viernes, 5 de febrero de 2010

Las piedras de Gaza. Noticias del Trópico 38

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 11, núm. 38, 23 de enero, 2009.

Las piedras de Gaza

Es difícil imaginar que Palestina, esa "tierra sin esperanzas, triste y con el corazón roto", al decir del escritor Mark Twain, hubiera tenido alguna vez un verde paisaje. Para él era como si aquellas colinas pelonas y secas hubieran cometido algún horrible pecado por el que estuvieran siendo castigadas. Le parecían haber muerto a pedradas. Difícil creer, entonces, que alguna vez hubo verdor – bosques - en ese paraje.

Pero sí los hubo.

Durante 13 siglos, cada ejército que pasó por la región lo hizo al grito de "corten todos los árboles". Cuando Pompeyo invadió Palestina, haciéndola parte del imperio romano, taló vegetación al por mayor. Unas décadas después, cuenta el historiador Josefo que los soldados de Tito pasaron por el hacha a cada árbol que todavía estaba en pie en un radio de 20 kilómetros alrededor de Jerusalén. Los cruzados no fueron excepción y destruyeron lo que encontraron a su paso en nombre de la Cristiandad. Y a principios del siglo XX, los ingleses acabaron con las huertas que todavía quedaban, para evitar que los turcos se escondieran y los atacaran desde allí.

Ésta es la tierra prometida. Pero no me refiero a la promesa bíblica de Yaveh a sus elegidos. Han existido dioses más implacables.

Palestina se firmó como tierra de promisión en 1917. Con la Declaración de Balfour, la Corona británica prometió la formación de un estado nacional judío en la región, porque así convenía a sus intereses. Un año antes, el acuerdo secreto Sykes-Picot le garantizaba a Francia un jugoso pedazo, mientras que el coronel T.E. Lawrence – el famoso Lawrence de Arabia – prometía a los árabes su independencia a cambio de que se aliaran con Gran Bretaña en la guerra contra Alemania y Turquía.

Una curiosa historia – ignoro si real o no – explica porqué el Estado de Israel no se creó en una de las colonias inglesas de África: Uganda, de hecho. La decisión se redujo a un compuesto químico: la acetona, a su vez un componente básico de la dinamita. Al parecer, un inmigrante ruso que vivía en Inglaterra descubrió la manera de producir acetona a partir de una variedad de castañas, pero la patente fue otorgada a un súbdito inglés. Con tal de que el inmigrante ruso, que se llamaba Weizmann, no protestara abiertamente, la Corona le concedió su más caro deseo: una patria para los judíos en Palestina, que acabó convirtiéndose en un protectorado inglés.

Como ingredientes de una mezcla explosiva, vemos apilarse una a una las decisiones unilaterales, los acuerdos secretos, la manipulación y el engaño. Y en medio de ello, los palestinos que no sueltan su tierra, los israelitas que sienten su derecho sobre ella, muchos cristianos de quienes nadie habla. Todos ellos valoran esa tierra desértica y dilapidada más que sus vidas. Es una ironía que Palestina sea un lugar tan desolado y sin embargo tantos hayan deseado y deseen poseer.

Una leyenda árabe dice que, cuando Alá creó el mundo, puso en dos costales todas las piedras que un ángel debía repartir en su superficie. Mientras el ángel volaba sobre Palestina, uno de esos costales se rompió, y en ningún lugar son esas piedras más evidentes que en Gaza.

Quienes acompañaron a Winston Churchill, Gertrude Bell, Lawrence de Arabia y otros dignatarios europeos a la Conferencia de Cairo en 1921, no pudieron hallar nada que les pareciera hermoso ni agradable ni suave en Gaza. Nada crecía, nada prosperaba bajo aquel sol inclemente, excepto las piedras y la furia.

Por cierto, no hubo un solo árabe presente, ni siquiera como observador, en aquella conferencia en la que se decidió el destino del Medio Oriente y el pastel se repartió sin su conocimiento, consentimiento y participación.

Lawrence hizo lo que pudo para representarlos. Trató de equilibrar los intereses imperiales internos con la política internacional y con las expectativas de una miríada de grupos en conflicto: árabes, libaneses, drusos, sirios, kurdos, armenios, judíos nativos y judíos europeos, turcos, persas, egipcios, palestinos y cientos de tribus beduinas. Todos querían algo que tenía que ver con quitarle su tierra a alguien más.

La autoimpuesta misión de Lawrence resultó imposible. "Una cosa acerca del Medio Oriente es cierta - dicen que dijo –: siempre habrá otro ejército esperando en el recodo del camino".

Y las piedras de Gaza, hoy son tumbas.

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