viernes, 5 de febrero de 2010

No me quiero quedar al margen. Noticias del Trópico 6

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 3, núm. 6, marzo 13, 2001.

NO ME QUIERO QUEDAR AL MARGEN

No me puedo quedar al margen – nadie debemos quedarnos al margen de lo que ha estado ocurriendo en nuestro país porque se trata, en verdad, de un acontecimiento único. Vivimos una época sin precedentes, y me refiero, desde luego, a la marcha del EZLN a la ciudad de México. ¡Qué emocionante ver la respuesta de la gente ante la caravana zapatista por todos los lugares por donde pasaron, la alegría, la espontaneidad, las ganas de ver y escuchar al subcomandante Marcos! Además de lo que significa para todos nosotros/as ciudadanos/as a nivel político y social, cultural y hasta moral, a mi me ha removido algo que estaba desde hace tiempo bien archivadito. Quiero sacarlo de nuevo a la luz, compartirlo con ustedes y así participar desde mi rincón.

Muchos años de mi vida – prácticamente toda mi vida académica – me dediqué a investigar acerca de la Guerra de Castas de Yucatán. Como lo dije y lo escribí en numerosas ocasiones, siempre me pareció ser la guerra de independencia de un grupo indígena en busca de su autonomía, autodeterminación y autosuficiencia.
Los mayas que se levantaron en armas en 1847 y que empezaron por pedir una rebajita en los impuestos y las obvenciones eclesiásticas, dieron luego un paso más al exigir la exención total de dichos tributos tanto para indígenas como para blancos, y conforme la lucha se complicaba y evolucionaba, propusieron al gobierno yucateco que los dejara vivir en paz e independencia en la región oriental de la península. Cuando nada de esto funcionó, y teniendo las riendas del movimiento armado en las manos, consideraron y rechazaron las bondades de unirse al imperio británico y luego sencillamente se separaron de facto de México por los siguientes 50 años.

La historia, como Vico bien decía, evoluciona en espiral, con una serie de hechos repitiéndose cíclicamente pero nunca de la misma forma. En las ocasiones en que, entre 1978 y 1996, visité los pueblos herederos de este fenómeno político, social, cultural y religioso, ubicados en la región central de Quintana Roo, pude constatar la capacidad de los mayas de conservar - en constante readaptación y de diversas maneras – sus tradiciones, su lengua, su forma de vida, tolerando toda suerte de intervenciones, intromisiones y distracciones, hasta las del mundo académico. Recibieron a esta extraña y a sus estudiantes en el santuario de Xcacal Guardia, en ocasiones con absoluto silencio, impasividad y recelo, y en otras con amabilidad y permitiéndonos asistir a sus ceremonias religiosas, en procesión junto con el resto de la población. Los mayas "separados", como se les ha llamado, o los "macehualoob", como se llaman a sí mismos, han logrado sobrevivir durante décadas en un acto de equilibrio precario, como en una cuerda floja, cada vez con más desventajas, en condiciones cada vez más deterioradas, más y más restringidos, empujados y acosados por hordas de turistas, gobiernos corruptos, programas de dizque desarrollo y demás azotes bíblicos. La última vez que estuve en el santuario, una malla ciclónica de tres metros de altura rodeaba la iglesia. El pueblo estaba desierto y solo había una guardia que nos informó que todos se habían ido a un poblado en Yucatán, para conferenciar con representantes del EZLN.

Los indígenas no son reliquias de un pasado glorioso, ni objetos de museo, ni tampoco espectáculos folklóricos para entretener al turismo. Están hartos de que les digamos, desde nuestro obtuso y prepotente punto de vista, quiénes son o qué deben hacer, o peor aún, qué pueden o no hacer. La crisis a la que llegué con respecto a la práctica antropológica, aun antes de terminar la carrera, tuvo su origen en una sensación, entonces muy confusa para mi misma, de impotencia, por un lado, de vergonzosa complicidad, por otro, ante la realidad que vivían los indígenas y, en general, los campesinos mexicanos. Porque ni siquiera la academia más comprometida se salva totalmente, y la mía distaba mucho de serlo. Hace cinco años, el círculo se completó y dejé el mundo académico por diversas razones, entre ellas por tener mucho más claro todo lo anterior.

Y esto me lleva a lo que quería sacar a la luz hoy y que en 1998, en la presentación del libro Hierofanía combatiente, pude decir públicamente (bueno, las palabras fueron mías, pero las leyó, muy bien leídas, mi querida Ceci Lavalle, porque yo no pude asistir al evento): nada de lo que nosotros/as como académicos/as y científicos/as sociales investiguemos y publiquemos; nada, repito, puede revelar en toda su magnitud la vida real de los indígenas pasados y presentes. Creemos, porque los estudiamos, observamos y escribimos sobre ellos, que estamos revelando su realidad y su verdad. Y no es así. Ningún libro ni artículo que provenga de quienes estamos de este lado de la cerca logrará expresar ni explicar la vida y la muerte, la angustia y la miseria, el coraje y la violencia, la devoción y la religiosidad profunda del mundo indígena; no hay análisis ni teorías indigenistas que remotamente se acerquen a lo que los mayas y otros grupos indígenas han vivido y viven. Afortunadamente no necesitan de nuestros análisis ni teorías para buscar su identidad y su autonomía.

Creo que el gran mérito, entre varios otros, del movimiento zapatista, es el planteamiento de un proyecto/solución que proviene de los indígenas mismos y de la realidad que enfrentan día con día. Quizá no es perfecto, pero es el punto de partida necesario. Hay otros países donde coexisten autonomías étnicoculturales y el Estado no se ha derrumbado. Y si algo ha logrado la lucha del EZLN es volvernos a todos los mexicanos y las mexicanas más conscientes de la situación de los grupos étnicos minoritarios y - ¿por qué no? – de otros muchos grupos minoritarios de la sociedad que tampoco son reconocidos o que son perseguidos o reprimidos por su condición social, género, preferencia sexual o creencia religiosa.

La persistencia de la heterogeneidad cultural, así como la coexistencia de las autonomías étnicoculturales no tiene nada que ver con falsos nacionalismos. Precisamente somos una nación-mosaico y en esa diversidad radica nuestra riqueza y nuestra fuerza. Cuando la globalización deja de ser una sana y deseable red de información y comunicación mundial, para implicar, no solamente la desaparición de las fronteras en aras de intereses económicos y políticos que no benefician más que a unos cuantos, sino también la aterradora desaparición de las diferencias culturales en aras de la homogeneización robótica de todos nosotros, la espiral de la historia se acerca peligrosamente a otros momentos del pasado que haríamos bien en no olvidar.

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