viernes, 5 de febrero de 2010

De Almeja a Pez Dorado. Noticias del Trópico 35

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 10, núm. 35, 29 de julio, 2008.

De Almeja a Pez Dorado

“¿Vives?” – preguntaría mi amigo Juan, y yo contestaría, y contesto, con un rotundo ¡Vivo!

Sin embargo, hasta hoy podría parecer que no, que he desaparecido de la faz de la tierra, que he sido tragada por uno de los muchos universos paralelos que coexisten en este Cancún de fantasía y oropel, de calores y colores, de abundancia y miseria, de caos y adrenalina, de depredadores y supervivientes.

Y podría parecer inverosímil el proceso evolutivo que lleva de un molusco a un pez. Pero en Cancún, todo es posible.

Ha pasado prácticamente un año – un año y 20 días para ser exacta – desde la última vez que escribí mis Noticias del Trópico. En aquel número 34 de las N. del T. contaba nuestra llegada – de los perros, gatos y mía - a Almeja 13, que hasta ahora ha sido mi coordenada y mi castillo. Pronto, sin embargo, nos mudaremos a una casa ubicada en Pez Dorado 11, frente a una playa muy popular y populosa los fines de semana, pues es la única que aún no ha sido reclamada por los hoteles. Está rodeada del manglar que marca al norte los límites de la ciudad y se encuentra en pleno corazón de Puerto Juárez. O sea que el lugar ni siquiera parece Cancún, sino un pueblo olvidado y medio derruído en alguna esquina ignota de México. Pero con sabor caribeño y un mar todavía hermoso.

Como es evidente, no escarmiento, y si en Chetumal vivía a un par de cuadras de la bahía, ahora vivo, o mejor dicho, viviré, a tiro de piedra del mar. En una temporada de huracanes que apenas inicia, es algo temerario, pero todo sea por un jardín, una vista hermosa y el lapso de escasos 8 minutos que me separan de mi lugar de trabajo, la Universidad del Caribe.

No estoy escribiendo estas Noticias como quisiera. Planeaba empezar pidiendo a mis lector@s, que son por cierto mis más car@s y cercan@s amig@s, una disculpa por un año de silencio. Un año en el que han sucedido muchas cosas y que ha requerido de energía por encima de lo que estaba acostumbrada a tener en Chetumal. Ha sido un año de duelo y renacimiento. Hablaba yo de duelo en mis anteriores Noticias, pero nada comparado con lo que ha significado iniciar una nueva, realmente nueva, etapa de mi vida, el corte que ha significado, los lazos que he tenido que aprender no a cortar, sino a resguardar y fortalecer de formas muy distintas a las conocidas. Un año de trabajo compulsivo, que era necesario para volverme a sentir viva, activa, creativa, pensante y actuante. Un año de los aprendizajes más diversos, de los despertares más cegadores para mis neuronas. Un año de confrontaciones frente al espejo, de logros laborales, de aventuras intelectuales y de amorosos encuentros. No ha sido nada fácil, déjenme decirles. Me he sentido y aún me siento perdida en ciertos espacios y llena de dudas en otros. Al mismo tiempo, algunas cosas, como este sentimiento de indiscutible felicidad, son bien concretas y me dan un asidero frente al futuro.

Mi trabajo es, sin duda, el de mis sueños y el mejor que he tenido en mi vida. Se dice fácil, pero he trabajado en muchas cosas y en muchas instituciones, y lo digo sin temor a exagerar. Hace muchos años, cada vez que entraba en una biblioteca, especialmente en bibliotecas como la del Congreso, Tulane, la U. de Texas, el Colegio de México, la Nacional y otras, recuerdo que siempre pensaba “¡Qué bonito sería trabajar en un lugar así!” y del cielo me cayó precisamente la jefatura de la biblioteca de la Universidad del Caribe. No puedo pedir más. Es una institución privilegiada y un privilegio trabajar en ella. Y la biblioteca, lo más divertido y enriquecedor que he hecho en mucho tiempo.

Estamos, además, estrenando edificio y nombre. Fue toda una experiencia organizar la mudanza, prepararnos para la inauguración – acto más político que académico –, recibir el archivo personal completito de don Antonio Enríquez Savignac (1931-2007), creador de Cancún, Secretario de Turismo y Secretario General de la Organización Mundial del Turismo, en cuyo honor se llama la biblioteca, y esperar ahora la llegada de los estudiantes que no conocen aún las nuevas instalaciones.

Luego de varias semanas en Cancún, empecé a ver por dónde iría el curso de mi vida y no pude menos que sorprenderme, pues desde 1997, cuando regresé de la India, nunca imaginé que retornaría a la academia. Y ahora estoy inmersa en ella, aunque con más sabiduría y experiencia que años atrás. Ya no me la creo del todo. Mucho de ese mundo frenético del “publicar o morir”, de las zancadillas y piratajes entre supuestos colegas, de sistemas de investigadores cuyas reglas cambian cuando crees que ya la hiciste, ese mundo ha dejado de tener interés, además de que desconfío de quienes sólo se lanzan a la vida desde el trampolín del intelecto.

Pero ¡oh sorpresa! Regresé a dar clases. ¡Y mayor sopresa aún! Reinicié el doctorado y estoy escribiendo mi tesis, la tercera. Espero que, ahora sí, sea la vencida. Al menos estoy divertida y entretenida, inmersa en el mundo de los viajeros y exploradores del Yucatán decimonónico, rescatando a los ignorados, desconocidos y olvidados, y reivindicando a los atacados y vilipendiados que, por cierto, no son pocos. Dar voz a los muertos, resucitarlos, escucharlos a través del tiempo y hacerlos presentes. En eso sigo los pasos y el ejemplo de Michelet y otros historiadores clásicos. Además, la tesis ha adquirido un significado mucho más profundo e importante para mi, más allá de ser un requisito para obtener el grado y con ello una serie de privilegios. Me di cuenta de que toda mi vida profesional he estado dedicada al estudio de una guerra – la de castas de Yucatán (1847-1904) – y que he pasado décadas leyendo, investigando y escribiendo sobre enfrentamientos, batallas, matanzas, heroísmo, traiciones, idealismos y muertes. Y me di cuenta de la importancia de las guerras, las persecuciones y los exilios en mi propia historia familiar. La tesis es también una manera de rescatar del olvido a mis muertos y a los muertos de todas las guerras, persecuciones y exilios por los que pasaron mis ancestros. Porque a fin de cuentas, sin importar los triunfos y las derrotas, todas las guerras son iguales.

Llevo un año viviendo en el ojo del depredador. No hay otra forma de describir el ataque frontal organizado contra la de por sí escasa vegetación de este lugar que alguna vez fue isla deshabitada y paradisíaca. El frenesí de la construcción rebasa cualquier concepto de crecimiento urbano. Los edificios, ahora ya de más de 20 pisos, saltan como hongos de la noche a la mañana, robando parques públicos, invadiendo antiguos sitios mayas, bloqueando la vista, destruyendo el manglar. Los gangsters que nos manejan a su antojo no tienen ningún plan de gobierno, pero sí proyectos personales. Pareciera que están en contubernio con las fábricas de cemento, al mismo tiempo que alimentan el caos vial, que les valen los baches en las calles y las banquetas rotas, que se desentienden de una fauna y flora en serio peligro de extinción.

Pero no todo es desesperanza. Caminando por el parque Kabah, uno de los pocos espacios verdes protegidos que quedan en esta ciudad, las familias de coatíes cruzan de un lado a otro de la vereda, y en la maleza puedo ver a un venado afilándose los cuernos contra un árbol. Hace poco fui testigo de cómo una camioneta de policía se paró para dar paso franco y, de hecho, ayudar a un enorme cangrejo azul a atravesar la carretera que dividió en dos su territorio.

La tormenta tropical Dolly dejó alrededor de la biblioteca una especie de foso medieval donde un lagarto estuvo dando vueltas un par de días. Eso y las serpientes que se pasean por la escalinata de la entrada, en busca de calorcito vespertino, son algunas de las amenidades que trae el vivir en este trópico mexicano y, en particular, al lado del manglar.

La vida en Cancún transcurre entre violencia y agasajo, entre oportunidades y caos. El dinamismo, el ritmo frenético, los locos al volante, los tiroteos, son mundos paralelos que coexisten con una creciente vida cultural, excelentes restaurantes, el culto al ejercicio en gimnasios y centros de yoga, eventos internacionales, la vida cotidiana en una ciudad fácil y difícil a la vez, donde hay tiendas de todo y para todo, donde puedes tomar clases de cualquier cosa, donde el choque, más que encuentro, entre tres Cancunes irreductibles se hace patente: el Cancún/Miami de oropel, que es la zona hotelera; el Cancún-ciudad de la cotidianeidad y las clases medias; el Cancún infernal de las regiones, donde miles de personas viven en condiciones infrahumanas. Tres Cancunes que milagrosa y precariamente coexisten al filo de la navaja. Yo quería una dosis de adrenalina después de 15 años de serena anestesia en Chetumal. Ya la tengo. Un año me ha llevado asimilarla, entenderla, y entender mis propios derroteros. Hoy más que nunca estoy segura de estar donde quiero y, por lo visto, donde quiere el universo que esté.

Y recién me llega la noticia: la compra de ésta, mi nueva casa, se efectuará mañana por la mañana. La evolución es un hecho. De almeja a pez dorado puede ser un buen cambio. Dejar un tanto atrás la concha protectora para abrazar la libertad de movimiento, el reto de mayores aventuras. Y desde luego restablecer conexiones temporalmente puestas en stand-by. Gracias por esperar.

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