viernes, 5 de febrero de 2010

El cielo y el infierno. Noticias del Trópico 18

NOTICIAS DEL TRÓPICO
El newsletter de Lorenzia, año 6, núm. 18, 22 de noviembre, 2004.

El cielo y el infierno

Existen tantas visiones del cielo y del infierno como seres humanos habitan y han habitado este planeta. En algún momento de nuestra vida, todas y todos nos hemos cuestionado las ideas heredadas y aprendidas, y hemos hurgado en nuestra imaginación, en nuestras creencias y experiencias, en un afán por concebir cómo podrían ser el cielo y el infierno.

No todas las religiones profesan una fe en la existencia de estos lugares, pero muchas si lo hacen y los ubican arriba y abajo de la Tierra, hablan de fuegos de condenación eterna y de las dulzuras del paraíso; describen espirales de almas ascendiendo a la gloria o bien ríos de oscuridad y tortura en inframundos de terror custodiados por canes cerberos u otros animales igualmente temibles.

Se vienen a la mente los versos de la Divina Comedia escrita por Dante, un cielo de ángeles bondadosos, como la joven Beatrice, y un infierno donde cada quien recibe su castigo, a cual más terrible, de acuerdo con el pecado que cometió. El holandés Jerónimo Bosch, llamado también El Bosco, pintó en el siglo XV cuadros llenos de simbolismos del Averno, una pesadilla tras otra inspiradas por su escepticismo ante la capacidad humana de salvación. Y otro que habló del infierno en términos muy perturbadores fue, sin duda Jean-Paul Sartre: “El infierno son los otros”, escribió en una de sus obras teatrales; un infierno en el que no solo la rutina de las relaciones vacías se repite al infinito, sino en el que los otros son un continuo recordatorio y espejo de nuestras propias flaquezas.

El concepto de ángeles flotando entre nubes y tocando el arpa, o de diablillos con cuernos y trinchetes ha llegado a la caricaturización. Abundan las películas acerca de cielos burocratizados, donde se lleva un riguroso conteo de almas que pueden o no regresar a la Tierra, que merecían o no morir. Y no digamos los incontables chistes acerca de rusos, americanos, franceses, alemanes, mexicanos y demás gama infinita de personajes, que son recibidos por San Pedro a las puertas del cielo o por Lucifer en la entrada del infierno.

Ayer escuché una descripción más de estos lugares, que en realidad se refiere a la naturaleza humana, pues somos nosotros quienes podríamos ir labrando ese cielo o ese infierno incluso antes de pasar a la otra vida. Es decir, el cielo y el infierno no ya como ubicaciones físicas, sino como actitudes, como estados mentales, como actos concretos.

Cuenta la leyenda que, una noche, el sabio chino Confucio tuvo un sueño revelador. Soñó que visitaba el infierno y que éste consistía en una gran sala de banquetes, con una larga mesa servida con los más deliciosos y variados manjares. Sin embargo, la abundancia de comida contrastaba con el aspecto famélico de los comensales. Todas las personas sentadas a la mesa estaban flacas, hambrientas y desesperadas, y al preguntarse porqué, Confucio observó que los palitos que los chinos utilizan para comer medían dos metros de largo, haciendo imposible que la gente se llevara la comida a la boca.

El sueño continuó, y Confucio entró entonces en el cielo. Cual no sería su sorpresa al constatar que el cielo era prácticamente igual que el infierno, pues resultó ser también un salón de banquetes, con una larga y bien servida mesa, y palitos de dos metros de largo para comer. Sin embargo, los comensales estaban bien alimentados, satisfechos y felices.

¿En qué consistía la diferencia? En que en el cielo, la gente se alimentaba una a la otra, en solidaridad y ayuda mutua.

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