trajeran si muriera lejos de aquí.