viernes, 5 de febrero de 2010

Mi comparecencia ante la PGR. Noticias del Trópico 30

¡EDICIÓN ESPECIAL! de NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 8, núm. 30, 24 de julio, 2006.

Mi comparecencia ante la PGR

Nunca había recibido un citatorio de la justicia. Pero siempre hay una primera vez.

Hace unos días, un señor muy amable que se identificó con su charola de la PGR, me trajo un oficio. No se qué cara puse, pero él se apresuró a asegurarme que no era nada, que no me preocupara, que se trataba de un mero trámite. Ajá.

En el oficio se me solicitaba presentarme con mi abogado o persona de mi confianza (¡focos rojos y sirenas!) el 13 de julio (menos mal que no padezco de trikadecafobia), para rendir mi declaración “con respecto a los hechos que se investigan”.

Si es la PGR quien invita - me dije - se trata de un delito federal. Pero ¿qué delito? ¿lo cometí yo? Es inevitable. Por más que seamos inocentes, un citatorio de la justicia despierta conciencia, culpa, duda.

- El que nada debe, nada teme - sentenció el amable oficial de la PGR como si me adivinara el pensamiento. ¿Me conoce o me habla al tanteo? ¿Creo detectar cierta suspicacia en su voz? Mi imaginación empezó a volar a cien por hora...

Antes de firmar de recibido el papelito, por si acaso me fuera a autoincriminar por el solo hecho de hacerlo, le hablé a mi amigo del alma, paño de lágrimas, meteorólogo de cabecera y consejero jurídico. Raudo y veloz acudió a mi llamado, leyó el oficio y me aconsejó que firmara mientras se comunicaba por celular con su abogado. Éste quedó de acompañarme el día 13 a los separos - o qué se yo - de la PGR.

En realidad ya sospechaba de qué se trataba. Ya me habían comentado amigos y colegas de la universidad que un tal Cuauhtémoc Cardiel me había incluido en una demanda múltiple dirigida a sus “enemigos”: todos aquellos maestros y maestras que fuimos contratados por la UQROO para dar clases cuando ésta abrió sus puertas en enero de1992. ¡Qué tiempos aquellos! Éramos - si no mal recuerdo - 13 profesores y como 250 alumnos. Una gran familia, a la que, dicho sea de paso, el tal Cuauhtémoc jamás ha podido ingresar.

La acusación de Cardiel, contra la universidad en primer lugar, y luego contra nosotros, se basa en que la convocatoria de 1992 especificaba que debíamos tener el doctorado, cosa que varios de nosotros no teníamos en esos momentos (y que yo sigo sin tener). No obstante, a Cardiel se le olvidó convenientemente leer el resto de ese punto, que a la letra dice “o su equivalente” en experiencia, publicaciones, conocimientos, etc.

No importa tampoco que yo haya dejado de dar clases en la UQROO desde 1997. Al menos a este señor parece no importarle. La demanda data del 2004 y es hasta ahora que la larga mano de la justicia me alcanza.

El día señalado me presenté en la PGR. Un edificio como cualquier otro, oficinas burocráticas nada intimidantes. Reconozco que me dejó muy agradablemente sorprendida la amabilidad de todo el mundo, empezando por el juez. Entré a sus aposentos y lo primero que hizo fue tranquilizarme (por lo visto mi honorabilidad no estaba en duda), ofrecerme asiento y mandar pedir el expediente “del rollo ése de la UQROO”. Con esta expresión y una significativa mirada, me dio a entender que está hasta el gorro de esa tontería de demanda que solo les quita tiempo, pero que deben darle curso, y que cuanto antes declaren todos los demandados, se terminará de una buena vez la farsa de Cardiel (reconocido por mi abogado y otros colegas suyos presentes como alguien a quién le falta un tornillo).

Yo aproveché para dejarle en claro mi trayectoria en la UQROO, además de mis calificaciones, recomendaciones, carrera académica, curriculum, publicaciones y demás hierbas previas a 1992, mismas que venía yo acarreando, con original y tres copias, en una gran caja de plástico. Cuando la vio, el juez puso cara de querer terminar ahí mismo con la investigación.

- No hace falta que nos muestre todo ello, maestra. Con su título y cédula profesional bastan.

- No faltaba más - contesté - Quieren que demuestre por qué la UQROO me contrató con categoría Titular A sin tener el doctorado, ¿no es así? Pues aquí están las pruebas.

- ¡Secretario! - ordenó el juez - Tómele su declaración a la señora... y ayúdela a cargar esta caja a su escritorio.

En lo que el secretario - un agradable chiapaneco apodado George - empezaba a escribir los párrafos iniciales de mi declaración, yo le eché un ojo al expediente. Y me pregunto: ¿así funciona una democracia? Aparentemente, un ciudadano cualquiera puede poner en tela de juicio las credenciales de otro y ni siquiera tiene que demostrar que está en lo justo. Es el otro (en este caso otra) quien tiene que demostrar que no es culpable!!! El señor Cardiel afirma, sin conocerme, que “posiblemente” no tenía yo el doctorado y como únicas pruebas ofrece mi título y cédula profesional. ¿De dónde los saco? ¿Alguien le proporcionó mi expediente - supuestamente confidencial - en la UQROO? ¿Cuántos gatos encerrados y manos negras hay en todo esto?

Mientras más leía, sin embargo, mi enojo fue dando pie a la risa. Yo sé que el apellido Careaga es bastante difícil y Viliesid, no digamos. Pero las variantes que me encontré en el expediente establecen un récord sin precedentes: De pronto yo era tanto Villasied como Villaseo, luego Visalit, más adelante Villasit, Vilesio, Villalesio... así ad infinitum. Y eso no era lo peor ni lo más gracioso: había nada menos que dos oficios de Cardiel afirmando que mi apellido no era Vilisiet, que por favor tomaran nota de que yo en realidad me apellidaba Vallasio.

Mis carcajadas, creo, acabaron por romper el hielo. George me sonrió, cómplice y procedió a tomarme mis generales. Me preguntó que si bebo alcohol, si fumo tabaco, si consumo drogas o sustancias narcóticas... Bueno, contesté, un tequilita de vez en cuando. ¿Sólo eso? Sólo eso. Es más, afirmo contundente, soy vegetariana. Eso pareció animar al secretario de la mesa contigua:

- Oiga señora, ¿que es muy difícil eso de ser vegetariano?

- Bueno, no... mmm... depende...

- No interrumpas, compa, que la señora está rindiendo su declaración... ¿en qué íbamos?

Y ahí se repitió entre la concurrencia el shock de mi caja. Íbamos en que vengo a demostrar que el señor Cardiel me demanda injustificadamente. Y procedí a sacar todos y cada uno de los certificados de la licenciatura en la Ibero y de la pasantía de la maestría en la UNAM, los cursos recibidos, las ponencias presentadas, las conferencias dadas, las becas otorgadas, los libros y artículos publicados y, en fin, todo mi historial académico previo a mi ingreso en la UQROO.

- Qué bueno que sólo era hasta 1992 - suspira George cuando, dos horas más tarde, llegamos al final de tanto papeleo - porque me imagino que después de esa fecha tendrá otro tanto...

- ¿Sabe qué? - contesté - una cosa sí le agradezco a Cuauhtémoc Cardiel: que me haya obligado a poner todos mis papeles curriculares en perfecto orden.

El comentario les pareció sumamente gracioso, y entre risas me dieron a leer mi declaración. Por supuesto, antes de firmarla, tuve que corregir el Careaga, que ya se había convertido en Correaga...

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