domingo, 20 de noviembre de 2011

Epílogo tardío. Noticias del Trópico N° 51

El newsletter de Lorenzia, año 13, núm. 51, 4 de julio, 2011.
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Epílogo tardío

Hace justo dos meses que regresé del Camino. Parecía que Galicia no quería dejarnos ir. Perdimos el avión de Madrid a Cancún por la tremenda neblina con que amaneció el día en que debíamos dejar Santiago de Compostela. Luego nos tocó hacer un rodeo y una escala de horas en el DF antes de llegar a casa. Durante las siguientes dos semanas, soñé cada noche con el Camino. Me sentía rara, triste y contenta a la vez, muy estimulada pero distraída, con ganas de seguir andando sin parar.

Alcanzar el Finisterre después de caminar más de doscientos kilómetros y de la jubilosa llegada a Compostela fue ciertamente un cierre. Físico, aunque quizá no anímico. Llegar a la Costa de la Muerte, ver el fin de la tierra y nada más allá que las aguas bravías del Atlántico, es bastante impresionante. No se siente como un final, sin embargo, sino como un alto forzado en el Camino. El mensaje es claro: Non Plus Ultra. Al menos, no a pie.

Antes de nuestro regreso pasamos unos días formidables en Santiago y La Coruña. Nos alcanzaron mis queridísimos amigos de Barcelona, Marga y Paco, y con ellos me fui a recorrer – caminando, claro está – los alrededores de la ciudad, mientras Addy viajaba a Betanzos, la tierra de sus ancestros maternos.

El recorrido de Santiago extramuros, que nos tomó todo el día, es una belleza de parques, jardines, colinas, calles empedradas y edificios medievales. Hay que quitarse el sombrero ante lo bien que están organizados los españoles – en este caso los gallegos – para recibir al turismo. Todo está perfectamente señalizado, con sugerencias de recorridos según los gustos del visitante, además de que hay centros de información turística por todos lados. Nunca perdimos de vista las torres de la Catedral a lo lejos, que nos servía de guía y punto de referencia.

Visitamos varios campus de la universidad, en uno de los cuales se encuentra un auditorio impresionante, cuya fachada está hecha de enormes bloques de granito en un diseño irregular, como si hubieran caído del cielo. También llegamos hasta el Monasterio de Bevis y tuvimos la suerte de entrar en la Colexiata de Santa María de Sar en el momento en que se preparaban para una boda, y un trío de mujeres, una al órgano, otra al violín y la tercera con una voz increíble, ensayaban para el evento. Se trata de una iglesia curiosa, cuyas paredes están completamente inclinadas hacia afuera y enormes contrafuertes exteriores constituyen el único impedimento para que se venga abajo. Nunca me había puesto a pensar en cuántas iglesias y catedrales se habrán caído por malos cálculos y terrenos cenagosos. Las catedrales góticas y románicas maravillosas que vemos en pie son las sobrevivientes de muchos otros intentos fallidos. En total contrate, conocimos la monumental Ciudad de la Cultura, un complejo colosal de vidrio y concreto en la cima de uno de los montes que rodean Santiago, y que alberga, por el momento, la Biblioteca y el Archivo de Galicia. Cuando lo terminen, de aquí a varios años, tendrá auditorios, salas de exposiciones, museos, salas de conciertos y de cine, y un sinfín de espacios más, todos dedicados a la cultura y las artes.

Para irnos a La Coruña, Paco rentó un coche y Addy se unió a la aventura. La Coruña es uno de los principales puertos de Galicia y de España. Su highlight es la Torre de Hércules, un faro visible desde cualquier punto de la ciudad, en lo alto de una colina. A su alrededor hay un enorme parque con diversas zonas de esculturas, lleno de caminantes, corredores, ciclistas, gente haciendo ejercicio, uno que otro grupo de gaiteros tocando, y todos admirando el paisaje. Comimos pulpos, zamburiñas y otras delicias del mar, rociadas con el excelente vino de la región, y retornamos a Santiago para despedirnos. Al día siguiente había que regresar a casa.

Fue maravilloso cerrar la experiencia del Camino con la calidez de una amistad que data ya de décadas. Conocí a Marga cuando yo tenía apenas 18 años. Es mi amiga del alma. Y fue alivianador para esa alma poderle desear a ella, a Paco y a Addy, mi compañera jacobea, un “buen camino” – la frase clave de los peregrinos - y que no falten las flechas amarillas como guías.

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