martes, 29 de julio de 2014

Principios y Finales Noticias del Trópico 67

No estaba sola. En aquella habitación desconocida me encontraba en compañía de una chica joven, delgada, de tez muy blanca y pelo negro. Yo sabía que estaba muerta pero no me importó. Nos mirábamos y yo me sentía extrañamente a gusto. De pronto, con ojos asustados, me dijo: “Hay alguien más aquí”. Y en efecto, comencé a escuchar una respiración jadeante y por primera vez sentí miedo. La puerta se abrió a una habitación contigua y vi, sentada en un sofá, a otra mujer, también joven y también muerta. Su pelo rubio y ojos verdes contrastaban con una cara, un cuello y unas manos que ya presentaban signos avanzados de descomposición. Mientras se incorporaba y se venía hacia mí, yo comenzaba a gritar como una loca. La chica de pelo negro me urgía: “¡Dale lo que quiere! ¡Rápido! ¡Dáselo!”, pero yo no sabía qué era. “¿Qué quiere? ¡Dime!”, gritaba yo, viendo a la zombie cada vez más cerca de mí. “¡Rápido! ¡Dale esto!”, me decía la chica de pelo negro, entregándome una gran caja plana, como para guardar mapas, amarrada con un cordel. Con trabajo arrastré unos centímetros la pesada caja y se la entregué a la zombie. Al parecer esto era lo que quería, pues se detuvo. Pero nunca lo sabré con certeza porque en ese momento desperté en medio de mis gritos desaforados.

Esta pesadilla con sabor a Stephen King fue el resabio de un día cuajado de emociones hace tres semanas: el día en que supe que la tesis doctoral, que llevo 6 años investigando, escribiendo, anotando, revisando y corrigiendo, estaba por llegar a su fin. Me faltaban aún algunos detalles, pero la inminencia del cambio era una realidad insoslayable. A punto estaba de ponerse en marcha el engranaje de trámites, integración del sínodo, revisión de estudios, cartas y firmas, que pronto desembocarán en la fecha del examen de grado, ese ceremonioso y emblemático rito de paso que significa el doctorado, por tantos años acariciado como un sueño lejano y, no pocas veces también, resistido como la más interminable de las torturas.

Ahora, mientras escribo esto, la maquinaria ya está en marcha y la tesis ha salido de mis manos. La catarsis de la pesadilla y el comentar este proceso con mis gurús de cabecera, me tranquilizaron y abrieron la puerta a una alegría genuina. Pero no por ello he dejado de sentirme extraña. Me despierto por las mañanas y algo falta en mi vida... ¡la tesis! Estas vacaciones son las primeras en 6 años que no estarán dedicadas a la tesis. Ayer me fui con amigas a almorzar y al cine, y nunca me abandonó una sensación, como un leve picor, de estarme yendo de pinta porque no estaba haciendo la tesis. No hay duda que ahora tendré mucho tiempo libre, pero aún no sé bien qué hacer con él. Aunque ya tengo planes, me siento en una especie de limbo o compás de espera. Tampoco hay duda de que, durante 6 años, la tesis me sirvió de pretexto perfecto para no involucrarme en actividades y proyectos, para no decir que sí a invitaciones, para no aceptar distraerme, para mantenerme al margen de ciertos pormenores de la vida. ¡Ah, la comodidad de la tesis! ¡El perfecto escondite!

De lado quedaron, incluso, las Noticias del Trópico, siendo éstas las primeras que escribo en 2014. Me doy cuenta de que tengo ganas, propósitos y temas diversos en el tintero pugnando por salir a la luz. Ahora tendré el tiempo de retomar estas noticias y también las Crónicas de Ambarluna, mis novelas, dejadas por años en stand-by, mi anhelo de pulir mi francés y mis lecciones olvidadas de portugués, una que otra clase de baile y zumba, aquellas caminatas por la ciclopista y el Parque Kabah, el entrenamiento en las dunas de Playa Delfines, la redecoración de mi estudio y una zambullida en fotos, cartas y papeles de abuelos y lejanos parientes en busca de respuestas y derroteros. Con mi pareja estamos planeando viajes y maquinando la compra de un teclado en recuerdo del piano de antaño.

Me impacta mucho pensar en aquella Lorena de 20 años que, en enero de 1974, ingresó a la carrera de Antropología Social en la Ibero: alguien muy distinto de la Lorena de hoy y que, sin embargo, juntas y de la mano, verán próximamente coronado ese largo proceso académico. Aquella Lorena que escogió como tema de vida profesional una guerra alrededor de la cual giraron sus afanes hasta el día de hoy, marcando incluso su lugar de residencia y varias de las trayectorias de su existencia; aquella Lorena de la mano de ésta, listas ambas para ser reconocidas por sus pares como miembros de un selecto grupo, que lo es no porque sus miembros sean superiores al resto de las personas, sino porque al menos en nuestro país se trata de un grupo reducido; pocos tienen la oportunidad de llegar a él, de aprovechar talentos, recursos y circunstancias de vida. En nuestro país, el doctorado es, más que nada, un logro personal, sí, pero también un privilegio vedado a la mayoría de las y los mexicanos.

El proceso aún no llega a su fin, pero en breve se convertirá en cierre y portal a otra etapa de la vida.


1 comentario:

princesa_ dijo...

Enhorabuena, reina mora.
Todas mis felicitaciones por esa tesis terminada que aún añoras y que yo estoy encantada de que así haya sido.
Volveré a saber de cuándo en vez algo de ti, como siempre ha sido. Pero sin tesis, al menos cuando no viajes será más a menudo. Por eso además mi alegría!
Y ahora solo me queda desearte que descanses (que te lo mereces) y pronto la divina tesis que me trajo de cabeza tan solo será un recuerdo que mencionarás con nostalgia, como en tu escrito de hoy.
Me alegro mucho por ti y por mi, querida...más que mucho!
Miles de besos atravesando mares.